Crisis del agua . Jaime Peña Ramírez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jaime Peña Ramírez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Математика
Год издания: 0
isbn: 9786070252815
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ciudades e industrias a cargo del Estado. En nuestro país tenemos un comportamiento semejante con un absoluto retraso en las respuestas, tal como veremos en el siguiente capítulo.

      Al escasear el agua limpia para los usos humanos indispensables, empieza a adquirir las características de una mercancía. En la historia de la humanidad, en general, encontramos momentos de valorización del agua conforme a ciertas circunstancias. El acarreo del agua ha sido común a todas las culturas, alcanzando cierto precio la unidad de que se trate. Es decir, el agua carece de valor, pero se le puede añadir con la intervención del hombre.

      En el capitalismo, la industrialización y urbanización conducen a presiones por el agua como resultado de la concentración demográfica que impulsan; sin embargo, su contaminación acelera las presiones al reducir la oferta de agua dulce. Esto conduce a la transformación acelerada del agua en mercancía en varias versiones o modalidades.

      El siglo XX ha realizado una metamorfosis grotesca del agua en un fluido con el cual las aguas arquetípicas no se pueden mezclar. (J. Robert, en Ávila G: 38, siguiendo a Iván llich) […] Las aguas industrialmente procesadas, cuyo sonido reverbera en las cañerías, no purifican, antes de haber sido, ellas mismas, lavadas, tratadas a costos crecientes. Son las “cenizas” reprocesadas del agua que “consumimos”, es decir que “quemamos”. Las aguas que necesitan ser lavadas son amargas, “como las lágrimas”, dice Adolf Muschg, y añade: “sabemos que las lágrimas, a veces, queman” (J. Robert en Ávila G.: 38).

      La metamorfosis social fundamental sobre la que insiste este autor es la presencia de botellitas y botellodependientes, que reflejan una transmutación del agua en mercancía. Es una forma directa de intromisión del capital en esta transformación, con un éxito impresionante a nivel mundial (EU y recientemente China). En nuestro país se desenvuelve durante los últimos años del siglo XX, asociado al deterioro del recurso administrado por el Estado:

      La toxicidad del agua entubada es el desvalor que paraliza una libertad elemental y abre mercados para nuevos “valores”. Sin este “desvalor originario”, las compañías empaquetadoras de “agua natural” no tendrían ningún “valor” que ofrecer y las aguas embotelladas no podrían competir por el monopolio de la satisfacción de la sed (J. Robert en Ávila G.: 36 y 37).

      El agua embotellada surge originalmente como una mercancía que satisface la demanda de las clases ricas de las ciudades para evitarles males mayores ante el riesgo de ingerir agua contaminada en las tuberías. Pero ante la mala distribución de la infraestructura, el incremento acelerado de la contaminación y el retiro del Estado, que deja de lado a los pobres de las ciudades, el agua embotellada se expande hacia las capas medias y pobres como elemento de sobrevivencia, más que de lujo. La dinámica general conduce a que ante mayores carencias y grados de contaminación del agua entubada, mayor producción-consumo de agua embotellada, con todos sus impactos ambientales. El caldo de la injusticia urbana está al punto.

      Hay, en una línea crítica, toda una corriente de pensamiento que afirma que el agua no debe ser una mercancía porque se trata de un bien vital (Veraza, 2007; Declós, 2009; Barreda, 2006, y Clarke, 2004 y 2005); sin embargo, hay que partir de la palpable presencia del agua embotellada en todo lugar y sus botellitas contaminantes inundando los cuerpos de agua del mundo, que es sobre lo que aquí insistimos. El proceso es una solución a la crisis del agua de beber, generando una mercancía con un sinnúmero de secuelas ambientales y energéticas, al fin, afirmaría Tibaldi (1972), para la reproducción del capital. Por lo demás, coincidimos con los autores citados en que el agua debe ser un derecho y no una mercancía.

      Por una parte, el Estado tiende a satisfacer la demanda creciente del agua en las concentraciones urbano-industriales, como actividad integral de sus elementos de consenso, entre otros tantos poros cubiertos por el Estado. Todo ello, con la participación del capital en algunos de sus momentos. Sin embargo, las tendencias neoliberales de fines del siglo XX conducen a una crisis fiscal crónica del Estado que le impide cubrir las necesidades básicas de la población. El nuevo Estado neoliberal, delineado por los organismos internacionales dominantes que ayudan en forma condicionada a remontar la crisis, articula entonces un discurso que no pierde de vista su carácter higienista, pero insiste en la eficiencia y eficacia del capital en los distintos ramos de atención de la demanda de agua en un mercado libre del agua, que habrá de combatir el burocratismo, la corrupción y promover la competencia y la atracción de capitales (Arrojo, en Barkin, 2006: 54). El Estado reconoce pues su ineficiencia y su contribución al “desvalor” del agua de la llave que genera nuevos valores. Uno de ellos es administrar el agua y los sistemas hidráulicos por las empresas privadas, como una variante de mercantilización del agua.

      En otro ángulo central del agua, el capital inmobiliario va ganando tierra-mercancía que alcanza un gran valor con la obra hidráulica en la agricultura y mucho más en la especulación urbana. La desecación del gran lago de la cuenca de México implica un especial giro histórico durante el siglo XX comandado por el capital (ICA entre otras empresas) y el Estado, quienes van liberando de agua, la mercancía más codiciada de las empresas constructoras. La liberación implica grandes obras de expulsión del agua, mientras que, en contrapunto, el abastecimiento para los nuevos desarrollos significa también posibilidad de ganancia, de tal modo que el impulso a la obra hidráulica-mercancía (una fuente más de negocios del capital) se transforma en imperativo categórico del Estado y el capital durante el siglo. En el resto de las urbes se articularon en años recientes procesos muy parecidos de ganancia de terrenos y de agua, así como de obras hidráulicas-mercancías para suprimir los riesgos de inundaciones, el abasto, expulsión o tratamiento.

      Por lo demás, el proceso implica vaivenes en la participación del Estado y del capital a través del contratismo inaugurado a fines del siglo XIX (Connolly, 2007). El capital extranjero tiene injerencia en el proceso al inicio y a fines del siglo XX, mientras que los capitales nacionales se desarrollan durante el siglo; bajo el impulso de los organismos internacionales, las grandes firmas se van imponiendo desde los ochenta del siglo XX hasta la actualidad.

      La creación de las ciudades-cuenca se va gestando como solución al problema creciente de la demanda de agua en las ciudades y las industrias, así como a los problemas derivados de la contaminación del recurso. Esta opción, que hemos definido como ciudad-cuenca, es concebida y practicada por el Estado con la participación del capital. Detallamos enseguida las características generales de nuestro concepto.

      Para abastecerse de agua potable, las grandes urbes, después de agotar sus recursos superficiales y subterráneos, tienden a extraer agua de cuencas vecinas; para deshacerse de sus aguas contaminadas, las envían fuera de su cuenca sin tratamiento alguno. Esto conduce a un desajuste hidrológico en la cuenca fuente o aportante y a la contaminación de la receptora del agua urbana e industrial que no ha recibido tratamiento.

      La dinámica de conformación de estas ciudades es la siguiente: el crecimiento urbano industrial que las caracteriza impulsa una depredación del recurso en periodos muy cortos que no superan las decenas de años. Así, en forma acelerada se agotan los recursos hídricos superficiales, recurriendo a los subterráneos; ambos tienden a ser insuficientes ante el crecimiento acelerado, de tal modo que se recurre a fuentes externas a la cuenca que da cobijo a la urbe. A su vez, el se desentiende de tratar las aguas residuales que expulsa, afectando a poblaciones ubicadas aguas abajo. En un momento dado, la ciudad puede instalar infraestructura para el tratamiento de las aguas residuales, en cuyo caso, es la propia ciudad en primera instancia, la beneficiaria del mayor volumen de agua tratada disponible. En este caso, la injusticia es entre campo-ciudad y entre ciudades grandes contra pequeñas. La ciudad-cuenca, entonces, es aquella que hace correr el agua limpia de una cuenca vecina a su cuenca y expulsa agua residual sin tratamiento hacia otros confines, en virtud de su poder social.

      Otro de los temas relativos a la crisis del agua ha sido la mayor presencia de los llamados desastres