–Pará, pará, es muy grande… –gritó Martín.
Ya era tarde; mi miembro completo lo estaba llenando y finalmente, el ano virgen de ese potrillo estaba siendo taladrado por mi pene. Ese hombre, que desde hacía meses se había convertido en mi meta inalcanzable, estaba siendo sodomizado por mí.
A pesar que se trataba de su desvirgue anal, imaginé que no podría estar sintiendo mucho dolor, ya que le había hecho una previa prolongada y magistral.
–Me llenaste entero; no puedo explicarte lo que estoy sintiendo –dijo.
–Se perfectamente lo que sentís; relajate y concentrase en disfrutar al máximo –dije.
Comencé a moverme muy despacio, sacándosela y metiéndosela, pero siempre con el glande adentro. Martín no dejaba de abrazarme y emitía una exclamación acompañando cada embestida que le daba. Yo quería que gozara a full, porque mi intención era tenerlo de compañero de trampa, por lo que tuve mucho cuidado de no lastimarlo, ni en hacerle sentir dolor.
Lo mantuve así por un largo rato, penetrándolo, cojiéndolo amablemente; sintiendo como su estrecho orificio apretaba mi miembro, hasta que decidí sacársela completamente y me quedé tirado boca arriba.
–Macho, finalmente, perdiste la virginidad de tu orto -dije.
–Realmente, sos un hijo de puta, me aflojaste con el alcohol para poder sodomizarme… –dijo Martín.
–Pero me pareció que estabas gozando –dije.
–Me dio miedo, me dolió un poco, pero se sintió extrañamente lindo; sensación ambigua de dolor y de placer; creí que tu pija no terminaría de entrar nunca –dijo Martín.
–Bueno nene, mirá como tengo la chota… dura como roca; relájate, continuá experimentando y disfrutando de mi pija –dije.
–No, no, no sé si quiero más… suficiente para mi orto por hoy y creo que por siempre –dijo Martín.
–No seas tonto, ya estás desvirgado y te gustó; ahora subite y probá de manejar vos el garche –insistí.
Martín se incorporó; quedando en cuclillas sobre mi poronga y mirándose en el espejo, comenzó a bajar. Ambos pudimos observar como mi miembro desaparecía entre sus nalgas. No podía creer tenerlo a Martín sentado frente de mí, introduciéndose mi pija en su ano y por propia voluntad. Me hizo enloquecer de calentura el ver su lomo peludo, con los ojos cerrados y con el gesto de placer al subir y al bajar, mientras que se enterraba mi caño profundamente.
Franeleé su peludo pecho, su cara rasposa, agarré su pija… Me lo quería comer entero y de un solo bocado.
–¿Lo estás disfrutando? –pregunté.
–Esto es un placer inmenso, no puedo creer estar gozando así con una pija en mi orto –respondió Martín.
Noté que comenzaba a incrementar el ritmo. Veía sus cuádriceps marcados por el laburo de subir y de bajar, luciendo su miembro totalmente erecto.
–Me vengo –dijo Martín.
Sin siquiera tocar su miembro, largó un chorro de semen que llegó hasta mi cara, lo que me produjo una calentura extrema.
–Yo también me vengo –dije.
Martín se incorporó y para mi sorpresa, metió mi pija en su boca y me la mamó hasta hacerla explotar adentro. Rápidamente se tiró sobre mí y comenzó a comerme la boca, mezclando su leche, que yo tenía depositada en mi cara, con la mía, que él tenía dentro de su boca… Nos lamimos y lengüeteamos bocas, caras y lenguas, como si fuesen helados.
Nos quedamos callados y tirados boca arriba. Por mi parte, ni ganas de hablar. Martín, creo que estaba en un grado de relajación supremo, que no le permitió más que quedarse tirado e inmóvil.
Luego de uno diez minutos, dijo:
–No lo puedo creer… necesito procesar todo lo que sucedió hoy… tengo que replantearme veintiséis años de actividad sexual; a mis cuarenta y seis años, vengo a descubrir que me gustan las pijas y que disfruto garchando con hombres…
¡Encima, me eché cuatro polvos en un día, como si tuviese veinte años!
–Increíble tu carga sexual man y no te des máquina con el tema; lo rescatable e importante, es que lo hayas disfrutado y que lo hayamos pasado bien. No te enrosques en ponerle rótulos a lo que sucedió, ni en ponértelos a vos.
Tomé las copas de espumante, las llené nuevamente, brindamos, terminamos de beber y luego de un húmedo y frío beso, caímos profundamente dormidos.
Capítulo IV
Nuevo vecino
Fin de semana largo y el inusitado y cambiante clima de Buenos Aires nos regalaba otro día templado, con el termómetro rondando los 26º C en pleno mes de junio. Era sábado, me levanté temprano y pensé en terminar de colgar unos cuadros nuevos para dar por concluida la mudanza, pero decidí irme a correr al río y dejar los cuadros para después, si es que me quedaban ganas.
Por el horario, pensé que estaría solo, pero para mi sorpresa, no pude creer la cantidad de gente que se había juntado para practicar roller, andar en bicicleta, correr, o simplemente, para caminar. Luego de haberme cruzado con tanto macho lindo, varios de ellos corriendo en cuero por la temperatura reinante, regresé al departamento caliente como pava.
Camino a casa, recibí un mensaje de mi mujer diciéndome que se iría a pasar el día a lo de su vieja. Mi hijo se había quedado en casa de unos amigos, por lo que yo quedaba liberado por el resto del sábado. Llegué, me hidraté bien y me fui a bañar. Como me quedaba solo, me puse un bóxer de tela bien suelto y me quedé en cuero, tirado en la cama, haciendo un rato de zapping.
Me sobresaltó el timbre, ya que no era frecuente que llamasen directo a la puerta del piso, sin que previamente sonase el timbre de la calle. Observé a través de la mirilla y pude ver que, frente a mi puerta, estaba parado mi nuevo vecino, a quien aún no conocía personalmente, pero a quien ya había relojeado cuando se estaba mudando, porque me había resultado atractivo.
Como el hall es compartido solo por dos departamentos y sabiendo que únicamente él podría verme, exprofeso, bajé la cintura de mi bóxer por debajo de la cadera y medio desnudo, abrí la puerta.
El flaco vestía una bermuda blanca tipo cargo, lo que me permitió escanear rápidamente sus patas peludas; vestía una remera de manga corta ajustada y estaba descalzo. La imagen perfecta para como para hacer que mi pija saltase como resorte.
–Hola –dije.
–Hola, disculpame que te moleste, soy tu nuevo vecino, Gastón –dijo, presentándose.
–Que tal Gastón, Gonzalo es mi nombre –respondí.
Nos estrechamos las manos y me di cuenta de que el flaco se había quedado medio cortado al verme en bóxer, descalzo y sin remera.
–Disculpame que te atienda así, recién llego de correr, me duché y estaba tirado en la cama boludeando –dije.
–Uyy no, discúlpame vos, no te quiero joder –respondió Gastón.
–No hay problema, bienvenido al edificio; ¿te puedo ayudar con algo? –pregunté.
–Te iba a pedir si me podías ayudar a poner un Lcd sobre un mueble; la turra de mi jermu se