Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468680941
Скачать книгу
llegado el día. La lluvia había cesado, aunque el cielo se mantenía completamente cubierto. Sabiendo que mi short y mis piernas lo habían calentado, me vestí con ropa similar a la que había usado el día anterior, me dirigí a la estación y permanecí parado en el andén, a la espera de que llegase.

      Llegó el primer tren; luego de unos minutos, el andén quedó vacío y Fausto no estaba. No me impacienté y pensé que, probablemente, hubiese sucedido lo del día anterior y que llegaría en el próximo, por lo que decidí aguardar. Pasados diez minutos, arribó otra formación, pero Fausto tampoco apareció.

      Nuevamente comenzaba a caer una leve llovizna; pensando en su posible arrepentimiento, me sentí un tanto molesto. Decidí esperar a la llegada de un tercer tren, pero Fausto jamás apareció.

      Regresé a casa realmente furiosos, aunque consciente de que le podría haberle surgido un imprevisto y que no había tenido manera de avisarme. Quizá le hubiese surgido algo con la mujer o con el trabajo que lo obligaron a modificar sus planes.

      Llegué a casa, me senté frente a la computadora y encontré un chat abierto en el que me decía que había tenido que ir a la oficina muy temprano y que le había resultado imposible avisarme.

      –Ah… que cagada, fui hasta la estación y esperé al pedo tres trenes bajo la lluvia –escribí, notablemente enojado.

      –Disculpame, realmente no pude avisarte, anoche mi mujer se puso muy mimosa y no me dejó en paz; me senté en la computadora para escribirte y la hija de puta se arrodilló debajo del escritorio y comenzó a mamármela hasta hacerme acabar; terminamos con un segundo polvo en la cama, imposible despegarme de ella –escribió Fausto.

      Me llamaba la atención su comentario. Hasta el momento, no había podido sacarle demasiada información sobre su vida; no era un flaco al que le gustase contar mucho, muy reprimido, por lo que el hecho de que me estuviese contando esas intimidades sobre su mujer, me resultaba extraño.

      –Bueno, ok, entiendo, pero mirá como me dejaste –dije, y haciendo lo mismo que había hecho el día anterior, enfoqué la cámara hacia abajo, para mostrarle mi miembro completamente erecto.

      –No, pará… no podes –escribió Fausto.

      Vi que se acomodaba en su silla, entre incómodo y movilizado.

      Me quité la remera, escupí la palma de mi mano, comencé a frotar mi glande y a masturbarme lentamente, mientras que, con la otra mano, comencé a recorrer mi pecho y mi abdomen.

      –No… sos muy hijo de puta, pará boludo, estoy prendido fuego –escribió.

      –Venite –escribí.

      Tiempo muerto sin contestar nada… Fausto se incorporó y se alejó de la silla, quedando fuera del alcance de la cámara.

      Sorpresivamente, apareció nuevamente con la mochila colgada sobre su hombro.

      –Me tomo un taxi hasta Retiro, esperame en la estación, chau –escribió Fausto, cerrando el chat y sin darme tiempo de responder.

      Ufff… comencé a reírme solo. Estaba claro que Fausto tenía unas ganas incontrolables de garchar con un macho. Había logrado elevar su temperatura al punto de volverlo loquito. Que se hubiese ido hasta Puerto Madero, regresar hasta zona norte para encontrarse conmigo y luego tener que volver a su trabajo… Imagino que solo estando muy pero muy al palo haría algo así.

      Dejé de tocarme la pija y busqué los horarios de los trenes para calcular aproximadamente a qué hora debería ir a buscarlo a la estación. Haciendo un poco de tiempo, comencé a leer los mensajes que me habían enviado otros contactos, respondí alguno de ellos, otros que no me interesaban los eliminé, hasta que, finalmente, agarré las llaves del auto, la billetera y salí camino hacia a la estación.

      Esperé en el andén mano hacia el norte. Llegó el primer tren y Fausto no bajó; no me preocupé, ya que no tenía certeza sobre el tren que había tomado… Pasaron quince minutos y otro tren arribó al andén. Fausto bajaba del último vagón y comenzaba a caminar hacia mí.

      –Hola, buen día –dijo, sin darme siquiera un beso.

      –Buen día, ¿vamos? –respondí.

      Caminamos hacia el auto, subimos y emprendimos viaje hacia mi departamento, haciendo una escala frente a un kiosco, en el que Fausto bajó para comprar una caja de preservativos. Seguimos viaje, llegamos al edificio y subimos directo de la cochera al departamento.

      Ingresamos a mi departamento, Fausto se quitó los lentes y los dejó sobre la mesa ratona; me di cuenta que era la primera vez que lo veía frente a frente sin anteojos. Hermosos ojos color avellana, que completaba el combo mortal.

      Sin mediar palabra, comenzó a desvestirse en el living. Se quitó la camisa, espalda ancha, panza chata, bien natural, bíceps marcados, sin trabajo exagerado; se quitó el pantalón y quedo en bóxer estampado, mostrando sus patas peludas, no exageradamente peludas, lo necesario. Se bajó el bóxer y no pude creer lo que estaba viendo, no podía ser… Una morcilla enorme, divina. Sentí cierto odio y envidia… este flaco no podía haber sido favorecido de esa manera, físicamente no tenía fisuras, era un Adonis impecable e incomparable.

      Pensé en lo hija de puta que había sido su mujer al enganchárselo… lo que se comía, lo que tenía a disposición diariamente; ciertamente, debería ser una yegua hermosa como para haberse casado con este tipo; recordé lo que me había contado Fausto e imaginé la mamada que esa yegua le había pegado la noche anterior bajo el escritorio. La imaginé muy pero muy puta, seguramente, lo atendería muy bien y no era para menos. De tenerlo a mi disposición todos los días, sin lugar a dudas, los hubiese dejado demacrado y falto de proteínas…

      Además, a semejante ejemplar había que cuidarlo y mantenerlo contento, porque las mujeres deberían acecharlo.

      Fuimos hacia el dormitorio y Fausto, que ya estaba completamente desnudo, se acostó boca arriba.

      Fui hacia el baño a buscar un frasco de lubricante y regresé al cuarto.

      –¿Que querés hacer con eso? –preguntó.

      Su pregunta me desconcertó… ¿Qué podía hacer con un frasco de lubricante? untarme o untarle el orto, untarme o untarle la pija.

      –Es lubricante boludo –respondí.

      –¿Me querés cojer? –preguntó.

      Obvio que me lo quería cojer… era el hombre más lindo con el que jamás había estado y lo tenía en pelotas tirado sobre mi cama.

      Me quité la remera y el short; lubriqué un poco su ano, me puse un forrito, lubriqué mi pene e intenté penetrarlo.

      Sinceramente, no recuerdo hasta donde logré metérsela y en verdad, no sé si realmente logré penetrarlo por completo; sí recuerdo que fue una situación tan extraña, tan fría, tan falta de calentura, de pasión, de química, de piel... la nada misma.

      Para mi disfrute, la previa siempre fue y sigue siendo una parte esencial para lograr el clima apropiado; abrazos, juegos,

      besos, mordisqueos; todo lo necesario como para llegar a un estado de calentura que me provoque el desear al otro, desear poseerlo y desear ser poseído.

      Ciertamente, estaba lejos de ser lo que estaba sucediendo con Fausto. Fue como intentar cojer con un Adonis de mármol. Imagino que no existía mucha diferencia entre cojer con Fausto, que intentar hacerlo con El David de Miguel Ángel.

      A pesar de su frialdad, recuerdo que me senté sobre su pija; tenerlo acostado boca arriba, con su mástil erecto… de ninguna manera quería perderme algo semejante; nunca había visto un pene tan grande, al menos, no en vivo y en directo.

      Lamentablemente,