Mientras que se la seguía chupando, estiré el brazo hacia la mesita de luz, agarré un frasco de lubricante y una caja de preservativos; unté mi mano libre y con los dedos, comencé a lubricarme el ano, dejándolo listo para el paso siguiente. Martín continuaba con los ojos cerrados y disfrutando de la tirada de goma que le estaba dando; yo tenía miedo de hacer las cosas rápido, logrando que se arrepintiera.
Noté que comenzó a acelerar los gemidos y que se estaba poniendo colorado. Rápidamente saque su pija de mi boca, calcé un preservativo en su pene y antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, me paré en la cama y comencé a bajar en cuclillas, embocando su pija en mi ano. Bajé hasta sentirla apoyada y ahí me dejé caer lentamente, metiéndomela entera, sin tiempo de juego previo como para dilatármelo, ya que hubiese corrido el riesgo de que se arrepintiese y que se fuera.
Martín abrió sus ojos y exclamó:
–No, no te la puedo creer.
Era yo el que no lo podía creer; tres años viendo a este macho en el gym, imaginándome todo tipo de cosas, y finalmente lo tenía tendido en mi cama, clavándome hasta el fondo su deliciosa poronga.
–Sos un hijo de puta, salía, levantate –dijo.
Haciendo caso omiso a su pedido, cerré mis ojos e intenté relajarme, para hacer que el dolor de haberme enterrado ese caño sin juego previo, diera paso al placer. Lentamente, comencé a darle ritmo a mis movimientos, subiendo y bajando cada vez más rápidamente, mientras que le tocaba el pecho, jugando con mis dedos entre sus vellos.
Finalmente, sus prejuicios y conceptos fueron superados por la necesidad y por la calentura que tenía. Sentía su caño como un mástil dentro de mí y apreté mi ano como para atraparlo firmemente, haciendo que su placer fuese mayor.
Para mi sorpresa, tomó mi cintura con ambas manos para manejar el ritmo de mis movimientos.
Arriesgándome a que todo terminara ahí, pregunté:
–¿Querés probar otra posición?
Martín abrió los ojos y no contestó.
Me incorporé, haciendo que su poronga saliese de mi ano y me puse de rodillas en el borde de los pies de la cama, dejando mi culo bien parado, dispuesto a que me embistiera por detrás. Martín se incorporó y observé a través del espejo que se paraba detrás de mí. Hermoso ver su cuerpo armonioso y peludo reflejándose en el espejo, con sus músculos no exagerados, con su pene erecto y con una cara de morbo total, que jamás le había visto. Nos miramos a los ojos a través del espejo, sin decir una palabra y diciéndonos todo.
Sin hablar, me estaba diciendo “Vos querías pija, ahora aguantate lo que se viene.”
Se lubricó nuevamente la punta de su chota y la apoyó sobre mi ano; con ambas manos tomó mi cintura por detrás y empujó su pelvis hacia adelante. Sentí como se me abría el orto nuevamente y me lo llenaba por completo con su miembro.
Hice un gesto de dolor, que pronto se convirtió en uno de placer. Martín comenzó a bombearme con un ritmo lento, mientras que yo giraba la cabeza y veía en el espejo como sus nalgas musculosas y peludas se contraían con cada embate que me daba, cosa que me excitaba aún más. Dejé que tomara su ritmo y que controlara los movimientos; supo llevarme a un punto en el que comencé a moverme más y más, suplicando por pija y por más pija. Continuó con ambas manos apoyadas en los costados de mi cadera y agarrándome firmemente.
Noté que comenzó a aumentar la potencia de las embestidas; había logrado llevarme a un estado de éxtasis difícil de explicar. En ese momento, hubiese cedido a cualquier reclamo.
–No aguanto más –dijo Martín.
–Dame leche papá, llename –contesté.
Inmediatamente, comenzó a gritar y a tener espasmos, mientras que largaba semen dentro de mí. Sentía sus espasmos que no hacían más que incentivar mi deseo por pedir más y más; me lo quería comer entero.... ¡Qué lindo macho!
Finalmente, sacó su caño de mi orto, se quitó el preservativo y quedó desplomado boca arriba sobre la cama.
Vi su cara colorada y empapada, con las venas de las sienes marcadas y latiendo... Comenzó a sonreír, emitiendo sonidos entrecortados por la agitación.
No lo puedo creer –dijo.
Yo me sentía en el límite de la excitación, pensando en lo que acababa de suceder; viendo a Martín exhausto, tirado sobre mi cama.
Me acerqué a su cara completamente sudada y dije:
–¿Estás más relajado ahora?
–Sos un hijo de puta –respondió.
Comencé a bajar por su pecho peludo, mordí sus tetillas, pasándole la lengua por todos lados, hasta llegar a su pija semi erecta. Por la punta de su glande, asomaba una gota de semen, que limpié con la punta de mi lengua.
Volví a engullirme su pene, notando como comenzaba a ponerse firme nuevamente.
A pesar de los meses que llevaba sin tener sexo y de su estado físico, me llamó la atención que luego de dos polvos, tan rápidamente se le estuviese parando.
Man, pará, ¿no tenés límites? me la vas a gastar. ¿No te cansaste de chupármela? –dijo Martín.
Lo miré a los ojos, saqué su pija de mi boca y respondí:
–Con un papi como vos, no me puedo cansar nunca; puedo continuar toda la noche. ¿Para qué crees que entreno en el gimnasio? –dije sarcásticamente.
Continué mamándosela dulcemente, metiéndomela hasta donde podía y sacándola, hasta que quedé besando solo la punta. Comencé a chuparle las bolas y me animé a descender más cerca de su ano. Note que Martín comenzó a hacer unas muecas de placer, como no entendiendo que le estaba haciendo, o no conociendo que podía sentir placer en esa zona, que, evidentemente, nunca había sido explorada.
–¿Nunca te chuparon el orto? –pregunté.
–No, nunca y no creo que alguna vez me lo hagan –dijo.
Pensé “Eso vamos a descubrirlo ahora mismo.”
Puse foco en su perineo; comencé a recorrer con mi lengua desde la punta de su glande, hasta la puerta de su ano y permanecí en esa área, lamiéndolo de un lado al otro, apretando y pasando la lengua desde las bolas hasta cerca de su orificio. Me engullí nuevamente su pija, que estaba nuevamente como un tronco y comencé a bajar hacia sus bolas. Pasé mis brazos por debajo de sus piernas y las coloqué sobre mis hombros para disponer de su culo a mi voluntad.
Martín permanecía con los ojos cerrados y con los brazos cruzados por detrás de su cabeza.
Bajé y fui con mi boca directo a su orificio; se lo escupí bien, llenándoselo de saliva y comencé a lamérselo, introduciéndole lentamente la punta de la lengua. Martín comenzó a retorcerse de placer.
–Que flor de hijo de puta que sos nene –exclamó– jamás imaginé que se pudiese sentir tanto placer en esa zona.
Tomé el frasco de lubricante y comencé a embadurnar bien su culo, mientras que ponía un preservativo en mi pija, que ciertamente, no tiene el tamaño ideal como para desvirgar a nadie.
En verdad, estaba seguro de que, cuando Martín notara lo que estaba por hacer, me lo impediría y hasta se enojaría, pero estaba dispuesto a correr el riesgo e intentarlo.
Acomodé bien sus piernas por sobre mis hombros y apoyé mi glande en su ano. Recién ahí, se dio cuenta de lo que estaba pasando, abrió los ojos e intentó incorporarse, pero no pudo; cruzándole