Todo lo que hay dentro. Edwidge Danticat. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Edwidge Danticat
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874178619
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pasó? —preguntó Elsie—. Enviaste el dinero, ¿no? ¿La soltaron?

      La línea telefónica chasqueó y Elsie oyó varios golpes. ¿Blaise estaba pegándole al piso con los pies? ¿Chocaba la cabeza contra la pared? ¿Se estaba dando el teléfono contra la frente?

      —¿Dónde está? —Elsie trató de moderar la voz.

      —Nos peleamos —dijo él—. Si no, no se habría ido.

      Mona abrió la puerta y metió la cabeza una vez más.

      —Elsie, mi padre te quiere ver cuando termines —dijo antes de marcharse otra vez.

      —Disculpa, me tengo que ir —dijo Elsie—. Mi paciente me necesita. Pero primero dime que ella está bien.

      No quería oír lo que venía, fuese lo que fuese, pero no podía colgar.

      —Pagamos el rescate —dijo él, apurado por sacarse de adentro las palabras con rapidez—. Pero no la soltaron. Está muerta.

      Elsie fue hasta la cama y se sentó. Inspiró profundamente, alejó el teléfono de la cara y lo dejó reposar sobre el regazo.

      —¿Estás ahí? —Ahora Blaise gritaba—. ¿Me oyes?

      —¿Dónde la encontraron? —Elsie volvió a levantar el teléfono y se lo puso al oído.

      —La tiraron frente a la casa de la madre —dijo Blaise con calma—. En medio de la noche.

      Elsie se pasó los dedos por las mejillas donde, la noche en que habían caído juntos en la cama, Blaise la había besado por última vez. Aquella noche, a Elsie le había costado distinguir las manos de Olivia de las de Blaise sobre su cuerpo desnudo. Pero en la bruma de la borrachera, todo le había parecido perfectamente normal, como si se hubieran necesitado demasiado unos a otros como para contenerse. Ahora las lágrimas la sorprendían con la guardia baja. Agachó la cabeza y hundió los ojos en el pliegue del codo.

      —Pero hay algo más. No lo vas a creer —dijo ahora Blaise con una frenética gárgara de palabras.

      —¿Qué? —dijo Elsie y deseó, no por primera vez desde que él y Olivia habían dejado de hablarle, que los tres volvieran a estar juntos, borrachos y en la cama.

      —La madre me dijo que, antes de salir de casa esa mañana, Olivia se escribió el nombre en la planta de los pies.

      Elsie podía imaginarse a Olivia, con el pelo tan salvaje como aquella noche de los tres, y salvaje una vez más al acercarse los pies a la cara y escribir su nombre en las plantas. Probablemente, Olivia se había anticipado a la posibilidad de que la secuestraran y había sentido que era una buena forma de seguir siendo identificable, incluso si la decapitaban.

      —No le hicieron eso, ¿no? —preguntó Elsie.

      —No —dijo Blaise—. La madre dice que tenía la cara, el cuerpo entero, todo intacto.

      Puso algo de énfasis en «el cuerpo entero», advirtió Elsie, porque quería indicarle que a Olivia tampoco la habían violado. Se preguntó cómo podía saber eso él, pero no se atrevió a averiguar. Lo que hizo fue soltar un suspiro de alivio tan fuerte que Blaise la siguió con uno igual.

      —La madre la va a enterrar en el mausoleo de su familia, en la aldea de ellos, en el norte —agregó.

      —¿Vas a ir? —preguntó ella.

      —Por supuesto —dijo—. ¿Tú…?

      Ella no lo dejó terminar. Por supuesto que no iría. Incluso si quisiera, no le alcanzaba para el pasaje de avión. Ya había reservado un vuelo a Les Cayes para dentro de algunos meses, para visitar a su familia, y no solo iba a necesitar llevarles dinero, sino también enviarles todas las otras cosas que le habían pedido, incluida una pequeña heladera para sus padres y una computadora portátil para su hermano.

      Justo en ese momento, el sonido se cortó por un instante.

      —Es de Haití —dijo él—. Me tengo que ir.

      Cortó tan abruptamente como había vuelto a entrar en su vida.

      —Elsie, ¿estás bien? —Gaspard estaba de pie en la puerta. Respiraba con fuerza cuando extendió los brazos para sostenerse de los dos lados del marco. La hija estaba de pie detrás de él con un tanque de oxígeno portátil.

      Elsie no estaba segura de cuánto tiempo habían estado ahí, pero fuesen cuales fuesen los sonidos que había emitido inconscientemente, fuesen cuales fuesen los gemidos, los gruñidos o los quejidos que se le hubiesen escapado, los habían llevado hasta allí. Se acercó a ellos mientras se ajustaba el cinturón de la bata de toalla. Entre gruñidos, Gaspard miró detrás de ella; paseó la mirada por la pequeña habitación y vio la sencilla cama con somier y la cómoda, que hacía juego.

      —Elsie, mi hija te oyó llorar. —Los labios de Gaspard, ya casi sin sangre, temblaban como si tuviera frío, aunque todavía parecía más preocupado por ella que por sí mismo cuando preguntó—: ¿Tu hermana está bien?

      El cuerpo de Gaspard se tambaleó hacia donde estaba su hija. Mona le extendió los brazos y lo sostuvo firmemente con una mano mientras con la otra mantenía en equilibrio el tanque portátil de oxígeno. Elsie corrió hacia delante, sujetó a Gaspard y dijo:

      —Por favor, vuelva a pensar su decisión de despedirme, mesye Gaspard. Ya no voy a recibir más esos llamados.

      Tenía razón. Blaise nunca la volvió a llamar.

      Unos días más tarde, después de que Gaspard cediera a los ruegos de su hija y aceptara el riñón, Elsie tuvo un fin de semana libre y, como no tenía otra cosa que hacer, tomó el autobús hasta el club de Dédé el sábado por la noche, con la esperanza de que Blaise estuviera allí, de regreso del funeral de Olivia en Haití.

      Todavía eran las primeras horas de la noche, así que el lugar estaba casi vacío, salvo por algunos universitarios de la zona a los que Dédé vendía tragos sin pedirles identificación. Dédé estaba detrás de la barra. Elsie se sentó frente a él mientras una camarera le gritaba los pedidos.

      —¿Cómo lo llevas? —preguntó Dédé cuando la camarera se fue con los tragos.

      —Trabajo mucho —dijo ella—, para vivir.

      —¿Sigues con los viejos? —preguntó él.

      —No siempre son viejos —dijo ella—. A veces son jóvenes que tuvieron un accidente de auto o que tienen cáncer.

      Finalmente, llegaron a Blaise.

      La idea de que se casaran había sido de Blaise. Después de la ceremonia civil de tres minutos, de la que habían sido testigos Dédé y la amiga de Elsie, la jefa de la agencia de auxiliares de enfermería, Dédé había organizado un almuerzo en el bar para ellos.

      —Tendrías que haberte casado conmigo. —Ahora Dédé extendió el brazo y le acarició el hombro de modo juguetón. Él nunca se había casado y, según Blaise, no tenía intención de casarse nunca.

      —En ese momento no me lo propusiste y ahora tampoco —dijo ella.

      —¿Y si lo que pido es otra cosa? —Le pasó los dedos por la clavícula, los bajó hasta el primer botón de la blusa y dejó allí la mano unos segundos. En su mirada intransigente parecía haber alguna posibilidad de alivio o de compañerismo disfrazados de amor.

      Por patético que pareciera, ella creía que amaba más a Blaise cuando lo veía sobre el escenario. La seducía algo en lo que ni siquiera pensaba que era bueno. La dedicación de Blaise a sus mediocres dotes le había derretido el corazón. Observar a otras mujeres suspirar por el cuerpo ágil y flexible de Blaise, y más aún la mirada penetrante que dedicaba a las distintas caras de la multitud mientras cantaba, también la encendía. Envidiaba que esas otras mujeres pudieran fantasear con él, quizá que imaginaran que la vida con él sería una fiesta de canciones sin fin. Pero muy de vez en cuando, la