2. Pagola es a la vez un creyente: «Escribo este libro desde la Iglesia católica» (p. 7) y al mismo tiempo mina totalmente la credibilidad histórica de los evangelios. Pruebas:
2.1. Los dos primeros capítulos de los evangelios de Mateo y Lucas «más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado… Describen el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, personajes o textos de la Biblia hebrea». «No fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos (probablemente se sabía poco), sino para proclamar la buena noticia de que Jesús es el mesías davídico esperado en Israel y el Hijo de Dios para salvar la humanidad». Pagola está aquí contraponiendo claramente ‘conocimiento histórico verdadero y difusión de sus resultados por medio de escritos’ a ‘invención teológica de lo que ocurrió (de lo que probablemente nada cierto se sabía) inspirándose en fuentes externas’ (la Biblia hebrea).
Conociendo la mentalidad general de los evangelistas como autores dentro de la atmósfera intelectual del siglo I, me parece absolutamente inverosímil atribuirles «que no pretendían informar de los hechos ocurridos». Esta proposición es muy improbable, aunque se repita continuamente. Mucho mejor sería decir que ellos informaban de hechos acaecidos realmente, pero no como sucedieron en realidad, que no lo sabían con exactitud, sino como imaginaban que debían de haber ocurrido. O, en todo caso, puede mantenerse honestamente que los autores evangélicos utilizaron sus fuentes de modo popular, que no tenían —como la inmensa mayoría de sus contemporáneos— una mentalidad crítica y que creyeron a pies juntillas en las leyendas que sobre el héroe del relato, Jesús, se iban formando para suplir las lagunas de información sobre su infancia. Por tanto, estaban totalmente convencidos de que transmitían a sus lectores hechos que habían sucedido así en realidad, pero se equivocaron confiando en datos que la crítica de hoy no puede aceptar.
2.2. Las alegorizaciones de las parábolas jesuánicas (p. 118, n. 10) «provienen de misioneros y catequistas cristianos», no realmente de Jesús; ejemplos: las aclaraciones alegóricas de la parábola del sembrador: Mc 4,14-20, y de la cizaña: Mt 13,37-44.
2.3. Mc 4,10-12 puesto en boca de Jesús por parte del evangelista Marcos —atribuyéndole un deseo de hacer daño positivo cuando habla al pueblo en parábolas para que no entiendan— no proviene en realidad de Jesús: p. 119, n. 14.
2.4. Lc 7,41-42 está compuesto quizás por Lucas: p. 148, n. 70.
2.5. La tajante negación del valor histórico del prendimiento romano de Jesús según Jn 18,28, o la negación de la institución de la eucaristía en la última cena, tal como lo entiende el pueblo cristiano hoy, supone acabar con la credibilidad de los evangelios.
3. Afirma taxativamente Pagola que «Jesús no se casó» (p. 57). Me parece, sin embargo, que tal afirmación no puede hacerse de un modo tan tajante. Lo único que podemos afirmar —a la vista de las fuentes— es que quizá sea probable que en su vida pública, de antes nada sabemos, Jesús no estuviera ligado a una familia. Nada más. No podemos afirmar ni siquiera la posibilidad de que Jesús sintiera una «llamada» divina como la del profeta Jeremías que le invitaba al celibato: «No me senté en peña de gente alegre y me holgué: por obra tuya solitario me senté, porque de rabia me llenaste» (15,17). Dicho más claramente: respecto a la vida oculta de Jesús lo mismo se puede decir que se mantuvo célibe, o que se casó y luego dejó a su familia para comenzar su vida pública itinerante, o que era viudo cuando inició esta. No hay pruebas para sostener razonablemente ninguna de las tres hipótesis.
4. Sostiene Pagola que las relaciones de Jesús con su familia fueron pésimas. Creo, sin embargo, que esta afirmación no puede ser tan rotunda: la relación de Jesús con su familia y el término «ruptura» (donde se deja traslucir que fue casi definitiva) deberían merecer un comentario para precisar el término. A pesar de que los evangelios presentan un desencuentro fuerte entre Jesús y sus hermanos (Mc 3,21: su familia cree que Jesús no está cuerdo; Jn 7,5: sus hermanos no creen en él), algunos críticos han dudado de que todo este cuadro de enfrentamiento entre Jesús y su familia sea correcto. Y la razón es que contrasta con la afirmación de los Hechos de los Apóstoles en las que el autor (¿Lucas?) afirma que María y los hermanos de Jesús formaron de inmediato parte muy importante del restringido grupo de los seguidores de Jesús: 1,14. Parece que la mejor explicación puede ser la suposición de que aquí —como en otros casos— los evangelistas exageran y pintan con trazos demasiado gruesos, negativos y sesgados una situación vital que pudo ser distinta, algo más suave. Al igual que los evangelios, sobre todo el de Mateo, dibujan exageradamente una oposición a muerte entre Jesús y los fariseos, siendo así que el primero —como se deduce por su teología, por su modo de usar la Biblia y cómo discute sobre ella— era al menos muy profariseo o filofariseo, y que las disputas entre maestros dentro de la secta eran fuertes y comunes, aunque «sin que la sangre llegara al río», se puede suponer semejantemente aquí que los evangelistas han exagerado una situación vital, afirmando que las relaciones entre Jesús y su familia fueron pésimas. Para coordinar los textos de Mc 3,21/Jn 7,5 con Hch 1,14 se ha supuesto con razón que la oposición Jesús / su familia es un reflejo del enfrentamiento entre la facción judeocristiana de Jerusalén —dirigida en tiempos por el «hermano del Señor», Santiago, y luego por otros parientes de Jesús— y la facción paulinista, muy contraria en su teología, a la que pertenecen de algún modo los evangelistas. Pero el «traslado» hacia Jesús de un conflicto presente en la comunidad cristiana supuso exagerar y cargar las tintas del conflicto en el pasado. Pagola no contempla esta hipótesis.
5. Tampoco parecen históricas en sentido estricto las afirmaciones de las pp. 58 y 60 en las que se afirma que «Jesús vivía despreocupado por la impureza ritual», y «Jesús se dejaba abrazar por prostitutas». La primera porque una cosa es darle menos importancia a la pureza ritual, como buen galileo que vive lejos del Templo, y otra bien distinta, «vivir despreocupado». El pasaje siguiente, transmitido por Mateo 8,2-4: «En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: ‘Señor, si quieres puedes limpiarme’. Él extendió la mano, le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio’. Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: ‘Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio’», es tenido por histórico en lo que afecta a la orden de Jesús, y casa bien poco con «vivir despreocupado» por la pureza ritual.
Del mismo modo se puede citar Mc 1,44: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Por la fuerza de estos textos se puede afirmar con Fernando Bermejo (infra) que tanto Juan Bautista como Jesús enfatizaban la primacía de la pureza interior sobre la pureza ritual. Pero tanto en Juan Bautista como en Jesús que «Jesús no se opone en modo alguno al ritualismo…, sino que se limitan a anteponer los aspectos morales a los rituales; en su enseñanza el culto no es abolido, sino que queda postergado ante los aspectos éticos; su crítica del legalismo autocomplaciente y la concesión de primacía a la pureza interna, la misericordia y el amor (al pobre, al prójimo) sobre el sacrificio están en continuidad con el espíritu del profetismo bíblico, que usa estas ideas como principios críticos para interpretar la Ley».
6. Pagola recoge en su obra uno de los falsos clichés más extendidos acerca de las posibles diferencias entre Juan Bautista y Jesús. En la p. 58 escribe: «El proyecto de Jesús lo