Nos saludamos con un beso en la mejilla y lo invité a pasar. Martín vestía una musculosa anaranjada, calzas negras y un short de rugby también negro; medias sin caña y zapatilla de running. Ese short ajustado marcaba su hermoso ojete redondo y la musculosa, dejaba ver sus bíceps marcados y sus brazos peludos.
Las patas de Martín eran un tema aparte; sin fisuras ni defectos, hermosas pantorrillas y cuádriceps marcados, bien macizas, bien velludas; un espectáculo para los ojos.
Cruzamos algunas palabras y nos dirigimos hacia un cuarto de planta baja, en donde tenía algunos elementos para hacer gimnasia. Comenzamos la rutina que me fue marcando y dejamos para el final la parte de abdominales.
–Acostate boca arriba –dijo.
Me acosté en el piso tal como me indicó y él quedó parado, apoyando un pie a cada lado de mi cabeza.
–Agarrate de mis tobillos y elevá las piernas –indicó.
Tomé sus tobillos, e inevitablemente sentí que mi miembro comenzaba a latir. Era la primera vez que mis manos lo agarraban. Martín empujaba mis piernas hacia el suelo y yo debía impedir que mis pies tocasen el piso, elevándolos nuevamente; típico ejercicio para fortaleces abdominales. Yo mantenía la vista hacia arriba y me encontraba con el esplendor de sus hermosas piernas peludas.
Con la intención de tocar sus piernas en diferentes lugares, cada tanto movía mis manos para cambiarlas de posición; nada me calienta más que unas lindas piernas. Afortunadamente, yo tenía calzas debajo de los pantalones, que ayudaron a que mi pija se mantuviese apretada, porque ya se me había puesto dura del placer que me producía el solo hecho de mirarlo.
Continuamos por aproximadamente una hora, variando los ejercicios y finalmente dijo:
–Listo por hoy, sino mañana te va a doler hasta el orto.
Pensé “Si me fuese a doler el orto porque me pude encamar con vos, bienvenido sea, que me duela una semana entera.”
–Ok –contesté.
–Lindo parque y hermosa pileta; lo debes pasar lindo –comentó Martín.
–Sí, la verdad es que está lindo y es una casa grande para los dos solos; encima, Andrea está trabajando en el exterior, así que imaginate… yo solo en esta casa –respondí.
–Ahh, mirá vos, no sabía que tu mujer se había ido a trabajar afuera; con esta casita y solo… Pirata suelto –dijo Martín.
Me llamó la atención su comentario, e imaginé que seguramente eso es lo que él hubiese hecho de encontrarse en mi situación. Era vox populi que Martín se había trincado a varias minas del gym; tenía fama de piratón.
Sonreí ante su comentario.
–No, yo soy un santo –dije.
–Me imagino… bueno, comienza el fin de semana de verdad –dijo Martín.
–¿Terminaste?, ¿tenés más alumnos? –pregunté.
–No, tarde de huevo –respondió.
–¿Querés quedarte?, disfrutamos de la pileta y comemos algo; yo tampoco tengo planes, voy a estar al pedo y solo todo el día –dije.
–Estaría bueno, pero no tengo ropa –respondió Martín.
–No seas boludo, te doy un short y lo que necesites para cambiarte –dije.
–Ok, me convenciste –contestó Martín.
Subí al cuarto, me saqué la ropa y me puse un short de baño; bajé en cuero y en patas, con dos o tres shorts para que Martín eligiera.
–Ya te estás esculpiendo querido –comentó Martín, haciendo referencia a mi cuerpo.
–¿Sí?, ¿te parece? –pregunté.
–Si Gonzalo, un gran cambio desde que comenzaste en el gym –agregó.
Agarró uno de los shorts y se metió en el toilette para cambiarse.
Salió descalzo y en cuero; era la primera vez que lo veía así y en nada discordaba con lo que me había imaginado; además de los brazos y piernas que ya conocía, acompañaba un lomo divino y cubierto de pelos; el abdomen sin marcar, pero firme, hasta diría que con una leve curvatura, producto de una tímida pancita que se perdía entre tanto pelo; perfecto ejemplar de barrio, bien machazo, sin producir, prolijo, pero bien hombre.
Fuimos hacia la pileta y nos tiramos al agua. Sentí un tremendo placer con el contacto del agua que enfrió mi cuerpo acalorado por el ejercicio y por mis pensamientos.
Martín nadó un rato y nos quedamos en la parte baja conversando y disfrutando del sol.
Finalmente salimos y nos recostamos sobre sendas reposeras. Noté como el short mojado se aplastaba contra su cuerpo, marcándole el bulto y como los pelos, por el peso del agua, quedaban estampados sobre su piel.
–¿Cómo llevas el tema de la separación?, debés estar garchándote a todas estas yeguas de gym –dije, intentando llevar la conversación para el lado sexual.
Martín sonrió, haciendo con su cabeza un gesto de negación.
–No man, realmente me pegó mal lo de la separación; la convivencia no daba para más, pero los sentimientos están ahí; hace mucho tiempo que no la pongo; raro en mí, pero la verdad, es que casi que ni me pajeo –respondió.
Inesperadamente, Martín me estaba dando una valiosa información y con más detalles de lo que yo hubiese esperado.
Permanecimos más o menos una hora tomando sol y conversando, hasta que decidimos entrar a la casa para comer algo.
–¿Puedo darme una ducha? –preguntó.
–Si boludo, por supuesto, seguime –respondí.
Lo guié a mi habitación, le indiqué la puerta del baño y jodiendo dije:
–Usá lo que necesites, ahí tenés jabón, shampoo, toallónes… y si necesitas que le enjabone la espalda, me avisas.
No sé cómo me animé a decirle eso, porque, la verdad, es que no éramos amigos ni mucho menos; ciertamente, era la primera vez que compartíamos tanto tiempo juntos.
–Que boludo –dijo Martín, como respuesta a mi comentario.
Fue al baño, dejó la puerta abierta y comenzó a desvestirse. Solo logré verlo de espaldas y me calentó sobremanera observar sus piernas y su redondo culo peludo.
Escuché el sonido del agua que comenzaba a caer; me saqué el short mojado y me puse un bóxer holgado para tirarme en la cama a la espera de que terminara.
Comencé a dormitar y me sobresaltó la voz de Martín pidiéndome que le alcanzara un toallón. Entré al baño, tomé uno y al girar, lo tenía ahí, parado dentro de la bañera, con la mampara abierta, todo empapado, con los pelos que caían sobre su cuerpo por el peso del agua, una hermosa pija colgando entre sus piernas, de esas bien carnosas y voluminosas; todo un espectáculo.
Me acerqué, le tendí el toallón con una mano y dije:
–Turro, ¡que lomazo tenés!; que bien que te mantenés.
–Es parte de mi trabajo; me tengo que mantener en forma –dijo.
Secate y vení que te doy ropa para que te vistas –dije, pensando que, en verdad, quería que se quedara así, en pelotas y saciar sus necesidades sexuales,