–¿Y no te calentaba la presión de las dos chotas dentro de la minita o de ver como tu amigo se la empomaba? –pregunté.
–La verdad es que sí, pero nunca se me cruzó la idea de garchar con mi amigo –respondió.
Miré hacia su entrepierna y noté que, como había sucedido al mediodía, se le había comenzado a parar la pija. Era evidente que estaba muy caliente y que la conversación cargada de contenido sexual, nuevamente lo estaba comenzando a encender.
–Te hago una pregunta –dije.
–Decime –dijo Martín, con gesto de intriga.
–Pensalo de esta manera ¿qué diferencia existe entre que te la mame una mina y que te la mame un tipo?
Martín quedó un momento callado, mirándome fijamente a los ojos y finalmente respondió.
–Si lo planteas de esa manera, si cierro los ojos mientras que lo hacen, en verdad, no existe diferencia; ambos tienen boca y lengua, los dos chupan igual… va, imagino, nunca me la chupó un tipo. Solo que, en el contexto, verle las tetas a una mina mientras que te la está chupando, no es lo mismo que tener delante a un flaco en bolas… No sé, nunca me imaginé a un flaco tirándome la goma –respondió Martín.
–Mirá, las dos son bocas, pero te aseguro que las mamadas que da un tipo, son mejores que la de las minas; es más, me atrevería a decirte que los flacos activos la maman mejor que los pasivos. El hombre sabe cómo darle placer a otro hombre, mejor que una mina –dije.
Adrede, miré nuevamente hacia su entrepierna, para luego mirarlo a los ojos y volver a su entrepierna. Quería que se diera cuenta de que me había percatado de su erección y como ya no tenía nada que ocultarle, poco me importaba ser explícito con la mirada.
–Veo que nuevamente se te puso dura –dije.
Martín me miró con un gesto de vergüenza.
–Boludo, te conté que hace meses que no la pongo y vos me haces esta clase de comentarios morbosos… ¿Cómo querés que se me ponga? –dijo.
Clavé mi vista nuevamente en su bulto y pasé mi lengua por mis labios para humedecerlos. Lo miré a los ojos, como pidiéndole autorización para hacer lo que había querido hacer al mediodía. En verdad, es lo que había querido hacer desde aquel día en el que lo vi por primera vez en el gym.
Me animé y apoyé la palma de mi mano sobre su cuádriceps izquierdo; Martín no dijo nada; lentamente la fui deslizando hacia su paquete y comencé a franeleárselo. El hermoso cilindro que esa mañana había tenido por breves segundos dentro de mi boca, se marcaba a través de su pantalón.
–Uyy papito… mirá cómo la tenés –dije, y pregunté– ¿me dejas?
Martín no emitió respuesta, solo se acomodó en el sillón, abrió sus piernas, apoyó su espalda en el respaldo y se quedó quieto.
Medio temeroso por lo acontecido al mediodía, pero tentado por la situación y empujado por su silencio, me animé y bajé el cierre de su bragueta, desabroché la cintura y busqué con mi mano ese tronco tan necesitado de afecto.
Me quedé mirando ese caño, que lo tenía a centímetros de mi cara… grande, grueso y largo, imaginé que era similar al mío, sin depilar, al natural, como a mí me gusta.
Pegué su pija a mi cara, elevé la mirada para verlo a los ojos y sin más trámite, poniendo la mejor cara de depravado, la introduje en mi boca y comencé a mamársela lentamente. Estaba dispuesto a regalarle la mejor mamada que jamás hubiese tenido.
Ufff –fue la única exclamación que emitió Martín.
La saqué de mi boca, cargué saliva y la escupí sobre su pija. Comencé a mamársela como si me estuviese comiendo lo más rico del mundo y ciertamente, para mí, en ese momento, su pene era el más codiciado manjar.
Noté que, lentamente, Martín se iba relajando y que emitía sonidos de placer. Elevó sus glúteos, permitiendo que deslizara su bermuda hacia el piso, dejando su verga absolutamente expuesta y entregada.
–No te la puedo creer; sos un recontra comilón guacho, como me la estás mamando –dijo.
Atrapé su glande con mis labios y tomé con una mano su tronco. Intercalaba succiones con lengüetazos y con escupidas, mientras que lo pajeaba con la mano. Descendí hacia sus bolas y comencé a lamérselas, metiéndome un huevo y después el otro, sin dejar de masturbar su pija.
Martín comenzó a elevar su pelvis para cojerme la boca.
–Que pija divina tenés papá; parejita, igual de ancha en la base que en el glande… Me encantan las pijas así ¿imagino que estás sanito no? –pregunté.
–Si nene, despreocupate –respondió.
Mi única preocupación, era que Martín se había comido a muchas minas, pero como hacía poco que se había separado, imaginé que, seguramente, para cuidar a su mujer, siempre había tomado los recaudos pertinentes como para no correr riesgos.
–Uyy boludo, tenías razón… la mamás más rico que la más puta… –dijo casi susurrando y con voz entrecortada.
Tomó mi cabeza con ambas manos y empujó, impidiendo que su pija saliera de mi boca. Incrementó el ritmo y comenzó a gritar:
–Sí, sí, cométela, me vengo, que placer boludo, me vuelvo loco, me vengo.
Rápidamente, sentí que un litro de leche invadía mi boca; tragué una parte y el resto se escurrió por la comisura de mis labios; pocas veces había visto a un macho largar tanta leche.
Saqué su pija de mi boca para refregármela por la cara, viendo que su glande continuaba despidiendo leche. Martín emitía gritos acompañando cada eyaculación. Cerré los ojos y continué mamándosela, mientras que sentía los espasmos y las contracciones que continuaban invadiéndolo.
Martín quedó tirado sobre el respaldo del sillón, con las piernas estiradas y completamente relajado.
–Veo que estabas un poco cargado man, nunca vi salir tanta leche de una pija –dije.
Ufff, en mi vida había acumulado tanto, ni había pasado tanto tiempo sin garchar… Tremendo man, ¡flor de mamada que me pegaste! –dijo.
Limpié el semen que tenía desparramado por mi cara. Recolectándolo con los dedos y mirándolo a los ojos, comencé a llevarlo hacia mi boca para no desperdiciar ni una gota.
–Uyy man, sos muy puto, como disfrutás tragando guasca… Hay muchas minas que no quieren hacerlo y vos lo disfrutas como loco… Tan machito y flor de trolo resultaste –dijo Martín.
Volví a meter su pija en mi boca y noté que rápidamente volvía a ponerse dura. Este pibe necesitaba descargar por un buen rato como para quedar mansito y relajado.
Me incorporé y aunque creí que se negaría, lo invité a ir al cuarto para estar más cómodos. Para mi sorpresa, se incorporó, se subió su bermuda y me siguió sin decir nada.
Entramos al dormitorio y lo invité a que se pusiera en bola. Tímidamente lo hizo y se sentó en el borde de la cama, cual principiante y sin saber cómo actuar.
Mi pija hacía carpa por debajo del bóxer. Me saqué la remera y luego bajé mi bóxer para quedar completamente en pelotas.
–Ahh bue… ¡cómo venís equipado!, flor de pija tenés man. –exclamó Martín.
Tras sonreír sin decir nada, me acerqué a la cama,