i) El motivo de su prendimiento, juicio, condena y muerte en cruz fue «haber denunciado de raíz el sistema vigente en el Israel de su tiempo» y «haberse solidarizado con los pecadores, prostitutas, enfermos, mendigos…». Jesús se había transformado muy pronto en un profeta «conflictivo y peligroso» simplemente porque su conducta original e inconformista irritaba a las autoridades. Era un estorbo y una amenaza porque se empeñaba en anunciar un vuelco a la situación social; en realidad era un desafío al sistema (pp. 333-334) La oposición al estamento de los fariseos y a las autoridades religiosas, su crítica al Templo (pp. 334; 338-340) eran sencillamente insufribles. El Imperio romano comenzó muy pronto a recelar de Jesús, aunque proclamara que «entrar en el reino de Dios no significa poder, ni riqueza, ni honor, sino justicia y compasión»… (p. 344). Este recelo no estaba demasiado justificado para Pagola, porque Jesús nunca se proclamó mesías de Israel; la entrada en Jerusalén no fue propiamente mesiánica, sino solo la actuación de un profeta y anunciador de la llegada del reino de Dios (pp. 356; 451). Su llegada a la capital montado sobre un pollino solo buscaba la paz y la justicia para todos (p. 357).
Por otro lado, hay algún que otro juicio crítico en el libro de Pagola contra la posición usualmente defendida por medios teológicos conservadores. Así, para nuestro autor, la última cena no fue una cena de Pascua…, sencillamente porque, según la noticia de Jn 18,28, si Jesús fue crucificado la víspera de la Pascua, es imposible que una cena celebrada antes fuera pascual y, en segundo lugar, porque no hay el menor rastro de elementos pascuales. Para Pagola fue una cena solemne de despedida de sus discípulos por parte de un Jesús que presentía su muerte (p. 363). De modo consecuente, la interpretación de la institución eucarística por parte de nuestro autor se restringe a un acto puramente simbólico: el pan y el vino evocan el banquete del reino de Dios y el vino en concreto, la entrega total de Jesús (p. 367).
Que el prendimiento de Jesús fue obra de los romanos, según Jn 18,2.12, «no merece el menor crédito» (p. 374, n. 13). Los que detuvieron a Jesús fueron solo los judíos, y fueron estos también los que entregaron a Jesús al prefecto, Pilato (p. 380). «Aunque según el relato evangélico, Jesús es condenado por blasfemo al haberse proclamado Mesías, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, la combinación de estos tres títulos cristológicos, que constituían el núcleo de la fe en Jesús, expresado en lenguaje cristiano de los años sesenta, nos está indicando que la escena difícilmente puede ser histórica»… (p. 379). Sí acepta, en cambio, Pagola, que Jesús fue finalmente condenado a muerte por Roma y solo por ella (p. 381).
Pero tal condena fue injusta: «¿Puede alguien pensar realmente que Jesús estaba intentando restablecer una monarquía como la de los asmoneos o la de Herodes el Grande? Aquel hombre no iba armado. No lideraba un movimiento de insurrectos, ni predicaba un levantamiento frontal contra Roma. Sin embargo, sus fantasías sobre el ‘imperio de Dios’, su crítica a los poderosos, su firme defensa de los sectores más oprimidos y humillados del Imperio, su insistencia en un cambio radical de la situación son una rotunda desautorización del emperador romano, del prefecto y del sumo sacerdote designado por aquel» (pp. 386-387).
j) El libro no se detiene ante la cuestión de la resurrección de Jesús, un hecho que ciertamente no pertenece a la historia, ya que no es repetible. A partir de las páginas 411 ss., Pagola trata de explicar la resurrección de Jesús por medio de razones psicológicas y teológicas. La resurrección fue fundamentalmente el convencimiento, o creencia, de los discípulos de que Jesús seguía vivo entre ellos y de que vivía una nueva vida, la vida de Dios. No era una vuelta a la vida sobre la tierra (pp. 423-425). Advierte Pagola (p. 425, nn. 38 y 39) de que «Hemos de aprender a leer correctamente los textos sobre la resurrección»: «Es prácticamente imposible armonizar los datos de los textos viendo en esas escenas tan gráficas no descripciones concretas de lo ocurrido, sino procedimientos narrativos que tratan de evocar, de alguna manera, la experiencia de Cristo resucitado». Debido al carácter de los textos, acepta Pagola la imposibilidad histórica de saber algo preciso sobre el enterramiento de Jesús… Los datos de los evangelios solo tienen visos de acertar en la idea de que los discípulos no lo enterraron, sino que fueron otros…, aunque rechaza la hipótesis del enterramiento en una fosa común sugerida por Hch 13,27-29.
k) A partir de la p. 436, nuestro autor abandona el ámbito histórico y hace claramente teología explicando el sentir de cada uno de los evangelistas sinópticos: Dios ha dado la razón a Jesús; Dios ha hecho justicia al Crucificado… «Solo el amor increíble de Dios puede explicar lo ocurrido en la cruz… y de ahí surge la afirmación trascendental cristiana de que Dios es amor» (p. 444), pero vuelve a la crítica literaria e histórica en las pp. 449-452 cuando afirma muy bultmannianamente que los títulos cristológicos son expresiones de la fe de la comunidad primitiva: Mesías, Señor, Hijo de Dios, Hijo del Hombre.
En el Anexo I, «Breve perfil histórico de Jesús» (pp. 471-476), nuestro autor da la impresión de que torna a los tópicos con las afirmaciones acerca de la «conducta desviada» de Jesús: «Rompía constantemente los códigos de comportamiento vigentes en aquella sociedad. No practicaba las normas establecidas sobre la pureza ritual. No se preocupaba del rito de limpiarse las manos antes de comer. No practicaba el ayuno. En ocasiones rompía las normas prescritas sobre el sábado. Vivía rodeado de gente indeseable. Iba acompañado de personajes marginales. Trataba públicamente con mujeres. María Magdalena ocupó un lugar prominente en su movimiento, aceptó a las mujeres como discípulas… Todo eso lo hizo Jesús para expresar de manera gráfica que el reino de Dios estaba abierto a todos, sin excluir ni marginar a nadie» (p. 474)… Pero todas estas ideas son negadas, o muy matizadas, por la crítica histórica actual.
Mi valoración crítica a las ideas de Pagola es la siguiente:
1. No me parece posible la unión de una «rigurosa aproximación histórica» y a la vez mantener los principios de la Comisión Bíblica: «el justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con aquello de lo que habla el texto», que traducido al román paladino significa que nadie puede ser un buen exegeta de textos referidos a Jesús si no es creyente en ese Jesús.
Creo que las opiniones de varios reseñistas en los medios de comunicación hacen un flaco favor a Pagola en cuanto que disminuyen sus credenciales como historiador. Así, por ejemplo, Xabier Pikaza, quien sostiene que el libro de Pagola6 está escrito «como aproximación histórica, en la línea de la primera tradición del evangelio; trata de la vida de Jesús desde una perspectiva kerigmática (es decir, de anuncio cristiano del evangelio), en la línea de Marcos y Pablo». La «razón científica es buena y puede incluso ayudarnos a entender a Jesucristo. De esa forma ha reconciliado Pagola una vez más a Jesús con la ciencia, como hizo santo Tomás y como han hecho los buenos teólogos. El libro de Pagola es fiel a la crítica científica, siendo así (¡y por eso!) fiel a Jesucristo. La ciencia no ‘demuestra’ la verdad del evangelio, pero ayuda a situarlo y entenderlo».
A ello respondo: lo que me produce confusión es la mezcla, o yuxtaposición de «aproximación histórica» y de «perspectiva kerigmática», porque para mí, las dos cosas no pueden ir casi nunca juntas. Entiendo que la aproximación histórica es rigurosa y científicamente histórica, por lo tanto, el kerigma o proclamación de la fe no tiene siempre cabida en esa aproximación; a no ser que se entienda por «aproximación histórica» el que se narren hechos desnudos, y por kerigma —por ejemplo, de Marcos o Pablo— el que se cuente un simple hecho histórico desprovisto de contenido de fe. Pero, si no me equivoco, en una «aproximación histórica» sobre Jesús se debe destacar nítidamente lo que él, Jesús, pensaba estrictamente en cuanto se puede reconstruir por la crítica histórica y literaria, y luego contrastarlo con lo que de él opinaba su primer «biógrafo», Marcos, que es en ocasiones muy distinto. No hacerlo con toda y absoluta claridad y nitidez significa que nunca abordaremos cómo debe formularse la cuestión