Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468680941
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jamás pude ni podré despejar.

      Mi miembro siempre superó el tamaño promedio y se hacía notar. Un día, en el vestuario del club, luego de un entrenamiento, recuerdo que caminaba desnudo hacia las duchas y en sentido contrario, venía el padre de una amiga de la adolescencia; el tipo era altísimo, peludísimo, un tremendo oso; jugaba al básquet y nos enseñaba ese deporte. En el momento de cruzamos, fue más que notorio como llevó su mirada hacia mi paquete…

      Esa imagen no la olvidaría jamás, porque me dejó pensando en que quizá, a ese hombre con aspecto de macho, que estaba casado y que tenía dos hijas, le gustase la pija y que quizá, se encamase con otros hombres… ¿Por qué no?

      En ese entonces, todo me resultaba increíble; viéndolo a la distancia, me doy cuenta de que, probablemente, haya sido así…

      Al ingresar a la facultad, comencé a escuchar comentarios sobre qué tal o cual docente era gay, cosa que para mí era una novedad, no porque no supiese que existieran, sino porque el hermetismo con el que yo vivía esa parte de mi ser, me había mantenido hasta entonces muy alejado de conocer en carne y hueso a un hombre con esas preferencias sexuales. Recuerdo a un docente apenas unos años mayor que yo, que se partía de lo bueno que estaba y que, aparentemente, vivía su homosexualidad con naturalidad; por cierto, muy valiente de su parte, ya que no era un tema común en ese momento y no existía el grado de permeabilidad ni la aceptación que existe hoy día en la sociedad en relación a este tema.

      Allí fue donde conocí a Andrea, con quien compartiría mi vida y con quien, luego de un huracán que casi nos devastó, formaría una familia.

      Transcurría el tiempo y mis hormonas y deseos reprimidos deberían de una u otra forma ser satisfechos. No me alcanzaba con masturbarme viendo alguna imagen en una revista o penetrándome con algún objeto… Necesitaba carne de verdad, necesitaba experimentar la sensación y el sentimiento me produciría al estar desnudo al lado de otro hombre y practicar sexo con él.

      Finalmente, tuve el camino libre como para cruzar la frontera; solo era cuestión de animarse a hacerlo.

      Capítulo II

      Lanzado a la aventura

      Aún vivía con mis padres, quienes, como todos los años previo al verano, en el mes de noviembre se irían unas semanas a la costa, por lo que yo me quedaría solo y con la casa a mi disposición.

      Hacía un tiempo que había comenzado a encontrar en los clasificados de los diarios, anuncios de mujeres y de hombres ofreciendo servicios sexuales; esto me venía dando vueltas en la cabeza y lo veía como la única alternativa como para cruzar la línea e iniciarme en la bisexualidad.

      Una noche, luego de dar vueltas y vueltas, nervioso, ansioso y temeroso, agarré el diario; leí y volví a leer un anuncio en el que se ofrecía ese tipo de servicios, por la zona de Belgrano, relativamente cerca de donde yo vivía…

      Finalmente me animé y llamé, sin estar seguro sobre si me atrevería a hablar para contratar el servicio, o si cuando atendiesen, no me animaría a hablar y terminaría colgando, quedándome caliente y frustrado.

      Me atendió una mujer a quien le conté lo que estaba buscando. Me comentó sobre la tarifa, que me pareció razonable y me dijo que había tres chicos disponibles, describiéndome las características de cada uno. Le dije que me interesaba el morocho peludito… Me pidió que le diese mi número de teléfono y mi dirección.

      Fueron segundos de muchas dudas… ¿le daba los datos, me lanzaba a la aventura y finalmente cruzaba la línea, o continuaba con esa tremenda carga que, tarde o temprano, debería sacarme de encima.? Finalmente, le pasé los datos que me solicitaba y colgué.

      Transcurrieron aproximadamente treinta minutos, en los que me mantuve atento, mirando por la ventana y sintiéndome realmente nervioso. Iba a ser mi debut con un tipo al que ni siquiera le había visto la cara y quien le pagaría por tener sexo. No tenía idea sobre comportamientos ni códigos, solo sabía que tendríamos sexo y no mucho más que eso.

      Finalmente, vi que estacionaba un vehículo frente a casa, del que bajó un flaco. Salí para recibirlo y gratamente, me encontré con un tipo alto, linda cara, pelo negro, tez blanca; llevaba los botones superiores de la camisa desabrochados, por lo que se le podía ver el pecho bien poblado de vellos oscuros. Bastante acertada la descripción que la mina que me había atendido.

      –Hola, soy Daniel –dijo.

      –Hola, Daniel… Gonzalo –respondí.

      –Hola Gonza… ¿No hay problema de que deje el auto estacionado ahí? –preguntó Daniel.

      –No, quédate tranquilo, no hay problema –respondí, ansioso porque entrara y para evitar que alguien pudiese vernos.

      Viéndolo a la distancia, me doy cuenta de lo perseguido que estaba y de la paranoia que me aquejaba. Daniel podía haber sido un amigo como cualquier otro, solo que, como yo sabía que venía para tener sexo, imaginaba que el resto del barrio también lo sabría…

      Ingresamos a mi casa y me pidió el teléfono para llamar al departamento; no existían los celulares y yo desconocía la manera en cómo se manejaba esta gente.

      –Me tenés que abonar ahora, llamo para avisar que está todo ok y listo, nos relajamos –dijo Daniel.

      –Ok –respondí.

      Imaginé que estos tipos deberían encontrarse con gente rara, mucho loco suelto, por lo que seguían un protocolo para protegerse y tenían que informar que no existía problema alguno.

      Le di el dinero, no recuerdo el monto y le indiqué donde estaba el teléfono. Llamó al departamento y mientras que lo hacía, me paré detrás de él.

      Frente a la mesita donde estaba el teléfono, había un espejo en el que podía ver reflejado a Daniel; no pude resistirme más y temeroso por su reacción, extendí una mano para meterla por debajo de su camisa y la apoyé sobre su pecho peludo.

      Daniel ni se inmutó y continuó hablando.

      –Listo –dijo, mientras que colgaba.

      Imagino que habrá percibido el temblor y el frío de mis manos; era la primera vez que tocaba el cuerpo de un tipo en un contexto sexual. Daniel tomó mis manos con las suyas y las guió, para que recorrieran lentamente todo su torso. Me sentí un adolescente principiante y en verdad, adolescente ya no era, pero principiante sí.

      –¿Nos quedamos acá? –preguntó.

      –No, no… vamos a mi cuarto –respondí.

      Caminamos hacia mi cuarto. Finalmente estaba solo con otro hombre entre cuatro paredes y dispuesto a tener sexo.

      Nuevamente comencé a franelearle el pecho firmemente, sin temor a su reacción; necesitaba experimentar y percibir que sensación me provocaba el acariciar un pecho firme y peludo.

      Finalmente, el momento tan anhelado había llegado y ciertamente, me estaba gustando, me estaba calentando y mucho.

      Evidentemente, Daniel estaba acostumbrado a estas situaciones y me dio el tiempo para que experimentase y para que lo tocase cuanto quisiera; después de todo, le estaba pagando por eso.

      –¿Ya lo hiciste? –preguntó Daniel.

      –Es mi primera vez con un hombre, ¿se nota? –pregunté.

      –Solo que se te nota un poco tenso, relajate, que lo vamos a pasar bien, vas a ver que sí –respondió Daniel.

      Se acercó hacia mí y me dio un tierno primer beso. Era la primera vez que mis labios tocaban los labios de otro hombre. Apoyó suavemente una mano detrás de mi nuca