La distribución del recurso hasta la casa habitación tiene grandes problemas de desperdicio, a tal grado que sobrepasa 30% la pérdida en las redes sobre el volumen entregado en bloque, conforme a los diagnósticos oficiales de la Conagua. El cobro y medición de consumo ha sido un problema grave en todo el país, así como el cobro por contaminar cuando los efluentes industriales no llenan los requisitos de calidad del agua exigida. Todo esto es campo para la presencia de capitales.
Existe en paralelo un conjunto de empresas en el negocio del agua para su tratamiento a nivel primario en las industrias o en el hogar, pero no alcanza un mercado amplio todavía. Por su parte, las industrias contaminantes apenas inician por ley el tratamiento de sus efluentes, mientras que los municipios aún privilegian el abastecimiento de agua potable sobre el tratamiento de sus efluentes. Todos estos campos todavía no pueden competir con los dos aspectos citados arriba, porque hay presencia del Estado para su desenvolvimiento.
El agua como elemento de poder y de conflicto
Cualquiera de los elementos de la naturaleza que pueda ser apropiado por el capital es fuente de poder y de riqueza; a su vez, fuente de conflicto con quienes gozaban libremente del agua, el suelo o el bosque privatizados. En las diferentes formaciones sociales se identifican apropiaciones comunitarias del bosque, del espacio, del territorio y se establecen relaciones culturales con ellos. El agua y sus sistemas de aprovechamiento pasan a ser un tema típico de interés público, primeramente atendido por los pueblos con sus ayuntamientos y posteriormente por los gobiernos centrales. Sin embargo, el agua atrae la mirada de poderes locales siempre, de tal modo que se asocia con los excesos de poder cuando se empieza a desarrollar la agricultura, pero aun más con las industrias demandantes de energía que ofrecen el agua o las ventajas de su uso industrial. Si bien la moderna agricultura de irrigación es fuente de confinamiento del agua, desajustes hidrológicos, sobreexplotación de acuíferos y contaminación, el nacimiento de la industria conlleva la muerte del agua limpia, porque la acapara y la contamina en un mismo proceso. La multiplicación de las industrias en esta lógica tiende a generar crisis recurrentes de contaminación y desabasto del agua, aun más cuando las industrias impulsan el moderno crecimiento urbano de extrema concentración demográfica.
El capitalismo tiende a resolver la crisis del agua mediante su mercantilización y la creación de la ciudades-cuenca bajo nuestra hipótesis central, pero no resuelve los problemas ecológicos de contaminación y formas de consumo del agua, sino que tiende a generar mayores injusticias, y por ende mayores conflictos y tensiones sociales. Por una parte, la mercantilización del agua conlleva la lógica del capital en cuanto a explotación de la fuerza de trabajo y generación de ganancias, unido a mayores gastos inútiles de energía (entropía) y múltiples contaminantes; por la otra, la ciudad-cuenca trae consigo, amén de las injusticias con lo rural y lo agrícola, una reconfiguración hidrológica en los espacios propios y aquellos dañados por el saqueo o la contaminación.
Por todo ello, el tema de la crisis del agua es un objeto de estudio digno de la ecología política, la cual no se puede sustraer de contemplar los procesos históricos y geográficos como puntos cardinales, tanto como de las teorías y prácticas del Estado y de los distintos capitales que pululan en torno al recurso, así como de los movimientos sociales que giran en torno al agua y sus crisis.
La crisis del agua como objeto de estudio multidisciplinario
La ecología política, aplicada a la crisis del agua en particular, es un campo en construcción, de esencia multidisciplinaria, como reconoce Leff. Sin embargo, a diferencia de este autor, creemos que no toma prestados los conceptos y categorías de otras ciencias sociales o naturales, sino que las utiliza en la versión original de la ciencia fuente y dentro del paradigma seleccionado, tal como podemos ayudarnos con la ciencia política en la definición del Estado o del capital como relaciones sociales básicas de poder reconocidas por las ciencias sociales. De la ecología o biología no puede prescindir, respetando sus parámetros científicos utilizados, aun cuando muchos de ellos son insuficientes ante la falta de recursos para elaborar estudios sistemáticos al estilo moderno de la ciencia, tal como sucede con la medición de la calidad del agua en nuestro país o la pérdida de biodiversidad. Nuestros casos en estudio tienen que anclarse además en elementos de la ingeniería y geohidrología, donde no sobran los conceptos de cuenca y balance hidrológico, así como el nuevo concepto de presión hídrica que combina la demografía con lo económico y la disponibilidad hídrica por cuenca.
Tales conceptos nos ayudan a valorar, medir, comparar espacial o temporalmente, aunque sea en forma aproximada, los impactos de la crisis del agua. Sin embargo, el número anual de muertes por inundaciones no se sigue en las estadísticas del agua. Muchas otras manifestaciones ni siquiera interesan a la ciencia formal o al Estado, tales como la pérdida de biodiversidad o el cúmulo de energía gastada en la venta y distribución del agua embotellada, o la producción de basura no procesada que genera. Otros indicadores, variables o parámetros resultan imponderables cuando, por ejemplo, la cultura de un pueblo o el pueblo mismo es borrado del mapa por el agua. No obstante, los rasgos generales históricos de la crisis del agua en las urbes analizadas, dados los caudales de consumo en los diferentes usos, así como el impacto en sus fuentes, como los destinos del agua residual, todo ello permite comprender las tendencias generales del modo en que se ha atendido o no el tema del agua en sus diferentes versiones de crisis por ciudad. En lo político, interesan las actitudes y acciones del Estado y del capital, así como la presencia de la sociedad civil en las luchas por el agua o en la pequeña parcela que se le ofrece en la administración del recurso en contadas excepciones.
La opción multidisciplinaria, por lo demás, no garantiza per se una postura ética a favor del agua y su preservación, sino que justifica en ocasiones un laxo diagnóstico que abre el camino a las fuerzas inerciales del capital y del Estado. Se tiene entonces que pensar en una posibilidad multidisciplinaria comprometida con la ciencia, la naturaleza y la humanidad.
Conclusiones
En el tema de la crisis del agua desde la perspectiva de la ecología política, hay que incursionar más allá de las posturas ideológicas que pueden ser multicolores, para esclarecer las tendencias de las urbes ante la crisis del agua que provoca su desarrollo. En todo momento del proceso que hace crisis (de escasez, contaminación o sobreexplotación) aparecen el Estado y el capital, tanto en sus orígenes como en el modo de atención al problema crítico que eventualmente se presente, generando la conciencia semiótica de la que habla Pérez Agote; en términos generales, tenemos en paralelo una sociedad desinformada de los procesos hídricos y difícilmente organizada para su atención. La participación del capital transnacional en todo negocio del agua tiende a imponerse como parte de las reglas de los organismos internacionales como condición del préstamo, y a la vez las empresas privadas tienden a imponer verdaderos monopolios en el manejo del agua urbana con la ayuda del Estado. En la producción y venta del agua-mercancía, sobresalen también las grandes firmas que extienden sus tentáculos hacia los campos de la alimentación.
El concepto de ciudad-cuenca es una propuesta del presente trabajo que sintetiza la parte política e hídrica del proceso de deterioro ambiental que analizamos para el caso del agua. Nuestro concepto tiene mucha afinidad con el de Perló y González (2005) sobre región hidropolitana que aplican al caso de la cuenca de México, pero tiene sus propios referentes espaciales que ayudan a la generalización, a la búsqueda de las leyes que rigen el comportamiento de las urbes con las características hidrográficas