—¿Supiste de él? —le preguntaba ahora Dédé. Lentamente, ella le quitó la mano del bretel de su corpiño.
—No desde hace un tiempo —dijo.
—Oí que se piensa quedar en Haití definitivamente —dijo Dédé, y le guiñó el ojo una vez que asimiló su rechazo. Sacó algunos vasos de abajo de la barra y se puso a limpiarlos por dentro con una toallita blanca. Y quizás esa fuese su venganza, o tal vez había estado esperando para decírselo, pero entre que apoyó un vaso y levantó otro, dijo—: Está viviendo en Haití con el dinero de la banda y un montón de efectivo que sacó de unos secuestros falsos que inventaron entre él y tu amiga Olivia. Te juro que tengo gente en eso. Si los llegan a ver…
Si le hubiera estado pasando a otra persona, ella se habría preguntado por qué esa persona no estaba ya caída en el suelo por la impresión. Pero ella tampoco se desmayó. Era como si quedara confirmado ese resquicio de duda que la había estado atormentando, ese atisbo de sospecha que en parte la había llevado hasta allí.
—¿Entonces está viva? —preguntó.
—Ah, ¿te dijo que estaba muerta? —dijo Dédé y bajó el vaso que tenía en la mano.
—¿No está muerta? —volvió a preguntar ella, solo para estar segura.
Quería reírse, pero lo que hizo fue tratar de encontrar algunas palabras más. ¿Cómo podía haberse dejado engañar, robar, con tanta facilidad? ¿Cómo podía haber sido tan ingenua, tan estúpida? A lo mejor había tenido algo que ver que Gaspard hubiese estado tan enfermo esa semana y que su hija hubiese estado ahí mirando. Había estado tan desconcentrada que había confiado en alguien a quien alguna vez creyó amar. Seguramente Blaise y Olivia se habían preparado, o habían practicado, durante semanas para quitarle más y más, para despojarla tanto de su dinero como de su dignidad. Tenían que ser tan convincentes que nadie hubiera podido dudar de ellos. A Dédé también lo habían engañado.
—Supongo que los dos somos unos boukis —dijo ella por fin—. Unos imbéciles.
—Unos tarados, unos idiotas —agregó él, y limpió el interior de los vasos con más fuerza—. Lo entendería si hubieran estado muertos de hambre y no hubieran podido conseguir dinero de ninguna otra manera, pero decidieron convertirse en delincuentes para poder volver a Haití y darse la gran vida.
—No está bien—dijo ella, aunque ya no sentía que nada estuviera bien.
Los interrumpió un pedido de tragos de uno de los meseros. Dédé se ocupó en silencio de armar los pedidos; después, cuando terminó, dijo:
—Te lo prometo. No van a disfrutar del dinero que me robaron.
—¿Qué vas a hacer? —Detectó el tono suplicante de su propia voz y sintió vergüenza, como si estuviera rogando que los ejecutaran.
—Tú tendrías que hacer algo —dijo él—. Por lo menos conmigo no se casó.
—Ella podría haberse casado contigo —dijo Elsie.
—Estaba claro que yo no era su tipo. No estaba a la altura de lo que buscaba. Tu marido sí.
Ahora Elsie se preguntaba por qué Blaise se había casado con ella. Había otras mujeres con mucho más dinero. Se preguntó si él esperaba que ella cometiera algún delito, como robarle los ahorros de toda la vida a alguno de sus pacientes más ricos para dárselos a él. Se alegró de que la hija de Gaspard hubiese estado con ellos esa semana; de lo contrario, quizá Blaise la hubiese convencido de robarle a él.
—¿Qué harías si fueras a Haití y los encontraras? —preguntó mientras también ella pensaba en esa posibilidad.
—Primero les daría la oportunidad de que me devolvieran el dinero. —Él alcanzó una botella de ron blanco de la mesa espejada que tenía detrás y empujó hacia ella uno de los vasos que había estado limpiando. Al principio, ella puso reparos, lo rechazó con un gesto de la mano, pero después se dio cuenta de que quería seguir hablando con él. También quería seguir hablando sobre Olivia y Blaise, y él era la única persona con la que podía hablar de ellos en ese momento.
—¿Qué le harías a ella en primer lugar? —preguntó él.
—La raparía —dijo ella—. Le afeitaría toda esa masa de pelo que tanto le gustaba llenar de gel.
—¿Eso es todo? —preguntó él entre risas.
Después de tomar un trago de ron, ella dijo:
—Yo estudié para ayudar a los demás, pero a esos dos les rompería la cabeza con una piedra enorme hasta que el cerebro les quedase líquido, como este trago que tengo en la mano.
—¡Ayyy! Eso es demasiado —dijo él, y se sirvió un vaso—. Nunca te enojes conmigo. ¿Estamos?
—¿Y tú qué harías? —le preguntó ella.
—Eso que les hacen a los terroristas. Eso del agua que vi en una película la otra noche. Les envolvería la cabeza con un costal de azúcar y les iría vertiendo agua en la nariz y los haría pensar que se están ahogando. Y no solo se los haría a ellos. Atraparía a todo el resto de los ladrones que le roban a gente como nosotros…
—Los ingenuos, los boukis.
—De nuevo, lo entendería si él estuviera en la ruina o si ella se estuviese muriendo de hambre —dijo él.
—Cuanto más dinero tienen, más codiciosos se vuelven —dijo ella, y sintió que se estaba alejando de Blaise y Olivia y que caía en un debate más amplio sobre la justicia y la impunidad.
—Tu venganza sería mejor que la mía —dijo ella y, con ese giro, volvió a Olivia y Blaise—. Esos dos sufrirían mucho más contigo.
No era la primera vez que lo habían engatusado. Una vez, había entrado en el bar una mujer que aparentemente estaba embarazada, en plena tarde. Simuló empezar con el trabajo de parto y, mientras él buscaba su celular para llamar una ambulancia, ella sacó un arma y lo obligó a vaciar la caja registradora. Ahora trajo a colación ese robo y dijo que prefería que lo enfrentaran cara a cara a que le robaran a sus espaldas.
—Esto no termina de la misma manera —dijo; el volumen de su voz iba creciendo y la velocidad a la que hablaba iba aumentando—. Esta no se la voy a dar a la policía para que termine en la nada. ¿Y a qué policía? ¿A la de Haití?
Ella estaba pensando en ir a la comisaría que estaba allí cerca y hacer una denuncia, por si Blaise y Olivia decidían volver a Miami alguna vez, pero pensó que no serviría de mucho. Blaise no le había apuntado con un arma. Ella le había dado el dinero por propia voluntad. Así y todo, él ni siquiera había tenido pelotas para recibirlo de sus manos. Había insistido en que ella se lo transfiriese.
—Pienso hacer que los atrapen —decía Dédé—, por ti, por mí y por todas las personas a las que les hicieron esto. Incluso si es lo último que haga antes de morir. Nunca lo voy a dejar pasar, y tú tampoco deberías.
Eso significaba odiarlos toda la vida y soñar todos los días con alguna venganza. No quería eso. Prefería pensar en el futuro, aunque no estaba segura de lo que le deparaba ese futuro. La alegraba que Gaspard siguiera vivo, que no fuera uno más en la lista de aquellos cuyos últimos días le había tocado presenciar. Quería seguir adelante, seguir trabajando. Vivos o muertos, ni Blaise ni Olivia volverían a estar en su vida.
Los detalles. Habían sido muy hábiles con los detalles. Por ejemplo, ¿de quién había sido la idea de decirle que Olivia se había anotado el nombre en las plantas de los pies? También podrían haberle dicho que Olivia se había dibujado una cruz como símbolo de que quería un entierro cristiano. Esa última llamada, entendió ahora, era para asegurarse de que ella no iría al supuesto funeral.
Dédé