Crisis del agua . Jaime Peña Ramírez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jaime Peña Ramírez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Математика
Год издания: 0
isbn: 9786070252815
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urbana la desarrolla el propio Estado, tal como la destinada a la irrigación. Ambas se reconocen como fuente de legitimidad y formación del propio Estado.

      En general, se acepta que los desastres de la actualidad no son tan naturales como parecen, sino que son construidos socialmente. Si bien el Estado construye obras desde su misma germinación precolombina para prevenir inundaciones, en el caso de la ciudad de México, por ejemplo, no logra dominar los impactos negativos en la última centuria por diferentes razones. Entre ellas, la urbe crece aceleradamente sobre un lago instalado en una cuenca cerrada, de tal modo que los riesgos de pérdidas humanas resultan inherentes al proceso de crecimiento urbano en terrenos inundables; este último se desarrolla con un alto grado de especulación urbana con el suelo ganado; en paralelo, la deforestación sistemática, la violación de reglas de construcción, la capa de cemento, etc. Es decir, las desgracias se asocian a la forma desordenada de crecimiento urbano que no respeta la naturaleza, refiriéndonos a los cauces naturales, los cuerpos de agua, la capa vegetal, entre otros. Esto es aplicable a todas las urbes del país que hemos elegido para su estudio, bajo las proporciones de cada caso.

      En aquellas, en general, los sistemas de protección ante las avenidas han sido concebidos a posteriori; los de expulsión de aguas pluviales no suelen asociarse a la infraestructura urbana necesaria para el abasto ni para evitar los riesgos, sino hasta que llega la desgracia. Con todo ello, el Estado logra un gran consenso al concebir las obras hidráulicas preventivas de estos fenómenos. Así, por ejemplo, las obras de la etapa prehispánica en la cuenca de México orientadas a separar las aguas salobres de las dulces (Palerm, 1962; Tortolero, 2009; Ávila, 2002), o bien, durante el porfiriato (Aboites, 1989; Perló, 1999; Connolly, 2005), destinadas a ganar espacio para el crecimiento de la urbe y evitar inundaciones, insalubridad y demás argumentos contra el agua, conforman todo un espectro de consolidación del Estado. Como ejemplo, Pedro Moctezuma nos recuerda que en este caso hubo enorme conflicto en las comunidades de Ixtapaluca, Temamatla, Cocotitlán y Chalco, pues estas obras, capitaneadas por Íñigo Noriega, despojaron masivamente de tierras y acceso al agua a las comunidades del oriente, afectando condiciones de vida, alimentación y prácticas culturales a las comunidades rivereñas.

      En la lógica general de crecimiento de las modernas urbes del siglo xx, los cuerpos de agua naturales no se han respetado y suelen llenarse de basura, luego de casas y cemento (Legorreta, 2010). Mientras tanto, los acuíferos subterráneos se sobreexplotan hasta poner en riesgo de hundimiento a las ciudades. Por los cauces de los antiguos ríos corren automóviles, porque se han convertido en ejes viales.

      Con todo lo anterior, el control de las inundaciones gana tierra para la agricultura, pero se traduce en indispensable para el avance físico y estabilidad de las urbes. A su vez, la consecución de los recursos financieros para las obras destinadas al control de inundaciones no tienen oposición ante los modernos estados.

      Todo ello nos indica la ausencia de una visión holística del agua, en la que predomine el sentido común, al menos para evitar los riesgos de inundaciones y no afectar la calidad y cantidad de agua disponible para los diferentes usos. Domina la lógica de construcción de obras faraónicas que provocan procesos irreversibles de deterioro hídrico a favor de las necesidades de crecimiento urbano. De esta manera, las inundaciones recurrentes forman parte integral de la crisis del agua y son, a la vez, una oportunidad de desenvolvimiento del Estado y el capital en el campo hidráulico.

      La cantidad y calidad del agua en un determinado hábitat garantiza o no el devenir de la vida, llamada naturaleza. Cuando hablamos de sobreexplotación de los acuíferos o de los ríos y demás cuerpos de agua, nos referimos a un problema de abuso del hombre sobre el agua que daña los hábitats, es decir, toda forma de vida. El proceso de contaminación tiene semejantes efectos sobre la vida por virtud de la calidad de un agua deteriorada como resultado de actividades antropogénicas, principalmente en las ciudades.

      Los impactos negativos derivados de la sobreexplotación de los acuíferos conduce a serios problemas de hundimiento paulatino o repentino del suelo, así como a problemas de contaminación del recurso por efecto de extracción de aguas salobres o contaminadas por arsénico, flúor y otros componentes tóxicos o dañinos para el ser humano y, por supuesto, afectan a los animales que eventualmente toman agua contaminada.

      La extrema contaminación de las industrias conduce a serios problemas de reproducción de especies y eleva los riesgos para garantizar la vida del ser humano. Así lo muestran los ejemplos de las antiguas explotaciones mineras, textiles y madereras, mientras que las ciudades generan grandes cantidades de materia orgánica o inorgánica, tóxica o peligrosa que no se procesa ni confina. Por ello, advertimos que el agua que circula en el ciclo hidrológico puede ser en forma aproximada la misma en volumen, pero difiere en calidad, de tal modo que nos encontramos con serios problemas de abasto de agua limpia en las ciudades mismas y en las áreas receptoras de dichas aguas contaminadas.

      Ahora bien, cuando hablamos de despojo del agua de una región para favorecer a otra, nos referimos a la cantidad que de ahí se puede extraer, pero también al agua limpia que se agota en grandes áreas por el agua contaminada de las urbes e industrias.

      Por todo lo anterior, nos referimos adelante al agua de vivir deteriorada por efecto de la actividad humana, cuando hablamos de los procesos diferenciados de dañar el recurso o las condiciones de su devenir en calidad o cantidad.

      Las hipótesis sobre los orígenes de la crisis del agua

      A un nivel general, la crisis del agua tiene sus raíces en el comportamiento (teoría y práctica) del Estado y el capital. Por una parte, operan ambos agentes bajo la ley que privilegia lo urbano sobre lo rural; esta ley signa el destino del agua en el país en el último siglo desde una perspectiva espacial y social (Bartra, 1976; Peña, 2008). Si bien el Estado ejerce su hegemonía postulando la defensa del agua para ganar el consenso activo de los gobernados, siguiendo a Gramsci (1982), también pone las condiciones para arrasar en su vertiente de coerción, con el espacio y recursos naturales que rodean las grandes urbes. Inclusive, el Estado mismo produce energéticos sin importar el daño que inflige a la naturaleza. Desde otra óptica general, la crisis del agua es concomitante a la crisis de la ciudad durante el siglo XX (Lefebre y Castells en Bettin, 1979), exacerbada en la actualidad por las características contaminantes del consumo y producción capitalista industrial y agrícola, actividades que influyen decisivamente, junto a las grandes urbes, sobre la crisis del agua en cuanto derroche, sobreexplotación y contaminación. La producción de basura de todo tipo y la incapacidad de procesarla son elementos del capitalismo que explican la crisis civilizatoria de la actualidad en sus raíces más profundas, de la cual se deriva la crisis del agua. En los grandes conglomerados constatamos la producción de miles de toneladas de basura no biodegradable, tóxica y peligrosa, que finalmente contaminan todos los elementos de la naturaleza que garantizan la vida al ser humano. La lluvia, antes de caer a la ciudad, está contaminada, por la ingrata función que tiene que cumplir de limpiar la atmósfera.

      La hipótesis general que sustentamos es que el agua es escasa por virtud de su contaminación extrema, que reduce la oferta de agua dulce para los distintos fines humanos. Ante esta crisis, el Estado y el capital, responsables de ella, comandan dos formas de atenderla: la transmutación del agua en mercancía (embotellarla y tratarla industrialmente para su venta) y mediante la creación de la ciudad cuenca. Dos maneras de asegurar que algo cambie para que todo permanezca. Tales leyes, evidentemente, tienen un carácter social, particularmente político y esto es precisamente lo que define los límites de su vigencia. Todavía no toma cuerpo, sin embargo, la crítica y el análisis colectivo que conduzcan al replanteamiento del actual trato al agua, en favor de una vía humanamente razonable.

      La privatización y mercantilización del agua toma múltiples formas, pero en particular, reparamos