Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468680941
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Lo abracé y nos besamos por largo rato. Comencé a recorrer su cuerpo con mis manos, bajé hacia sus nalgas, olí su cuello, sentí el roce de su barba.

      Comencé a desprender los botones de su camisa, dejando su torso descubierto y me quité la remera; apoyé mi pecho sobre el suyo y pude percibir su calor. Mi miembro, completamente erecto, parecía explotar. Daniel lo notó, metió una mano por debajo de mi short y tomó mi pene fuertemente con su mano.

      –¡Opa! que tenemos acá –dijo.

      Bajó mi short y se puso en cuclillas para comenzar a mamármelo. No podía creer el tener a un macho agachado frente de mí, con mi pene dentro de su boca. Desde arriba, veía los pelos de su pecho, su barba sin afeitar, parecía tan macho y ahí lo tenía, mamándomela. Sentí que se me había puesto dura como roca.

      Daniel subió y nuevamente me besó. Apoyo ambas manos por sobre mis hombros y ejerció presión, como invitándome a bajar. Me arrodillé en el piso, mientras que Daniel bajaba el cierre de su jean y dejaba salir su miembro, que era casi como el mío, carnoso, grueso y largo. Me hizo un gesto, invitándome a que se lo mamara. Cerré los ojos y lo metí en mi boca, intentando hacerlo de la mejor manera que me saliera, mientras que él desabrochaba la cintura y dejaba caer al piso su pantalón.

      En medio de la exploración, metí más profundo su pene, haciendo que su glande llegase a mi campañilla… sentí una súbita arcada, por lo que me lo saqué de la boca y me incorporé, agitado, con la cara babeada y colorada. Daniel me abrazó y me invitó para que nos acostásemos. Le propuse tirar el colchón sobre el piso como para estar más cómodos.

      Completamente desnudos, nos tiramos sobre el colchón.

      Me tiré sobre Daniel y lo abracé, lo besé y comenzamos a revolcarnos, quedando alternadamente yo sobre él y él sobre mí. Sí que se sentía lindo, pecho contra pecho, el calor de otro cuerpo de hombre pegado al mío, los dos penes erectos apretados entre nuestras panzas. Necesitaba que me cojieran, quería sentir un pene real penetrándome y haciéndome vibrar, no aguantaba más.

      –¡Cojeme! –dije, casi como ordenándoselo.

      –Dale, claro que sí, me va a encantar hacerlo y ser el primero –respondió Daniel.

      Me incorporé para agarrar una caja de preservativos que había comprado esperando esta ocasión y le alcancé uno para que se lo colocara.

      –Se me baja con forrito –dijo.

      Su comentario me sorprendió y me inquietó. No por el hecho de que se le bajara, cosa que a muchos hombres les sucedía; de hecho, a veces a mí también me sucedía, sino que me sorprendía e inquietaba el hecho de que, en una época en el que el HIV estaba en plena expansión y muy poco conocía la ciencia y la medicina sobre cómo controlarlo o combatirlo, este tipo que se dedicaba a brindar servicios sexuales, me estuviese diciendo que quería cojer, pero sin utilizar protección; todo una locura.

      –Bueno flaco, pero sin forro, ni en pedo –dije.

      A pesar de que Daniel parecía una persona súper tranquila, accesible, un tipo común, y educado, sentí cierta incomodidad, porque le había pagado por cojer y eso es lo que quería hacer; si se le paraba o no al ponerse un forro era un problema suyo.

      Daniel comenzó a calzar el preservativo en su pene y a pajearse para lograr una buena erección. Lo que estaba presenciando, era mucho más de lo que hasta entonces había hecho; tener tirado sobre el colchón a un flaco alto y peludo, dándole a su pija con la mano, sí que estaba bueno.

      Permanecí mirándolo un rato, hasta que sus palabras me sacaron de la especie de trance en el que me había metido, producto del espectáculo que me estaba brindando.

      –¿Preferís subirte? –preguntó.

      Había esperado largo tiempo por ese momento y aún no tenía preferencias en cuanto a las posiciones… solo quería sentirlo dentro de mí.

      Tomé un tubo de lubricante, esparcí el frío gel a lo largo de su miembro y en mi ano y me posicioné en cuclillas, a la altura de su pelvis. Mientras que Daniel sostenía su pene con una mano, comencé a descender, hasta apoyar su glande en mi ano. Me mantuve en esa posición por unos instantes y continué descendiendo, sintiendo como mi esfínter cedía a la presión y por fin, el miembro de Daniel se introducía entero dentro de mí.

      Mi ano no era virgen, no obstante, era mi desvirgue con un hombre de carne y hueso; finalmente tenía una pija adentro, que latía, que se percibía tibia y que se sentía hermosa.

      Comencé a subir y a bajar, concentrándome en sentir cada estímulo, cada roce. Cada nueva penetración, generaba una reacción inmediata en mi pene; la presión de esa pija apretando mi próstata, el calor de su cuerpo, el estímulo visual de tener a un tipo tirado boca arriba, yo sentado sobre él, con su pene dentro de mi ano, me generaba un torbellino de sensaciones, que, hasta ese momento, solo había podido imaginar. La realidad, estaba superando a todo lo esperado.

      Extrañamente, percibí que una gota de líquido pre seminal asomaba por mi glande, nada común en mí. No quería acabar y si estaba pagando, pretendía un servicio completo.

      Me incorporé y sentí como el pene de Daniel salía de mi ano.

      –Te la quiero poner –dije.

      Daniel se quitó el preservativo, apoyó ambos brazos sobre el colchón, dejando su torso semi incorporado.

      –Mirá, la verdad es que no lo hablamos, pero no me va mucho que me la pongan –contestó.

      –Es verdad, no pregunté, solo supuse que pagaba por un servicio completo –repliqué.

      Daniel se arrodilló, tomó mi nuca con una mano y me besó.

      –Me caíste bien y me gustás; voy a hacer una excepción –dijo, poniéndose directamente en posición de perrito.

      Ufff… Muy fuerte para mí el tener a un macho entregándose de esa manera. Sentí que mi pija explotaba. Me puse un preservativo, unté mi pene y su ano con lubricante y me posicioné por detrás de él. Lo tomé de las caderas y sentí como mi miembro de deslizaba entre sus nalgas.

      –Pará, pará… tenés la pija grande y un ano no es una concha… quédate quieto y déjame a mí –ordenó Daniel.

      Obedecí y me quedé inmóvil, sintiendo mi glande apoyado en su ano y con mis manos aun tomando sus caderas.

      Daniel comenzó a moverse lentamente, haciendo que mi glande se moviese de un lado hacia el otro entorno a su ano, ejerciendo un poco de presión y retirándose. Mi inexperiencia hizo que me mantuviese quieto, tal como él lo había indicado.

      Continuó con ese juego, buscando su dilatación, y percibí que, lentamente, mi glande comenzaba a desaparecer dentro suyo.

      –Dale –dijo Daniel.

      No me lo debería decir dos veces. Afirmé mis rodillas e hice un movimiento con mi pelvis, logrando que mi pene se enterrase completo dentro de él. Daniel emitió una exclamación. La situación completa me elevó a un nivel de calentura nunca antes experimentado. Sentí que un irrefrenable orgasmo me invadía y en dos o tres movimientos, la carga de mis bolas comenzaba a llenar el preservativo. Pegué un grito de placer, que liberaba el inmenso peso provocada por años de represión.

      Se la saqué, me quité el preservativo y me tiré boca arriba sobre el colchón. Comencé a tocarme el pene, haciendo que aparecieran las últimas gotas de semen. Daniel se incorporó, se paró a la altura de mis caderas, apoyando cada pie al lado de mi cuerpo, mirándome de frente y comenzó a masturbarse.

      En segundos, su esperma quedaba depositado sobre mi panza y sobre mi pecho, enredándose entre mis pelos. Realmente