–¿Te gustó la cojida que me pegaste hoy?
–Seeee –respondió, casi imperceptiblemente.
–Macho, después de llenarme el orto, te la mamé y seguías largando leche, sos un semental –dije.
–Muchos meses sin ponerla pa –contestó sonriendo.
Muy despacio, acerque mis labios a los suyos y comencé a besarlo bien despacio; comí su boca como si fuese una frutilla y pensando en el próximo movimiento por hacer.
Bajé por su barbilla, lamí su nuez de Adán y continué bajando con mi boca hasta llegar a su pene; giré mi cuerpo posicionándolo como para hacer un 69. Vi a través del espejo, que tenía mi poronga al lado de su cara y la suya la tenía agarrada firmemente con mi mano. Decidí que lo mejor era no hablar, comenzar a hacer lo mío y quedar a la esperar su reacción.
Comencé a mamarle la pija con sumo placer y los astros se alinearon a mi favor, ya que Martín se animó y metió mi poronga en su boca, que, en ese momento, estaba firme como tronco.
Se la sacó y dijo:
–¡Que pedazo de caño tenés turro!
–No es más grande que el tuyo nene –contesté.
Ni en mis más osadas fantasías podría haber imaginado que Martín, alguna vez pudiese llegar a hacer lo que estaba haciendo en ese momento.
Con su pija nuevamente en mi boca y con su culo cerca, tomé nuevamente el frasco de gel y comencé a masajearle bien las bolas y los glúteos, entrando por su raya, subiendo y bajando; haciendo círculos con los dedos alrededor de su ano. Noté que, sin sacarse mi pija de su boca, comenzó a emitir gemidos. Lentamente, logré introducir un dedo en su estrecho ano y no opuso resistencia, solo apretó más fuerte mi pija.
Yo sabía que no tenía mucho margen antes de acabar; estaba demasiado caliente y aún no me había venido nunca.
Siempre lograba mantener el control de mis eyaculaciones, pero esta vez, aunque intenté demorarla, ya había cruzado la línea del no retorno. Le avisé a Martín que me venía; sacó mi miembro de su boca y comenzó a pajearme.
Ya sin control, comencé a largar leche frenéticamente, mientras que veía a través del espejo, como la cara de este hermoso potrazo se llenaba de semen.
Esa imagen me invitó a incorporarme inmediatamente y comencé a limpiarle la cara con mi lengua, hasta tragar la última gota de mi propio esperma... Martín, ante el desenfreno de la situación, estaba como entregado.
–Me llenaste la cara de guasca y ahora me la lames… No podés ser tan asqueroso man –dijo Martín, que continuaba con su caño erecto.
Yo sabía que el mío, rápidamente también lo estaría.
–¿Querés ver cuánto más asqueroso puedo llegar a ser? –dije.
Con la intención de que probara mi crema, pasé mi lengua por sus labios. Martín, poniendo cara de repulsión, los apretó, intentando que no ingresara a su boca ni una sola gota. La imagen me descontroló y prácticamente lo obligué a que la abriera, dándole un beso blanco y profundo, logrando que una buena cantidad de esperma ingresara en su boca.
–Saborealo papito, saboreá mi semen –dije.
–Es un asco, sos un asqueroso pervertido –dijo Martin.
Sin más palabras, regresé a su poronga y a jugar nuevamente con su orto.
–Si guacho, cómo me estás haciendo gozar, la concha de tu madre –dijo Martin.
Comenzó a mover el culo, empujando, como buscando más, por lo que me animé y muy lentamente, le introduje un segundo dedo. Martín emitió un gemido, pero no dijo nada. Sin demoras, fui directo a buscar su próstata para masajeársela y exacerbar su excitación.
Observé como su cara se había puesto colorada y como las venas de sus sienes latían; lo había llevado a un grado de placer que jamás había experimentado con una mina.
Puso una mano sobre mi cabeza y comenzó a ejercer presión para llevarla hacia su pija.
–Me vengo, boludo, me vengo… va mi tercer polvo del día –dijo, con voz entrecortada.
Continué engulléndome su poronga, a la espera de que fluyera el más delicioso dulce.
Escuché un grito ahogado y sentí que mi boca nuevamente se llenaba de leche, que tragué en su mayoría, mientras que, otra parte, se deslizaba por la comisura de mis labios. Parecía que no pararía más de salir fluidos de su glande.
No quería largar esa pija, estaba disfrutando como jamás en la vida lo había hecho y para Martín, era el inicio a una nueva dimensión en el universo del goce sexual. Continué subiendo y bajando con mi boca, hasta hacer que no quedara una sola gota por salir.
Su miembro comenzó a achicarse. Martín ya iba por su tercer polvo y mi pija estaba nuevamente erecta.
Nos quedamos tirados un rato, sin decir palabra, ambos exhaustos por lo acontecido, los dos sorprendidos; imagino que él más que yo.
Pusimos las almohadas en el respaldo de la cama y nos recostamos relajados. Comenzamos a conversar, mientras que, con una mano, comencé a recorrer su brazo, continuando por su panza y por su pierna.
–Imagino que tenés mucha experiencia en camas con hombres ¿no? –preguntó Martín.
–Sí, realmente sí y lo disfruto mucho; para mí, la única condición es que sean bien machos, bien hombres, tipos de barrio... –dije.
–Ni travas ni maricas –dijo Martín.
–Tal cual, vuela una pluma y se me va el morbo; tampoco me calienta el tipo súper producido, con exceso de musculatura y de cremas, como algunos que hay en el gym –contesté.
Yo continuaba con las caricias y noté que su pija nuevamente se estaba poniendo dura.
Giré hacia él; comencé a besarlo y a lamerlo dulcemente. Volví a levantar sus piernas para tener disponible su culo que estaba embadurnado de gel y saliva y comencé a trabajárselo. Martín cerró sus ojos y se deslizó un poco hacia mí.
Continué trabajándole el orto muy despacio y sorpresivamente, Martín cruzó ambas manos por detrás de sus piernas, llevando las rodillas hacia su pecho y dejando absolutamente expuesto su ano. Tomé su actitud como señal de luz verde.
Apoyé nuevamente la punta de mi pija en su ano y llevé sus piernas sobre mis hombros, porque quería verle la cara. Me incliné hacia él, hasta llegar con mi boca al lado de su oído, haciendo que nuestros pechos peludos se rozaran.
–¿Estás bien? –pregunté.
–Si –respondió, casi imperceptiblemente.
Noté su respiración profunda, su agitación; imagino que mezcla de calentura y de temor, su cara colorada y nuevamente, las venas de sus sienes hinchadas.
Quedándonos en esa posición y muy despacio, aflojé mis brazos como para que mi pija comenzara a dilatar su ano. Martín aceleró su respiración y dijo entrecortado:
–Pará varón, no sé si me animo, no sé si quiero… muy despacio, despacito, hacerme gozar, pero no me lastimes. –dijo Martín.
Creí que, en ese preciso momento, me explotaría la poronga. Me detuve y quedé a la espera de que Martín se relajara.
Lamí sus orejas, sus labios, sus ojos. Percibí que su ano lentamente cedía y que mi glande, suavemente se abría camino.