Lo que todo gato quiere. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417142667
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ceja en un gesto desdeñoso y dijo:

      —¿Escorpi?

      Ginger solo logró asentir sin contacto visual.

      —Madre mía. —Se acercó hasta situarse junto a Ginger y entrelazó su brazo con ella, ¡Ginger no lo podía creer!—. Bromeas, ¿verdad? Tú no puedes ser Escorpi. —Soltó una estúpida risa de bruja y dio un sorbo a su bebida—. Bueno, como sea, ¿dónde está tu amigo? —preguntó mientras se paseaba con ella por el centro de la pista hasta el otro extremo donde estaba el barman sirviendo brillantes tragos multicolores.

      Keyra le puso a Ginger una bebida en las manos sin preguntarle y esperó a que diera un sorbo.

      Ella vaciló, se suponía que no debía tomar, aún no sabía si era alérgica al alcohol: un sorbo en falso podría matarla, pero Keyra la estaba observando. Se encogió de hombros y acercó el vaso a sus labios. El líquido endulzó su lengua y corrió de forma placentera por su garganta dejando un suave calorcillo a su paso.

      No estaba mal, nada mal.

      —No pudo venir, él tuvo… cosas que hacer.

      Ginger captó la decepción en los perfectos rasgos de Keyra y notó que ya no la miraba con tanto interés.

      —Ah, es una pena. —Volvió a su modo «mírame y no me hables»—. Bueno, ya será en otra ocasión, pero asegúrate de traerlo, ¿quieres, Gina?

      —Ginger… —corrigió, pero Keyra ya se había ido.

      La fiesta siguió.

      Canción tras canción.

      Sorbo tras Sorbo.

      Ginger terminó con su bebida y pidió otra. Cuando acabó con la segunda sintió que se relajaba de forma considerable. Se sentó en un taburete y pidió al barman que le volviera a rellenado su vaso. Él empleado, que era guapo, le sonrió y sirvió el trago hasta el tope.

      Ginger se lo tomó todo mientras marcaba el ritmo de la música con el tacón de uno de sus zapatos y tamborileaba en la barra con la mano.

      —Oye, Henry —llamó de nuevo al barman agitando su vaso en el aire—, llénalo, por favor.

      Se lo acabó.

      Y al cabo de un rato:

      —Yujuuuu, Henry, mi amor…

      Vaso tras vaso sintió que se acaloraba y algo en su interior se encendía, clamando por liberarse.

      —Uff, ¿hace calor aquí o son mis nervios? —Se estiró un poco el escote del vestido y se abanicó los pechos con la mano.

      Sí, así es: estaba borracha hasta los pelos.

      Se levantó de su asiento y caminó medio tambaleante entre los cuerpos de la pista. Una mano anónima emergió de la multitud y le dio un pellizco en el trasero, ella solo dio un respingo y soltó un gritito. Luego se rio, agitó su cabello y siguió su camino hasta salir al jardín donde los bikinis de dos piezas y los torsos desnudos se adueñaban del jacuzzi y de la piscina.

      Los tacones de Ginger se enterraban en el césped, así que optó por quitárselos y arrojarlos lejos. Con una bebida en su mano, caminó hasta una mesa de jardín y con torpeza subió un pie en ella y luego el otro. Se tambaleó y casi cae, pero no soltó el maldito trago.

      Cuando encontró el equilibrio y estuvo totalmente de pie sobre la mesa, levantó ambos brazos, con el vaso en mano, y gritó llena de ciego júbilo:

      —¡Está es la mejor fiesta del mundooooo!

      Los que se encontraban afuera llamaron a los de adentro para que salieran a ver a la borracha que saltaba, giraba y bailaba sobre la mesa.

      Alguien corrió el rumor de que esa chica era Escorpi —Keyra por supuesto— y sacaron sus celulares para inmortalizar el momento por toda la eternidad.

      Pronto, el jardín parecía un concierto gracias a las docenas de lucecitas de celulares que filmaban y tomaban fotos.

      El DJ paró la música, era más que evidente que le habían quitado el trabajo de animador.

      Un micrófono inalámbrico fue pasado de mano en mano hasta que llegó a Ginger, quien lo tomó encantada de la vida.

      —¡Hey, Escorpi, di algo! —gritó un chico del público que hacía un megáfono con las manos alrededor de su boca.

      Todos asintieron con exclamaciones y con silbidos. Ginger no se acordaba quién demonios eran todos esos y menos cómo había llegado hasta ahí, pero ¿qué más daba? Le habían dado la palabra por primera vez en toda su existencia y la iba a aprovechar.

      —¡Son todos unos bastardooooooooooooos! —gritó al micrófono con un acento pastoso y señaló a todos los presentes. Cada uno de ellos se quedó atónito.

      —Por eso… —soltó un hipido y se tambaleó— losh odio a todosh.

      Silencio mortal.

      Parecía que Ginger se había quedado dormida de pie, porque cerró los ojos y no reaccionaba; sin embargo, sorprendió a todos cuando abrió y agitó los brazos bruscamente, de derecha a izquierda, en ademán animador.

      —¡Vamos, canten conmigo! —pidió—. ´Cause this is thriller, thriller night, and no one´s gonna save you from the beast about to strike.

      Los jugadores de rugby, las porristas, la gente popular, todos estaban siendo testigos del mejor suicidio social que la élite de Dancey High hubiera visto en toda su historia.

      —You know it´s thriller, thriller night!

      Si antes tenían razones para burlarse de ella, o al menos se las inventaban, ahora sí que las tenían de sobra para abastecerse y atormentarla por el resto de su patética vida. Keyra saboreaba la humillación de Ginger en los labios.

      

Capítulo 8

      Se acabó la fiesta

      Lo recordó. ¡Lo recordó!

      Sebastian corría en la oscuridad con toda la potencia que sus humanas piernas le permitían.

      En cuanto cambió, lo primero que acudió a su mente fueron las palabras: «viernes», «fiesta», «suicidio social» y «Ginger».

      Todo encajaba. Con una mano se cubrió los atributos masculinos y con la otra lo que podía de su carne trasera. Corrió sigilosamente, como un gato, hasta la parte trasera de la casa de Ginger donde la señora Kaminsky solía dejar colgada la ropa recién lavada. No había mucho que escoger, la mayoría de la ropa era de Ginger y de su madre. Se estremeció mentalmente solo de imaginarse usando vestido, pero entonces vio la luz. Al final de la cuerda había una camisa de manga larga negra que ondeaba con el viento. La jaló sin más y, mientras trataba de abotonársela a toda prisa, buscó con la mirada indicios de ropa interior.

      ¡Nada! Solo veía unas bragas diminutas de Hello Kitty.

      Y… no. Ni muerto.

      Tomó el pantalón negro de pana de la cuerda y se lo embutió, como siempre, entre quejidos sobre la escualidez del padre de Ginger. Esta vez no había zapatos cerca, pero no podía irse descalzo. Así que, con todo el dolor de su masculino corazón, se puso los únicos calcetines que veía: unos de arcoíris que pertenecían a Ginger.

      Sebastian se detuvo un momento para jadear y recargar las manos en sus rodillas. Miró la luna y supo que eran poco más de las tres de la mañana. Si su superolfato no le fallaba, se encontraba cerca de Ginger; podía oler su perfume, incluso, casi podía ver el camino serpenteante de sus partículas en el aire.

      Hinchó su pecho con una gran bocanada de aire nocturno y continuó corriendo con las fuerzas renovadas. Las plantas de los calcetines ya estaban arruinadas, pero eran horribles de por sí; estaba seguro de que