Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468671079
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hablemos más de sexo, que se me pone nuevamente la pija dura, y con lo entregado que estoy, no sé cómo puede terminar la noche –dijo Martín.

      Sin decir nada, aunque decodificando su comentario, copié lo que había dicho Martín; me recosté en la reposera, y permanecí boca arriba, relajado, mirando el oscuro cielo estrellado y disfrutando de su amena compañía.

      Abrí los ojos y me di cuenta de que me había quedado dormido por un rato. Martín tenía la cabeza girada hacia mí lado y estaba plácidamente dormido; respiraba profundamente y tenía dibujado en su rostro una cara de placer indescriptible.

      Claro, pensé; le había sacado dos tremendos polvos, sumado a la tensión previa, a la comida y al alcohol… Combo perfecto como para que cayera en un profundo sueño.

      Fui hacia la cocina para preparar café, pensando en que, si Martín no se despertaba, para no interrumpirle el sueño, lo dejaría durmiendo allí.

      Los perros de la casa vecina comenzaron a ladrar. Miré hacia el jardín y vi que Martín se estaba desperezando y que, lentamente, se incorporaba. Caminó hacia la cocina, aún con los ojos semi abiertos.

      –Buenas noches –dije sonriendo.

      –Uyy boludo… me quedé profundamente dormido –dijo.

      –¿En serio?, no me había dado cuenta –dije riéndome.

      –Me pegó mal la cerveza –dijo.

      –Si pa, yo también me quedé dormido, recién me desperté –dije.

      –Creo que, de no ser por esos perros de mierda, hubiese seguido durmiendo hasta mañana –dijo Martín.

      –Sí, me imagino que sí. No es frecuente que ladren. ¿Café? –pregunté.

      –Dale, así me despierto para manejar hasta casa –respondió Martín.

      –Che, falta el helado y el espumante que esperan en el freezer –dije.

      –Naaa man… ¿vos me querés matar? –respondió Martín.

      –No, en verdad te quiero emborrachar –dije bromeando.

      –Boludo, tengo que volver a casa –dijo Martín.

      –Pero ¿tenés que fichar o te espera alguien? –pegunté.

      –No bolas –contestó.

      –Entonces, ¿cuál es el problema? el auto lo tenés adentro, te quedas a dormir y mañana disfrutamos de un día de pileta –dije.

      Martín me miró sorprendido por la propuesta, pero no dijo nada. Creo que no se lo esperaba y, a decir verdad, yo tampoco lo esperaba, ni tenía planeado hacerle semejante invitación.

      Serví café y nos quedamos sentados en la barra de la cocina.

      –¿Helado? –pregunté.

      –Bueno… dale, ya que estamos, hagámosla completa; mañana a correr 10 km para al menos compensar algo –dijo Martín.

      –Dale, mañana vamos juntos al río… de todas maneras, no te olvides que el sexo ayuda a quemar calorías –dije.

      –Tenés la idea fija man –dijo Martín.

      –No, ¿por qué?, ¿no es verdad lo que digo? –respondí.

      En verdad, Martín estaba en lo cierto… Yo tenía la idea fija y pretendía continuar garchando con él; de ser posible, toda la noche y lo que quedaba del fin de semana.

      Saqué el helado y la botella de espumante del freezer, agarré dos cucharitas, dos bowls, dos copas y regresamos al jardín.

      –Pará boludo, en serio, el alcohol me pega fuerte, no estoy acostumbrado –dijo Martín.

      –Dejate de joder… Nada más placentero, además del sexo, que un buen helado y un rico espumante bien frío –dije.

      El café y el aire fresco comenzaban a despejar nuestras mentes, aunque rápidamente, las burbujas del espumante nos fueron sumergiéndo en un estado de somnolencia, de relajación y de entrega.

      Me incorporé y me acerqué a Martín; me senté en el borde de su reposera y acerqué mi cara a la suya… Noté que estaba perdido en sus pensamientos, quien sabe por dónde. Me animé y le clavé un profundo beso de lengua. Pude percibir la fusión de sabores del café, del helado y del espumante. Era la primera vez en la que nuestras lenguas por fin se cruzaban.

      Casi susurrando dijo:

      –Me querías tener entregado así turro… sabés que despierto y en mis cabales, no te dejo hacer esto –dijo.

      En verdad, me había resultado llamativo que Martín no hubiese intentado alejar su cara para impedir el beso; estaba claro que, el alcohol y el cansancio, le habían bajado las defensas.

      Sin responder y ex profeso, incliné mi copa de champagne para dejar caer el contenido sobre su pecho.

      –Upsss… y ahora ¿qué hacemos? –dije.

      Martín no respondió; realmente, estaba entregado; parecía como anestesiado.

      Comencé a subir su remera, dejando su abdomen y su pecho descubierto y empapado en alcohol. Recorrí con mi lengua su anatomía desnuda como si fuese un helado. Volqué unas gotas sobre sus tetillas; Martín, a través de dos espasmos, hizo acuse de recibo del contacto de su templado cuerpo con el frío líquido. Elevé sus brazos y le saqué la remera, dejándolo solo con la bermuda.

      Tomé su mano y lo invité a que se incorporase. Lo abracé, lo besé y agarrándolo de la mano, lo guié hacia la casa; subimos la escalera y nos dirigirnos nuevamente hacia mi cuarto.

      Ingresamos y ayudé a Martín para que se acostara en mi cama. Desabroché la cintura de su bermuda, bajé la cremallera y lo deslicé hacia sus pies. Martín yacía boca arriba, solo con un bóxer blanco ajustado que cubría su sexo.

      Me desvestí y me acosté a su lado. Martín solo hacía movimiento acomodando su cuerpo sobre la cama, como buscando la posición más cómoda como para quedarse dormido.

      Tomé la cintura de su bóxer y lo deslicé por sus piernas, para dejarlo completamente desnudo. Quedé sentado, contemplando la espectacular imagen de tenerlo tendido en mi cama, desnudo y entregado. Mi chota era una roca, ya que aún no había descargado y había guardado mi esperma a la espera de poder utilizarlo con Martín. Tuve un sentimiento ambiguo de deseo y de remordimiento, que no me permitía discernir si dejarlo dormir tranquilo o si aprovechar la situación para avanzar y someterlo a mis deseos más primitivos.

      Comencé a recorrer su cuerpo con mis manos y estando muy atento a su reacción. Martín solo dibujaba una expresión de placer con sus labios, lo que me alentó a continuar. Toqué cada parte de su anatomía; me acosté sobre él y comencé a besarlo y a recorrerlo con la lengua, desde la frente hasta sus pies, concentrándome en percibir la mezcla de aromas a macho, mezclado con el olor del espumante que aún impregnaba su boca y su pecho.

      Tomé su pija con mi mano y comencé a masturbarlo; bajé con mi boca y se la chupé tiernamente. Martín continuaba inmerso en un limbo de relajación y de placer.

      Tomé el frasco de lubricante, lo sostuve sobre sus bolas y dejé caer un delgado hilo. Percibí su espasmo cuando el gel frío hizo contacto con su cuerpo y comencé a desparramárselo con ambas manos por sus bolas, por su pija, por su perineo, por sus nalgas, hasta llegar a su ano.

      Su pija se había puesto firme, como si hubiese pasado mucho tiempo sin que la usara. Metí mi