Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468680941
Скачать книгу

      –Lindo, linda experiencia –contesté.

      No tenía ningún parámetro desde donde poder comparar. Salvo por la autoexploración y por el disfrute con una mujer, era mi primera vez con un hombre. A la distancia y comparado con todo lo que más tarde experimentaría, esta primera vez, seguramente no superaba una puntuación de cinco en una escala del uno al diez.

      –Me permitís ir al baño –preguntó Daniel.

      –Sí, claro, si te querés duchar, hacelo, no hay problemas –dije.

      Me incorporé y lo acompañé, le alcancé un toallón, tomé papel higiénico, limpie mi torso, tire el papel en el inodoro y regresé a mi cuarto, subí el colchón a la cama y me puse el short y la remera.

      Escuché que Daniel cerraba los grifos de la ducha y en minutos ingresaba al dormitorio, con el pelo mojado y con el toallón atado en su cintura; lo dejó caer y comenzó a cambiarse. Se puso el bóxer, el jean y la camisa. Se sentó en la cama para ponerse las zapatillas.

      –Gonza, la verdad es que muy buena onda la tuya, ¿te vendrías el próximo fin de semana a una fiestita con amigos míos? de onda te lo digo, me refiero a que sin dinero de por medio, mis amigos estarían felices al ver ese pedazo –dijo Daniel.

      Su comentario sí que me tomó por sorpresa. ¡Era mi primera vez con un macho, por el que incluso había pagado y de repente me estaba invitando a una fiesta sexual con amigos!

      Si bien su propuesta me resultaba halagadora y me daba la pauta de que, de animarme a salir a en busca de hombres, no me resultaría complicado conseguir con quien tener sexo, su invitación superaba ampliamente los límites que yo estaba dispuesto a cruzar en ese momento y aun, de haberme animado, la reticencia inicial por parte de Daniel para usar preservativos, me hizo sospechar que no se cuidaba responsablemente, por lo que difícilmente lo hicieran sus amigos. Esto, definitivamente puso freno a cualquier tentación como para aceptar su oferta.

      –Gracias, pero paso –respondí.

      –Bueno, si cambias de opinión, simplemente llamá a donde llamaste hoy y pedís por mí –dijo Daniel.

      –Dale, ok –respondí.

      Lo acompañé hasta la calle, nos saludamos y jamás nos volvimos a ver.

      Muchas veces pienso en él, e incluso, me pregunto si seguirá vivo; suena medio tétrico decirlo de esa manera, pero sí que eran épocas complicadas como para no cuidarse.

      Luego de mi primera experiencia con Daniel, tuve algunas otras en las que pagué por sexo y que resultaron mediocres.

      Afortunadamente, en poco tiempo, surgiría Internet, que traería un mundo nuevo de posibilidades para ser exploradas.

      Capítulo III

      Un mundo nuevo

      Finalmente, Internet irrumpía en nuestras vidas y de la mano de esta nueva y maravillosa herramienta, comenzaban a aparecer sitios de contactos de todo tipo. En alguno de ellos, comencé a crear mis perfiles, primero, tímidamente y luego sin prejuicios de poner fotos en bolas y de liberarlas a quienes me lo pidieran y lógicamente, a quienes me interesaran.

      Accedía diariamente, investigando e ingresando a un mundo nuevo que se abría ante mí y que me ofrecía la posibilidad de contactarme con infinidad de hombres que se encontraban en la búsqueda de establecer relaciones con otros hombres, algunos que intentaban satisfacer sus deseos ocultos y reprimidos, y otros que vivían su sexualidad libremente. Esta nueva herramienta, me dejaría ver que no estaba solo en esta aventura, que existían muchísimos pares, hombres que, aun viviendo con mujeres, casados o no, con hijos o sin ellos, disfrutaban al tener sexo con otros varones.

      Ya no sería necesario pagar por sexo y fundamentalmente, si decidiera o me diese morbo hacerlo, sabría de antemano con quien me encontraría, ya que también aparecían páginas con ofertas de servicios sexuales en las que se incluían fotos.

      Lentamente, iría descubriendo lo que más tarde entendí que era un verdadero “zoológico humano.”

      Hasta ese momento, jamás hubiese imaginado la variedad de gustos, morbos y deseos sexuales ávidos por ser satisfechos; algunos de ellos me intrigaban, otros, hasta me producían rechazo…

      Por ese entonces, Gaydar era mi página de cabecera para establecer contactos, sitio al que ingresaba diariamente, y fue allí donde me cruzaría con infinidad de hombres. La mayoría de ellos, no pasarían de ser contactos a quienes jamás conocería en persona; con otros, tendría algún encuentro furtivo, con unos pocos, mantendría un contacto más fluido y quienes, finalmente, se transformarían en amigarches, con quienes repetiría encuentros.

      No obstante, más allá de las ganas, de la atracción física y de la química, las distancias, las coincidencias de horarios y muchas veces, el no disponer de lugar en donde hacerlo, hacía que no fuese sencillo combinar y concretar un encuentro, sumado al histeriqueo reinante en estos sitios.

      Solo para hilar cronológicamente vivencias y experiencias que luego me llevarían a transitar por el terremoto sobre el cual más adelante les hablaré, es que comienzo a escarbar en mi memoria, y surgen infinidad de recuerdos de tipos con los que finalmente me encamé, algunos más lindos, otros no tanto, con más onda, con menos onda, buenos en la cama o no tan buenos…

      Fabio fue uno de mis primeros amigarches, un osito rubión, peludo, de ojos claros, con quien me encontré en infinidad de ocasiones y quien me hizo explorar y aprender a disfrutar de mi rol como pasivo. Fabio también era un tipo tapado, vivía de manera oculta su sexualidad. Me gustaba verlo en bolas, tener su lomo peludo y rubio frente de mí, con mis patas enroscadas en su cintura; buena persona; linda experiencia, había piel, había química. Solo en una oportunidad pude cojérmelo. Finalmente, y no sé por qué, perdimos contacto y jamás nos volvimos a ver.

      Otro amigarche fue Roberto, comisario de abordo, que cubría vuelos internacionales, a quien, de vez en cuando, visitaba en su departamento. Roberto era un poco mayor que yo, pero se mantenía en forma y era un gran tipo. Nunca pasó de ser simplemente sexo, ni siquiera explosivo, solo un momento de sexo como para sacarse la calentura. Cuando estaba en Baires me contactaba y lo hacíamos.

      Coincidió con una etapa en la que mi mujer viajaba dos o tres días al mes por trabajo y yo hacía uso de mi soltería temporaria.

      Recuerdo a Juan, que vivía a diez cuadras de casa. Una noche, nos cruzamos en el chat y en media hora, lo estaba pasando a buscar con el auto por la esquina de su casa, en la que vivía con sus padres. Un tipazo… su cara me hacía acordar a Baglietto en su juventud, aunque con lomo más morrudo y bien peludo, como me calientan. Con Juan pasé una linda noche, en la que recuerdo que, de manera muy distendida, desnudo y boca abajo se tiró sobre mi cama, entregado como para que me lo cojiera. Lindo tipo, al que, como me sucedió con tantos otros, no sé por qué, jamás volví a ver.

      Vince, un inglés que vivía en Baires enseñando idiomas; altísimo, fulero de cara, pero con un lomo divino, hermosas patas y una onda increíble. Recuerdo como me calentaba cuando me decía “Be gently Gonza, please, be gently…” mientras me lo estaba cojiendo. Luego se trasladó a la India y seguimos en contacto durante un tiempo, hasta que dejamos de hacerlo.

      Muchos encuentros furtivos con flacos sobre los que no recuerdo sus nombres ni sus rostros, pero con los que viví situaciones que me marcaron por haber sido las primeras, como el encuentro con uno que vivía en Belgrano, quien fue el primero que se paró, me alzó como pluma y me puso contra una pared para cojerme de parado, mientras que yo lo abrazaba con mis brazos y con mis piernas; solo recuerdo que era rubión, morrudo y peludo.

      La misma experiencia la repetí con un flaco de aspecto turco, musculoso, morocho,