Lo que todo gato quiere. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417142667
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mansión que tenía cada una de sus ventanas iluminadas por la luz interior.

      Sebastian se acercó, la música era cada vez más aturdidora; seguramente eso explicaba por qué habían huido los vecinos.

      En el camino empedrado de la entrada se encontró con distintos grupitos de chicos y de chicas que hacían bulla y bailaban muy pegados los unos de los otros mientras reían. Pronto, una chica pasó corriendo frente a Sebastian, la pobre parecía sufrir arcadas y se dirigía en dirección a la fuente central. Otra muchacha pasó tras ella, trataba de apartarle el cabello de la cara, pero de nada sirvió porque la primera vomitó sobre sus zapatos justo antes de llegar a la fuente.

      Sebastian se estremeció mientras escuchaba las risas burlonas de los que habían presenciado el accidente:

      —Velo por el lado bueno, ahora tus zapatos ya tienen color. —La señalaron con los dedos mientras oían más risas.

      En la escalinata, notó que había un montón de vasos tirados y algunos cristales de botellas de cerveza desperdigados. Sebastian trató de no clavarse nada en los pies y se internó en la casa.

      Los cuadros estaban chuecos e incluso vio que un sostén de encaje colgaba de una escultura. Incluso observó que había globos largos hechos con… ¿condones? Sí, lo eran.

      Sebastian escuchó más bullicio y a una voz masculina con acento hippie hablar por un micrófono:

      —Pero ¡qué impresionante! Brandon, trae otra botella, amigo… —Sebastian entró en el centro de una gran sala vacía y miró alrededor. La bulla no provenía de ahí, pero al mirar hacia una de las ventanas…—. Aquí está la botella, ahora ¿qué decimos?

      Alcanzó a ver que la mayoría estaba afuera. Los invitados tenían sus celulares en las manos y enfocaban con ellos a un punto frente a ellos.

      —¡Fondo, Escorpi! ¡Fondo, fondo, fondo, fondo!

      «¿Escorpi?».

      Algo se accionó en el cerebro de Sebastian y corrió tras empujar las puertas traseras; se quedó helado con la escena que se desarrollaba frente a sus ojos:

      Ginger estaba de pie sobre una mesa en la peor de las condiciones: el vestido se le había subido de un lado de la pierna exhibiendo parte de la tela de sus bragas negras; uno de sus tirantes se le escurría por el brazo y amenazaba con dejar escapar uno de sus pechos, su cabello estaba alborotado y su maquillaje absolutamente corrido.

      Echaba la cabeza hacia atrás todo lo que podía para beberse la botella de cerveza de un solo trago. Sebastian no lo pudo soportar. Era demasiado. Seguro mataría a todos los testigos, pero primero… la mataría a ella.

      —¡Wuaaaaaajuuuuuu! —exclamó Ginger luego de limpiarse el rastro de cerveza con el antebrazo mientras se tambaleaba y levantaba los brazos, triunfal.

      Arrojó la botella vacía por encima de su cabeza hacia la piscina, donde cayó junto con las demás botellas.

      Los presentes estallaron en vítores y en silbidos.

      —¡Otra, otra, otra! —pidieron

      —¡Sí! Otra —consintió Ginger que agitaba los brazos de un lado a otro y movía las caderas.

      —¡Ginger! —gritó Sebastian mientras se abría paso entre el calor del gentío.

      Ginger no lo escuchó, estaba demasiado ocupada moviendo el trasero; aunque ella no lo sabía, bailaba de forma bastante sexi cuando estaba borracha.

      Pronto, sintió que una mano firme y cálida la asía por la muñeca y le clavaba los dedos en el pulso. Ella miró hacia abajo y cuando su vista dejó de reproducir tres veces lo que ocurría, se concentró en la persona que la tenía agarraba por la muñeca. Subió la mirada con lentitud por el brazo fuerte del sujeto hasta encontrarse con la mirada aniquiladora de Sebastian. Sus rasgos eran de piedra: sus labios formaban una línea recta y apretada, las cejas casi se unían en el frunce de su frente y su mirada era oscura, cargada de algo que Ginger descifró como furia. Los ojos de Sebastian hervían en ira, se le notaba en toda la postura.

      —Vaya —consiguió decir Ginger tras un hipido doble—, miren quién se dignó a venir. —Alzó la cabeza para que todos la oyeran—. Oye, DJ, pásame ese micró… —soltó un hipido—…fono. —Agitó su mano vacía en dirección al disc jockey.

      Sebastian la sujetó con más fuerza por en la muñeca.

      Cuando Ginger tuvo el micrófono en su mano, lo acercó a su boca y apuntó a Sebastian con un dedo acusador:

      —Este tipo que me está agrediendo —soltó otro hipido— tiene el trasero más delicioso que he visto en toda —un hipido más— mi maldita vida; y si no me creen, mírenlo —declaró.

      Sebastian saltó para alcanzar el micrófono y arrebatárselo, pero Ginger se agachó y forcejeó con él para que no se lo quitara.

      —Oye, dámelo. ¡Es mío! —chilló.

      —¡No! ¡Tú vienes conmigo en este momento!

      —Tu trasero irá contigo. Yo no iré a ningún lado grandísimo —se le escapó otro hipido— amargado.

      Los invitados escuchaban la pelea que tenían gracias al micrófono. Keyra incluso sacó su cámara profesional con smile shot para tomar fotos de primera calidad.

      —Eres demasiado malo conmigo, vamos, dame un beso. —Se acercó a él con los labios fruncidos y enganchó los brazos alrededor de su cuello.

      A Sebastian le hubiera encantado acceder, pero no en esas circunstancias. Así que apartó la cara.

      —Ginger… ¡Ginger, contrólate!

      Ella perdió el equilibrio, la mesa empezó a volcarse y Ginger cayó. Sebastian no tuvo más remedio que atraparla en sus brazos, lo que implicó que debió descuidar sus labios. Estos se convirtieron en una presa fácil para Ginger quien, con un movimiento de cabeza y tomando la mejilla de Sebastian, le giró la cara y cerró los ojos de forma automática para estampar sus labios contra los de él.

      Las chicas soltaron chillidos y los chicos protestaron.

      De repente, se escuchó el sonido agudo de las sirenas de patrullas reverberando por la calle.

      —¡La policía! —gritó alguien desde el interior de la casa.

      Todo el mundo corrió buscando escondite y se desató el pánico general. Algunos escalaron la barda, los más tontos fueron hasta sus autos con la idea de escapar; pero a esos fueron los primeros que atraparon.

      Sebastian cargó a la ebria Ginger con más firmeza y cruzó el jardín a grandes zancadas. Abrió la puertecilla trasera de una patada y salió a la desierta calle que estaba tras la mansión de Keyra. Allí reinaba la humedad de la noche y los grillos daban su concierto.

      Ginger se revolvió en sus brazos y él la depositó en el suelo. Ella no podía mantenerse erguida así que le paso un brazo por encima de sus hombros para que tuviera un punto de apoyo, también le reacomodó los tirantes del vestido y posó una mano en la cintura de Ginger para ayudarla a caminar.

      —No sé en qué estabas pensado… —masculló para sí mismo en tono glacial, pero se aseguró de que ella también lo escuchara.

      —Sebastian…

      —Yo pensé que eras diferente, pero ya me di cuenta de que, por ser capaz de seguir a otros, tienes el cerebro tan pequeño como un microbio.

      —Sebastian…

      —¿En serio? ¿Qué creías Ginger? ¿Qué así te ibas a ganar su respeto?

      —¡Sebastian! —chilló.

      —¿¡Qué!? —respondió, ofuscado.

      —No me… —le dio una arcada—, no me siento bien.

      —Oh, Dios…

      Sebastian