Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия: Relatos de un hombre casado
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468680941
Скачать книгу
el resto del fin de semana intentando sacarlo de mi cabeza y actuando como si nada hubiese sucedido. Sabía que el lunes Patricio viajaría, por lo que era un hecho que, durante la semana, no nos encontraríamos y no sabía si se podría contactar; no obstante, me mantuve pendiente, viendo si aparecía en Messenger.

      Finalmente, el martes se contactó y durante el resto de la semana, mantuvimos breves conversaciones. Regresaría a Buenos Aires el viernes y quedamos en ir a jugar a padel el sábado, los dos solos. Si bien es un juego de cuatro personas, era una de las pocas excusas que se me ocurrían como para poder tener un nuevo encuentro. Patricio me había contado que jugaba al tenis, pero el furor del padel, había hecho desaparecer todas las canchas de tenis que solían existir por la zona. De todas maneras, seguramente nos entretendríamos y pasaríamos un rato agradable.

      Nos encontramos el sábado en unas canchas a mitad de camino entre donde ambos vivíamos. Paleteamos una hora, durante la que corrimos bastante. Siempre fui deportista, por lo que no desentoné con su nivel. Fuimos hacia el vestuario, completamente transpirados, nos desvestimos y nos metimos en las duchas. No había absolutamente nadie. Las duchas estaban divididas por tabiques, por lo que solo se podía ver al que eventualmente estuviese duchándose enfrente y Patricio había ingresado a una al lado de la que estaba yo.

      Continuamos con nuestra conversación y en un momento, imprevistamente, Patricio ingresó a mi ducha y jugueteando, con cara de pícaro, agarró mi pene, actitud que me sorprendió enormemente, ya que él era una persona sumamente discreta y yo, en esa etapa de mi recorrido, jamás me hubiese animado a hacer algo semejante y menos en un lugar público.

      Si bien el vestuario estaba vacío, cualquier flaco podría haber ingresado imprevistamente y podía habernos visto bajo la misma ducha.

      –Pará boludo –fue lo único que atiné a decir.

      –No pasa nada –respondió Patricio, riendo pícaramente.

      Imagino que, al ver mi cara, no sé si de sorpresa, de miedo o que, no insistió más y regresó a su ducha.

      Viéndolo a la distancia, yo podría haber aceptado su juego y quien sabe cómo hubiese terminado la situación, pero no lo hice.

      Terminamos de ducharnos y fuimos hacia los bancos para vestirnos. Era una situación nueva en la que me sentía confundido y extraño. Ciertamente, no era la primera vez que estaba en bolas en un vestuario al lado de otro o de otros tipos, pero si era la primera vez que en la que estaba con un tipo con el que ya había cojido, al que podía tocar, al que tenía acceso; un flaco con quien me interesaba tener sexo nuevamente y fundamentalmente, con el que me estaba sucediendo algo que iba más allá de lo físico.

      Estaba tentado por franelearle el pecho cubierto por cortos pelos rubios y estuve a punto de hacerlo; me detuvo el ingreso de cuatro flacos que habían terminado de jugar y que, sin prejuicios, comenzaban a desvestirse para quedar en pelotas frente a nosotros y con total desparpajo, caminaron desnudos hacia las duchas, haciendo bromas entre ellos, toqueteándose los glúteos, unos a otros y haciendo comentarios sobre sus miembros.

      Ese tipo de jueguito entre hombre “heterosexuales” siempre me habían provocado un morbo muy especial y aunque no lo había experimentado, sospeché que quizá, a veces, lo que comenzaba como un jueguito entre amigos, pudiese terminar en una situación más picante.

      Mi pija, estimulada por lo que estaba viendo y por mi imaginación, estaba comenzando a reaccionar, por lo que me apresuré a vestirme. Terminamos de cambiarnos, salimos del vestuario y caminamos hacia la confitería.

      –Boludo, mirá si entraban estos flacos unos minutos antes –dije, haciendo referencia al momento en el que Patricio se había metido en mi ducha.

      –Y bueno, los invitábamos a ellos también y quizá salía una fiestita –respondió Patricio, riendo.

      –Que buenos que están los dos morochos peludos –dije.

      –Sí, lindos… no sé qué haces conmigo que soy blanco y con poco pelo –dijo Patricio.

      –No sé, la verdad es que yo tampoco sé… aunque, en verdad, pelos tenés, solo que sos tan blanco que no se te ven bien –respondí.

      Nos sentamos bajo una sombrilla y pedimos algo fresco para hidratarnos, mientras que manteníamos una amena conversación. El sol comenzaba a esconderse tras la copa de los árboles, lo que indicaba que el encuentro pronto concluiría. Saqué la billetera del bolso para pagar, pero Patricio se adelantó y no me permitió hacerlo.

      –¿Cómo seguimos? –pregunté, mientras que caminábamos hacia los autos.

      –No sé… vos sos casado, yo soltero –respondió.

      –¿Entonces? –pregunté, entendiendo perfectamente lo que me quería decir.

      –Mirá Gonza, realmente me caés muy bien y lo paso bárbaro con vos, pero no quiero meterme en una historia que nos terminará conduciendo hacia ningún lado –respondió Patricio.

      Permanecí mirándolo sin responder. Sus palabras me habían pegado como roca. Yo, sin entenderlo, sin proponérmelo y mucho menos, deseándolo, estaba en caída libre hacia una situación desconocida y perturbante. Obviamente, Patricio veía el panorama mucho más despejado que yo y tenía muy claro que hacer.

      Imagino que al ver mi cara y por piedad, finalmente dijo.

      –Hagamos una cosa… yo el lunes viajo nuevamente y no estaré durante toda la semana, nos mantenemos en contacto y vemos que hacemos, ¿ok? –dijo.

      –Ok –respondí.

      Nos saludamos y cada uno ingreso a su auto.

      Regresé a casa con la cabeza partida al medio, intentando disimular mi estado de ánimo frente a mi mujer, quien, obviamente, poco podría haber comprendido lo que me estaba sucediendo.

      Llegó nuevamente el lunes y Patricio no apareció, tampoco el martes ni el miércoles… Desde la ventana del escritorio, veía pasar los aviones que se dirigían y que provenían de aeroparque; pensaba si Patricio quizá estuviese en alguno de ellos. Me costaba concentrarme, perdiéndome por momentos en mis pensamientos, recordando lo que habíamos compartido, que tampoco habían sido muchos.

      Llegó nuevamente el fin de semana y Patricio jamás se contactó. Podría haberlo hecho, al menos cinco minutos, como para combinar un nuevo encuentro para su regreso.

      En mi interior, supuse que su desaparición había sido ex- profeso, que más allá del escaso tiempo libre que le pudiesen dejar sus actividades, seguramente, lo que buscaba era generar distancia. Sabía que era cuestión de tiempo; para contactarse conmigo o con quien fuese, tarde o temprano volvería a conectarse en Messenger y lo vería online.

      Comenzó nuevamente la semana y nada sucedió. El miércoles, ya sin esperarlo, lo vi en línea e hice un enorme esfuerzo como para no tomar la iniciativa. Me contuve, deseando que me abriese una ventana de chat. Eran las seis de la tarde y estaba a punto de apagar la computadora, cuando por fin lo hizo.

      –¿Cómo va? –preguntó.

      –Qué haces… –escribí, fríamente.

      ¿Eso solo? –preguntó Patricio.

      –Y ¿qué querés que te diga? –respondí, cual novio despechado.

      –Tuve una semana de locos –escribió Patricio.

      –¿Mucho trabajo en tu viaje? –pregunté.

      –Mucho trabajo, pero finalmente, no viajé –escribió.

      Su comentario me hizo enojar aún más… No solo no se había contactado, sino que ni siquiera había viajado y yo había