Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468680941
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al despegar la semana pasada?, yo estaba en el de atrás, esperando en la pista y obviamente, se cerró aeroparque, por lo que no pude viajar –escribió Patricio.

      Había ocurrido un accidente muy feo en aeroparque; un avión se había estrellado al despegar y mucha gente había muerto.

      –Uy, qué feo –escribí.

      –Sí, realmente muy feo, una situación horrible… Regresé a casa y toda la semana con video conferencias –escribió Patricio.

      Dejé que me contase todo lo que quisiera y sin hacer muchas preguntas. Sospecho que debe haber sido bastante traumático el estar arriba de un avión a punto de despegar y enterarse de que el que hacía solo minutos había estado en la pista, delante del suyo, fatalmente, se había estrellado.

      –¿Estás bien? –pregunté.

      –Sí, sí… bastante traumática la situación, pero estoy bien –respondió.

      –Bueno, me alegro –escribí.

      –¿Querés que nos juntemos a tomar un café? –preguntó sorpresivamente.

      –¿Ahora? –pregunté.

      –En media hora, en el bar frente a la estación, cerca de casa –respondió Patricio.

      Mi mujer no regresaría hasta las nueve, por lo que tenía un buen margen de tiempo y sabía de qué estación y de que bar me estaba hablando.

      –Dale, en media hora estoy ahí –respondí.

      –Ok, nos vemos –escribió Patricio.

      Agarré la billetera, las llaves del auto y fui hacia su encuentro.

      En veinte minutos estaba allí, buscando donde estacionar. La zona siempre me había fascinado, repleta de árboles, con casas hermosas, la mayoría de estilo inglés y con enormes parques. Encontré donde dejar el auto, a unas dos cuadras del bar.

      Caminé hacia la estación y antes de ingresar al bar, vi que Patricio estaba sentado con libro en mano, en una mesa al lado de una ventana. Me vio y desplegó una sonrisa.

      –Hola –dije.

      –Hola –respondió Patricio.

      –¿Viniste en auto o en tren? –preguntó.

      –En auto, lo dejé a dos cuadras; complicado estacionar por esta zona con el tema de los parquímetros –respondí.

      –Sí, complicado, tanto como nuestra situación –comentó Patricio, agarrándome desarmado.

      Haciéndome el boludo, pregunté:

      –Y ¿cuál vendría a ser nuestra situación?

      –Mirá Gonza, no somos nenes, ya estamos grandes…

      Interrumpió el mozo que se acercó a tomar el pedido.

      –Buenas tardes –saludó amablemente.

      –Buenas tardes –respondimos al unísono.

      Patricio me miró, como preguntándome que iba a pedir.

      –Un cortado en jarrito –dije.

      –Que sean dos y un tostado –dijo Patricio.

      –Repito lo que dije cuando nos despedimos en la cancha de padel… me caes súper bien, lo paso bien con vos y me parece que a vos te sucede lo mismo conmigo –continuó diciendo.

      Yo permanecía mirándolo a los ojos, sin emitir palabra.

      –Pero como también te dije, vos estás casado y por lo que me comentaste, tu idea es armar una familia; yo soy soltero y quiero encontrar a una persona con quien pueda compartir mi vida, no se trata solo de sexo –continuó diciendo.

      –Yo te dije que era casado desde el primer día –repliqué.

      –Sí y lo valoro, pero uno no sabe qué le va a suceder con la otra persona y en este caso, siento que a los dos nos está sucediendo algo especial… Si la situación fuese diferente y si tuviésemos la oportunidad de continuar, al mes, quizá nos estaríamos matando, quizá no, ¿quién sabe? Lo que tengo claro, es que no quiero correr el riego, ni hacértelo correr a vos, de continuar con algo que se convertirá en una situación difícil de manejar y que resultaría una tortura para ambos –dijo Patricio.

      Regresó el mozo y dejó los dos cortados y el tostado sobre la mesa. Esa interrupción me dio tiempo para acomodar y procesar lo que terminaba de escuchar.

      Su discurso no tenía fisuras, era real lo que decía, tenía razón y no podía replicarle con nada. Por cierto, Patricio estaba

      actuando de una forma mucho más adulta de la que yo lo había hecho desde el momento en el que lo conocí.

      Claramente, me estaba diciendo “No nos veamos más.”

      –Sí, tenés razón con respecto a lo que percibís… jamás me sucedió algo así con un hombre y no lo termino de procesar; me pasa algo extraño y diferente con vos, no te puedo sacar de mi cabeza –dije, sincerándome.

      Patricio me miró e hizo un gesto como diciéndome “¿Viste?”

      Simultáneamente, comenzó a rozar mi pierna con un pie.

      –No seas pelotudo, me estás cortando el rostro y me haces calentar…–dije, medio enojado.

      –Tenés razón, discúlpame, es que me calentás –dijo Patricio.

      –Bueno, pero podemos encontrarnos para garchar, para ir a jugar al tenis, correr o lo que fuese –dije.

      –Gonza… –dijo Patricio, como diciéndome “Lo que estás diciendo sabés que no da…”

      Sabía que tenía razón… Vernos para lo que fuese, mantendría la chispa encendida y no tenía sentido. Estaba claro que, al menos en esta etapa de nuestras vidas, lo inteligente y sano sería alejarnos.

      Terminé mi café. Quería quedarme con Patricio y al mismo tiempo, quería salir corriendo y olvidarme de todo esto; olvidar que lo había conocido y dejar de experimentar este nuevo sentimiento que me perturbaba y que me estaba lastimando.

      Saqué la billetera con la intención de pagar y de salir corriendo.

      –Pará bolas. Primero, pago yo, guardá la billetera; segundo, no me dejes solo, esperá que termino mi café y me alcanzas hasta casa –dijo.

      –Man, no te entiendo, me acabás de cortar el rostro y me franeleas la pierna con tu pie, ahora querés que me quedé acá mirándote… –repliqué.

      Patricio le hizo señas al mozo, indicándole que le dejaba el

      dinero sobre la mesa; se incorporó y dijo:

      –Vamos.

      Me levanté y salimos de la confitería, yo, con ganas de decirle chau y de irme solo hacia el auto.

      –Dale, llévame hasta casa –insistió.

      Caminamos hacia mi auto en silencio, ya había oscurecido. Ingresamos y lo puse en marcha. Giré la cabeza para mirar hacia atrás, Patricio, aprovechó la oportunidad, tomó mi cara con ambas manos y me dio un tierno beso que me descolocó. Sentí una mezcla simultanea de furia y de ternura.

      –Me va a costar olvidarte –dije.

      –No me olvides, solo dejá de idealizarme –respondió Patricio.

      Arranqué y