—De nuevo, lo siento —dice de pronto, sacudiéndose las perneras del pantalón, mientras se incorpora—. No tenemos por qué saber nada el uno del otro. Al fin y al cabo, os vais mañana. Enséñame qué tengo que destruir. Ahora mismo lo hago y podéis seguir vuestro camino sin más.
El cambio de tercio del alquimista me sorprende. Me vuelvo hacia él, desasiéndome de mi abrazo, confundida.
—¿Levi?
Me mira de soslayo y su gesto desarma; parece un niño perdido. Prefiero el silencio a su brusquedad. No entiendo qué he hecho o dicho para que Levi reaccione así, sin embargo, el alquimista aprieta los labios y se dirige hacia su casa. Lo sigo hasta dentro del edificio. Se detiene frente a los fogones de la cocina, que está integrada junto al salón, y pone a calentar agua.
—¿Qué haces?
—Si trabajo, necesito café.
Un fogonazo nos lanza a todos hacia atrás con un grito contenido. La llamarada verde se retuerce, baila unos segundos más en el aire y luego, se apaga, dejando el papel intacto. Pateo el suelo cabreada y Keira intenta calmarme. Levi lleva desde la noche anterior intentando destruir el Mapa de la Diosa y aún no lo ha conseguido; ni siquiera un indicio de que es posible.
Agatha también se asoma junto a Levi, asombrada y repleta de curiosidad, alternando la atención entre un libro y nuestro fracaso. Pasa las páginas con violencia, y temo que las rompa. Adora leer y sus libros son su bien más preciado. Sin embargo, la frustración es algo que le cuesta dominar y siempre se deja sucumbir ante ella.
El Mapa es una obra de arte; una mezcla de líneas topográficas, ilustraciones e indicaciones en una letra intrincada e ilegible. Sin embargo, yo soy bastante ávida en interpretar signos y códigos. De pequeña hasta me hartaba de jugar con Tristán a “en busca del tesoro escondido”, porque siempre acertaba las incógnitas que me llevaban hasta el final. Y sé que el Mapa conduce más allá de Erain, pasando por Trampte y la Quiebra, surcando los mares, a donde nadie se ha atrevido a ir nunca, porque está prohibido y porque nada de fuera se ha comunicado con nosotros. Es lo desconocido, una búsqueda de peligro innecesaria para la mayoría en este país.
Por eso insisto en que han enviado a mi hermano a morir. Porque más allá de la costa embravecida solo hay perdición. No hay Diosa que valga. No sé hasta qué punto me contenta mi desconocimiento, pero me siento segura en él respecto a esto. La Quiebra, es decir, la costa de la ciudad de Trampte, cuenta con el mayor índice de muertos, pese a que, en cualquier zona costera del país, el mar siempre parece querer destrozarte. Y si yo no me veo capaz de sobrevivir a ello, ¿lo hará Tristán?
Levi echa una gotita de color amarillo sobre el papel. Supongo que es otro compuesto químico y guardo la esperanza de que este sea el definitivo. Llevamos casi un día con ello y yo contaba con estar fuera de Bun a estas alturas.
Alguien entra en el taller que Levi tiene montado tras su casa para poder hacer sus experimentos y a saber qué más. Me giro, alerta, pero solo es Gala, que nos trae la merienda. Ya nos hemos negado varias veces a probar bocado. Primero, porque aún nos quedan latas de conserva y segundo, porque si ellos ya son pobres, alimentar a cinco bocas de más no mejorará su situación. Sin embargo, Gala cree una falta de respeto no aceptar su gesto, así que cuando nos acerca la bandeja llena de cuencos repletos de almendras, los cogemos dando un simple gracias.
A la luz del día, Gala parece mucho más mayor de lo que es. Tiene un aspecto muy desmejorado. Se le nota enferma y débil. Las manchas grises dominan casi todo su cuerpo. Prácticamente, es una segunda y nueva capa de piel. Descubro que es una expirante. Las infecciones están muy extendidas y pronto comenzarán a desprenderse, dejándola en carne viva.
—¿Estáis seguros de que queréis destruir esta reliquia? —Noto en el tono de Levi una vacilación.
—Es de mi propiedad ahora, y hago con él lo que quiera —contesto, tensa.
—¿Te has oído ? Este es un documento que ha pervivido durante siglos, le pertenece a la humanidad entera, no a un solo individuo. Acabas de hablar como una ígnea egoísta y posesiva.
—Y dale con tener tantos prejuicios. Sabes que hay malas personas en todas partes, ¿no?
Él me observa como si hubiese dicho una hipocresía. Yo no estoy libre del prejuicio, sobre todo con los ígneos, pero no me puede negar que si no empezamos a ver a las personas como son, en vez de como creemos que son, entonces no hay esperanza que valga. Despego los labios, dispuesta a contraatacar de nuevo, pero Lars se adelanta con su natural actitud conciliadora:
—¿Eres creyente de la Diosa, Levi?
—Soy alquimista. Deberíais pensar mejor en lo que estáis haciendo.
—Pero has accedido a destruirlo —se adelanta Keira, atacando.
—Antes de saber qué era. —Levi aprieta los dientes.
—Y cuando has sabido qué era has accedido igualmente. —Lars se cruza de brazos, incrédulo.
Podría haberse negado. Podría habernos dicho que él no iba a destruir algo que fuese en contra de sus propias ideas. Sin embargo, lo está probando todo y el Mapa continúa intacto, como si los años y miles de productos no hubiesen rozado su superficie jamás.
Lo miro con el ceño fruncido, y él lee mi expresión a la perfección, porque coge aire, indignado:
—Lo he intentado todo, Amaranta. Todo. Entiendo que estés nerviosa por tu hermano, pero no sé qué más hacer. ¿Qué tiene este papel? No se rompe. Resiste al agua y la humedad, es inmune a los ácidos y otros elementos. En sí es muy resistente, no pierde propiedades, ni siquiera se desgasta. Esto podría ser…
—No —corto de inmediato. Capto cómo los ojillos de Lars brillan, traviesos, algo que siempre sucede cuando su imaginación se dispara—. No es la Diosa. No hay ningún superpoder intercediendo por el dichoso Mapa. No estamos en medio de la devastación humana en sí misma para que me vengáis con esas tonterías.
—Tienes la mente abierta para que lo quieres, Amaranta —chista Levi.
El golpe es duro. Mis amigos se quedan clavados en el suelo. Me corroe la ira, la vergüenza y el más profundo de los orgullos.
—A ver si es verdad que los alquimistas solo sois unos charlatanes y que… —arremeto, harta, pero es mi propio arrebato de injusta intransigencia lo que me hace enmudecer.
Tiene que entender que no creo en nada. En nada de nada. Ni en el Dios de la Corona Ardiente, ni en la Diosa. Sí creo en el cambio climático, en la ciencia. Creo en la realidad objetiva tal y como la contemplo, porque sobrevivo a ella día a día.
Sin embargo, el asunto del Mapa me escama. ¿Cómo puede haber aguantado al tiempo y a la manipulación agresiva de Levi? Aunque el alquimista ni siquiera puede dar una explicación científica a la falta de reacciones, la respuesta debe estar ante nuestras narices. Fue fabricado, escrito y dibujado por la mano de un ser humano, no por un ente divino. Mortal el humano, mortal el trozo de papel.
—Levi, decídete. Sabes que no nos podemos quedar mucho tiempo aquí y…
—¿Crees que no lo sabe, Amaranta? —Iggy me interrumpe. Siempre que dice mi nombre completo es porque está enfadado. Y no le culpo, porque yo debo ser alguien complicado de tratar continuamente.
—Sí, Iggy, sé que lo sabe —me defiendo—. Y por eso mismo aprieto, porque no quiero poneros a ninguno de vosotros en peligro, ¿entiendes? Ni a ti, ni a Keira, ni a Lars, ni a Agatha y mucho menos a Levi y su familia. Siento si te has visto obligado a esto, Levi, pero solo quiero encontrar una solución para todos. Y con todos incluyo a mi hermano.
«No puedes salvarlos a todos», resuena Nil en mi memoria. «Cállate», le espeto yo.
Mi contestación tensa el ambiente tanto que apenas se puede respirar. Solo se oye el burbujear de los compuestos químicos y el crepitar