Relatos de un hombre casado
“Hombres de barrio”
G. Narvreón
© G. Narvreón
© RELATOS DE UN HOMBRE CASADO - Hombres de barrio -
ISBN papel: 978-84-686-6495-8
ISBN digital: 978-84-686-6496-5
ISBN epub: 978-84-686-7107-9
Impreso en España
Editado por Bubok Publishing S.L
Dedicatoria
A todos los hombres que se animan a experimentar los placeres del sexo con otros hombres, sin inhibiciones, sin tapujos y sin cuestionar su masculinidad
G. Narvreón
Índice
Capítulo I - El rechazo -
Capítulo II - Avanzando un paso -
Capítulo III - Noche gloriosa -
Capítulo IV - Nuevo vecino -
Capítulo V - Andrés -
Capítulo VI - La tentación de Andrés -
Capítulo VII Andrés cumplió mi sueño -
Capítulo VIII - Mi reencuentro con Martín -
Capítulo IX - Soporte técnico -
Capítulo X - Dos días después -
Capítulo XI - Soporte técnico x dos -
Capítulo XII - La historia continúa -
Capítulo XIII - Fiesta anhelada -
Capítulo XIV - Viaje soñado -
Capítulo XV - Visita al Doc. -
Capítulo XVI - Visita a domicilio -
Capítulo XVII - Blanco y Negro -
Introducción
Nos cruzamos jugando al futbol, en un partido de tenis o quizá en uno de rugby… Nos vemos en el supermercado; a veces estamos solos, otras, acompañados. Somos tipos comunes que tenemos nuestras familias o nuestras novias, trabajamos, hacemos deporte, nos afeitamos o no, disfrutamos de una cerveza o de un buen vino, nos cuidamos, aunque no nos producimos…
Somos tipos comunes, hombres de barrio; solo que vos y yo compartimos un secreto…
…Solo vos y yo sabemos de qué estoy hablando.
G. Narvreón
Capítulo I
El rechazo
Transcurría la época en la que mi mujer finalmente descubriría mi bisexualidad. Solo unos meses antes de que esto sucediera, habíamos comenzado a concurrir a un gimnasio e inmediatamente, uno de los dos entrenadores, Martín, había atrapado mi atención.
Martín era un tipo de más o menos mi edad, parco y de un carácter medio osco. Quizá, un día saludaba amablemente y el día siguiente pasaba a mi lado sin siquiera mirarme. Aun así, para mí siempre tuvo un atractivo muy especial por su aspecto varonil, sus piernas y brazos peludos, muy bien formados y naturales, no a fuerza de fierros; culo redondito, cara de macho, pelo corto y prolijo, bien tipo de barrio.
Por una cuestión de horarios, el otro entrenador, Adrián, fue finalmente el que prepararía mis rutinas y quien seguiría mi entrenamiento. Adrián no estaba nada mal, blanco, rubio, más musculoso que Martín, ojos claros, pelado, abdomen marcado, pero pantorrillas muy flacas y para mis estándares, eso restaba muchísimos puntos.
En algunas ocasiones, solapando horarios de cambio de entrenadores, mientras que yo hacía ejercicios de pecho, Martín se acercaba para seguir mis series de pectorales, quedándose parado detrás de mi cabeza, con su miembro arriba de mi cara; en otras, simplemente me encendía la cinta para correr. Confieso que, mientras corría, no podía resistirme a la tentación de seguirlo con la mirada por todo el gimnasio.
Muchas veces intenté darle charla y en verdad, cuando se dignaba a saludar, resultaba una persona simpática, pero quizá, como ya dije, al día siguiente no me saludaba.
Inesperadamente, mi mujer había recibido una oferta laboral para viajar por unos meses al exterior, que resultó económicamente muy tentadora y luego de debatirlo, finalmente aceptó, por lo que me quedé solo y con la casa a mi disposición.
En un día de entrenamiento como cualquier otro, terminaba de ducharme y Martín ingresó al vestuario para mear. Cruzamos algunas palabras y tentado por la atracción que me producía, busqué una excusa como para sacarle conversación.
–Che, Martín, decime… ¿das clases particulares o laburás solo acá? –pregunté.
Martín, que estaba meando y sin prestar mucha atención a mi presencia, giró su cabeza y respondió:
Sí, si tengo la oportunidad, lo hago; en verdad, tengo pocos alumnos fuera del horario del gym, porque no me queda mucho tiempo libre; ¿por?
–Porque me interesaría entrenar puntualmente algunas áreas para mejorarlas y veo que acá se me hace un poco lento el avance –respondí.
–Boludo, mirá que tu cuerpo hizo un cambio enorme –comentó, agregando– de todas maneras, no tengo problema, si querés, combinamos y listo.
Nos pasamos los números de celulares y quedamos en que lo llamaría.
Me fui del gym y pasé el resto de la tarde pensando en si llamarlo o no. Claramente, poco me importaba el entrenamiento y mi intención era traerlo a casa con alguna excusa. Finalmente me animé, tomé el teléfono y lo llamé; era viernes por la tarde y combinamos como para que viniese el sábado antes del mediodía.
El sábado amaneció absolutamente soleado, clima ideal para disfrutar de la pileta y del aire libre. Tomé una ducha, me puse un bóxer y preparé mi desayuno. Me senté en la galería para disfrutar de un rico jugo de naranjas, café con leche y tostadas con queso feteado. Subí a cambiarme con la intención de estar listo para cuando llegase Martín; me puse calzas, un short de rugby y una remera de manga corta Dry Fit.
Se