Diez razones para amar a España. José María Marco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Marco
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417241421
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Chueca Goitia, la de San Tirso, con su elegante ábside y su excepcional torre rectangular, de primer cuerpo macizo, con algo de fortaleza, o la antigua iglesia de la Santísima Trinidad, cúbica, sin la menor concesión al adorno como no sea la encantadora torre que flanquea la fachada.

      A veces el mudéjar parece matizar y nacionalizar el románico y otras cobra una entidad propia, como en tantas iglesias de Teruel donde da a luz, en las torres, los artesonados y las fachadas, prodigios de imaginación, testimonios de una muy especial ingenuidad, humilde y bienhumorada, una felicidad que se complace en la obra bien hecha. A veces los artesanos mudéjares (nunca ha parecido oportuno recurrir a un término tan pretencioso como el de artista), juegan tanto con los materiales que se acercan a un barroquismo feliz, como en la torre de Nuestra Señora de la Asunción de Utebo, Zaragoza, tan inesperada que con solo el primer vistazo transmite una intensa alegría de vivir.

      En otras ocasiones, los alarifes mudéjares recrean un mundo lejano —pero no ajeno a lo español: ahí está Elche—, como en la palmera de piedra de la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga, en Soria, glosada por José Jiménez Lozano en su significado a la vez místico y realista, tan característico de Castilla. Lo mudéjar vuelve a aparecer para crear un estilo ecléctico, de una sofisticación inigualada, en la antesala capitular de la catedral de Toledo, que da paso al esplendor de la sala capitular y refleja el gusto personal del cardenal Cisneros, combinación única —carácter y audacia unidos— de clasicismo italiano, mudéjar y plateresco. (Cisneros era un hombre pragmático y, cuando ordenó construir una capilla dedicada a la preservación de la liturgia mozárabe en la misma catedral de Toledo, se recurrió al estilo clásico). El gusto clásico y el mudéjar, que parecen irreconciliables, se unen también, sin fundirse, en los patios y la decoración de las casas aristocráticas de Córdoba y de Sevilla, como en la casa de Pilatos.

      Asimismo, aparece en el remate mudéjar del antiguo minarete de la mezquita de Sevilla, la Giralda, coronada a su vez por una estatua barroca. La torre de la catedral queda convertida en una reflexión bienhumorada e irónica, en vista de las obsesiones de la pureza de la sangre, acerca de la distancia entre el gusto y la ideología. Muchas de las torres mudéjares de Aragón reproducen en su estructura los alminares musulmanes, con un remate específico para las campanas. (El paraninfo de la Universidad de Salamanca, monumento al saber católico, está cubierto por un extraordinario artesonado mudéjar y, cuando se ve de lejos la catedral de Zamora, se diría que un pedazo de Bizancio ha aterrizado a orillas del Duero).

      Así es como el estilo mudéjar cruzó el Atlántico y llevó hasta América formas propias del arte hispanomusulmán. Allí triunfó, por economía y resistencia a los seísmos, la «carpintería de lo blanco», o el arte de la construcción de cubiertas en madera, tan finamente labradas, que se encuentran en el mundo hispano de Quito hasta Teruel, pasando por Cartagena de Indias y Toledo.

      El fanatismo de los purificadores no logró llevarse todo aquello por delante. Quedó un estilo arquitectónico y decorativo propiamente español. Los españoles volvieron a cultivarlo más tarde, bien entrado el siglo xix. Así es como el gusto neomudéjar, con el ladrillo como material de base, el recurso al estuco, los toques de cerámica y los arcos de herradura, volvió a poblar las ciudades españolas: en Zaragoza con el edificio de Correos; en Toledo, con la estación de ferrocarril; en Sevilla, matizando la evocación renacentista de la gran plaza de España; en Barcelona, en las dos plazas de toros, la Monumental y la de las Arenas (como ocurrió en muchas otras ciudades, porque los toros, fiesta también propiamente española, van relacionados con esta estética inimaginable fuera de aquí) y en Madrid, con el edificio de las Escuelas Aguirre, hoy Casa Árabe, con una pequeña torre como un minarete que se atreve a dar la réplica al clasicismo sin concesiones de la Puerta de Alcalá.

      El éxito del neomudéjar proporcionó a las ciudades españoles un estilo único. Como tal, logró un considerable éxito internacional, en particular en América con lo que allí se llamó «estilo morisco», menos respetuoso con la humildad de los materiales de origen, pero fiel a las elaboradas decoraciones y, ahora sí, a la promesa de exotismo que evocaba la combinación de España y estética moruna.

      El plateresco no existe. Mejor dicho, no tiene entidad propia: significa un período de transición entre el gótico tardío de tiempos de Isabel la Católica y el triunfo del Renacimiento depurado, esencial y «desadornado». Tampoco es un estilo propiamente nacional. La misma transición se encuentra en muchos otros países, en particular en Portugal, donde se habla de «estilo manuelino». El hecho, sin embargo, es que a pesar de su no existencia y de no ser exclusivamente español, el plateresco da nombre a una forma de hacer arquitectura fácil de reconocer.

      El nombre plateresco parece proceder del trabajo artesanal de la plata, que en España había alcanzado un nivel extraordinario. Evoca todo el universo de oficios artesanos al servicio de la Corona, la Iglesia, la nobleza y la burguesía: bordadores, joyeros, yeseros, ebanistas, rejeros… Artistas, en realidad, de la precisión, la minuciosidad, la variedad de las texturas, el esplendor de los colores, la suntuosidad de los materiales y lo intrincado de las formas.

      Siendo un estilo muy específicamente decorativo, parece tener raíces profundas en el gusto español, como le sugiere la maravillosa portada del palacio de las Leyes en Toro, Zamora, que despliega esa exuberancia sonriente, en modo menor, con la profusión de motivos vegetales y heráldicos, ajenos a cualquier dramatismo y que parecen llamar a los colores y a los dorados, como los maestros artesanos hacen aún más bella la propia belleza al darle un toque de confianza y de ligereza, a veces de ingenuidad. Uno de los primeros ejemplos fue la casa de las Conchas, en Salamanca, un palacio de estilo gótico a cuyo propietario se le ocurrió sembrar la fachada de conchas, por ser ese el símbolo de la familia, como los italianos lo hacían de elementos geométricos. El resultado evoca una naturaleza minuciosamente estilizada que alía la ligereza con la fantasía.

      Salamanca será una de las capitales del nuevo estilo, favorecido por la piedra dócil y dorada, tan hermosa de labrar. En la catedral nueva se manifiesta uno de los signos del nuevo tiempo. ¿Qué hacer con una catedral gótica en pleno siglo xvi? Una forma de solucionar el anacronismo será recurrir al modelo de encajes y bordados que recubre su portada. En la fachada de la universidad los artistas labran un inmenso tapiz, liberado —dice Chueca Goitia— de cualquier constricción arquitectónica. Prima lo decorativo, el capricho, la imaginación. La inmensa fachada del convento de San Marcos, en León, es un ejemplo del plateresco convertido en gran estilo, que lleva la precisión del artesano a una escala monumental. El patio de las Escuelas Menores, también en Salamanca, combina una base castellana con los arcos que alternan líneas rectas y quebradas, de fuerte sabor mudéjar. Los encontraremos por toda España, con un gusto idéntico por la audacia y la ligereza, como también viene del mudéjar el gusto por el revestimiento decorativo total de las superficies que tan bien se plasma en la fastuosa ornamentación interior, mezcla de mudéjar y elementos góticos, de la sinagoga del Tránsito, en Toledo. La fachada del palacio de Jabalquinto, en Baeza, construida en ladrillo, combina con la misma elegancia el recuerdo de los palacios fortificados, los elementos góticos y el gusto plateresco. En su interior, alberga un patio estrictamente renacentista, de los que abundan en España, siempre enamorada de lo que venía de Italia. En la fachada del ayuntamiento de Sevilla el estilo alcanza una de sus formulaciones perfectas e intemporales.

      En una época de transición, como es el siglo xvi, se ensayan nuevas fórmulas. El muy pesado y macizo, pero encantador arco de Santa María en Burgos, levantado para recibir a Carlos V, atestigua esa voluntad de investigar formas nuevas con elementos conocidos. Igual de espectacular es la fachada del palacio de Polentinos, en Ávila, portada de raigambre militar e italiana, con su matacán desorbitado que se convierte en el elemento principal. Los balcones en esquina, como los de los palacios de Cáceres, son reflejo de la audacia de aquellos maestros. También lo es la escalera dorada de la catedral de Burgos, de una suntuosidad y una fantasía tal que un problema de orden práctico, como era unir dos niveles en una de las entradas del templo, se convierte en una exhibición de estilo. Otro tanto ocurre en los enrejados, los retablos e incluso los muchos monumentos fúnebres platerescos, de evocaciones siempre alegres. El Dios de aquellos españoles es sin duda el Dios de la vida.