e) Otro argumento: los pasajes de Isaías relativos al Siervo de Yahvé (caps. 42-53) y sobre todo el texto referido al «Hijo del Hombre» en Dn 7,13-14 —que en la teología de los evangelios sinópticos van unidos a la idea de Siervo de Yahvé que muere y resucita— se interpretaban siempre en el judaísmo anterior a los evangelios sinópticos de una manera diría que casi fija del modo siguiente:
1. El «Siervo de Yahvé» o bien era un futuro monarca de Israel descendiente de David (y el mismo Evangelio de Marcos parece negar que Jesús fuera descendiente real de ese monarca: Mc 12,37 «El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo? La muchedumbre le oía con agrado»), o bien se refería al pueblo entero de Israel.
2. La enigmática figura de un como «hijo de hombre» no se refería en el judaísmo a una persona individuada, sino que, tal como dice el libro de Daniel mismo, es la representación simbólica de todo el pueblo de Israel (Dn 7,27: «Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Reino eterno es su reino, y todos los imperios le servirán y le obedecerán» y 12,1: «En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro»), o en todo caso de un ángel (10,5-6).
Por tanto, dudo mucho de que el Jesús histórico se considerara a sí mismo el «Siervo de Yahvé», y sobre todo si esta figura se unía a la de un como «hijo de hombre» de Daniel.
EL JESÚS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Jesús. Aproximación histórica, PPC/SM, Madrid, 2007, 576 pp.
José A. Pagola afirma varias veces y con rotundidad que su libro no es un intento de explicación teológica o piadosa, sino de una rigurosa aproximación histórica. Así consta en el subtítulo. Y añade: «Quiero saber quién está en el origen de la fe cristiana» (p. 5). El autor afirma haber estudiado toda la literatura científica con ojos atentos. Y otros colegas suyos en España sostienen igualmente que su obra es un compendio de la investigación crítica sobre Jesús, realizada en los últimos cincuenta años, en Europa y América, tanto entre católicos como entre protestantes y judíos. Pagola indica que su análisis se sitúa en un «momento anterior» a la «cristología canónica», que es la del Nuevo Testamento, es decir, en la línea de la tradición sinóptica previa, incluso, a algunos desarrollos de Mateo y Lucas. Así, volviendo a las fuentes primeras, el autor piensa que se puede poner en marcha un movimiento de renovación cristiana fiel a los inicios.
Ahora bien, al final de su libro (Anexo II, p. 479), tras haber recordado el «carácter indispensable del empleo del método histórico-crítico», Pagola parafrasea y acepta, aun sin decirlo claramente, el contenido esencial del documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 15 de abril de 1993, «La interpretación de la Biblia en la Iglesia», firmado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger. Ese texto dice que es conveniente recordar que «el justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con aquello de lo que habla el texto». Por eso todo intérprete ha de plantearse «qué teoría hermenéutica hace posible la justa percepción de la realidad profunda de la cual habla la Escritura y permite expresar su significado para el hombre de hoy». «No cabe duda de que la sintonía con el mensaje de Jesús, la acogida positiva de su llamada y el seguimiento fiel aumenta la capacidad del exegeta para captar su realidad profunda». Nuestro autor, por tanto, quiere unir el método histórico-crítico con la percepción de una realidad profunda subyacente a los evangelios, que solo es perceptible desde la fe.
De hecho, tal aproximación «histórica», muy limitada a mi parecer, le ha costado grandes disgustos con el episcopado español, y se le ha impuesto la obligación de cantar la palinodia acerca de algunas de sus afirmaciones. Por ello es de especial interés este libro. Juan José Tamayo afirma, en un comentario aparecido en el suplemento «Babelia», de El País, 16 de febrero de 2008, p. 16, que debe uno extrañarse de que un libro que muestra a un Jesús tan atractivo y actual, tan asequible e interesante, haya servido de piedra de escándalo a «algunos obispos y teólogos católicos españoles, quienes no han dudado en acusarlo de arriano»; y añade: «No logro entender por qué esta imagen de Jesús que ofrece Pagola ha podido sacar de sus casillas a los guardianes de la ortodoxia católica».
Hago, en primer lugar, el pertinente resumen de las ideas de Pagola sobre Jesús, al que entiende básicamente como fundador remoto del cristianismo, para pasar luego a una valoración. Como perspectiva general sostiene Pagola que Jesús era un hombre relativamente indocto, pues «no tenía biblioteca»; un maestro heterodoxo que «ponía en cuestión la religión convencional»; era el «promotor de la venida de un reino de Dios que no es una realidad espacial, sino un proyecto de justicia y de compasión para los excluidos del sistema político y religioso»; el creador de un movimiento igualitario de hombres y mujeres sin dominación masculina; amigo de las mujeres: «Su amiga más entrañable era María Magdalena, que ocupa un lugar especial en su corazón y en el grupo de discípulos».
a) Respecto a su nacimiento, niñez y juventud, Pagola omite radicalmente (p. 39) todo lo que pueda sonar a concepción y nacimiento virginal de Jesús, y señala en nota (así suele hacer cuando trata de algún tema «vidrioso», en neto conflicto con el dogma) el problema teológico de los «evangelios de la infancia» (Mt 1-2; Lc 1-2: pp. 39-60). Sostiene (p. 39, n. 1) que los procedimientos utilizados por los evangelistas en estos cuatro capítulos, «más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado. Se aproximan mucho a un género literario llamado midrás haggádico que describe el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, personajes o textos de la Biblia hebrea». Añade también que «no fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos (probablemente se sabía poco), sino para proclamar la buena noticia de que Jesús es el mesías davídico esperado en Israel y el Hijo de Dios para salvar la humanidad».
Del nacimiento de Jesús en Belén —según Mateo y Lucas—, afirma Pagola que «Jesús nació probablemente en Nazaret» y que ambos autores evangélicos defienden el nacimiento en Belén por motivos teológicos. Sobre los hermanos de Jesús sostiene (p. 43, n. 11) que «Desde un punto de vista puramente filológico e histórico, la postura más común de los expertos es que se trata de verdaderos hermanos y hermanas de Jesús. J. P. Meier, tal vez el investigador católico de mayor prestigio en estos momentos, después de un estudio exhaustivo concluye que la ‘opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús lo fueran realmente’». Me parece valiente esta postura, aunque quede relegada de nuevo a una nota, como para ocultar que en realidad se contrapone al dogma católico. Sin embargo, no hay una palabra en el libro sobre la adopción de Jesús como hijo en el bautismo. ¿Fue Jesús Hijo de Dios óntico, real?
b) Jesús se vio atraído por Juan Bautista y fue bautizado por este, pero en esos momentos tras el bautismo «no tenía un proyecto definido» (p. 75). Pagola se hace eco del título y contenido de la conocida obra de Senén Vidal, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, que ya hemos comentado (supra). Jesús perteneció al pequeño grupo de los que se sintieron tan impactados por el Bautista que no retornó a su casa tras el bautismo para seguir con sus labores, sino que se «dedicó a colaborar con el Bautista en servicio de su pueblo (el judío)» (p. 75). De estos