—Ya no soporto ninguno más —dijo ella.
—Uno chiquito —dijo él.
Grande o chico, no quería saber más nada, pero no lo detuvo.
—Esa noche, cuando te conoció, yo también te quise hablar, pero era tímido —dijo, y soltó una risa nerviosa—. A las mujeres les gustan los músicos. Son más divertidos.
—Querrás decir más arrogantes.
—Blaise se me adelantó y yo lo dejé —dijo—. Siempre me arrepentí.
Ella trató de imaginarse lo distintas que habrían sido las cosas, que se podría haber librado de la humillación de perder tanto a su marido como su dinero, que podría haber evitado desperdiciar todos esos años de su vida con Blaise. Pero tampoco pudo visualizar cómo habrían funcionado ella y Dédé. Así y todo, se oyó decir:
—A veces uno se desvía para ir a donde necesita llegar.
Él entornó los ojos, como si tratara de entender mejor. Ella quiso explicarse con más claridad, pero no estaba segura de cómo hacerlo. Estaba pensando en algo que una vez le había oído decir a Gaspard a su hija sobre el matrimonio fallido entre él y la madre de Mona.
Están los matrimonios felices, le había dicho Gaspard a su hija, los que son felices de verdad, en los que los dos se quieren mucho y parecen grandes amigos, pero le había asegurado que no eran el único tipo de matrimonio posible. También están los matrimonios perfectamente carentes de pasión, y a veces esos se prolongan durante años, incluso durante vidas enteras, hasta que uno de los dos cónyuges se muere. Pero a veces, tanto los matrimonios felices como los infelices se terminan, y ahí aparece la oportunidad de dar vuelta las cosas. Y algunos matrimonios, mirados desde la distancia, parecen simples desvíos (a veces, desvíos maravillosos) que tomamos para llegar a donde necesitábamos ir.
Ahora Elsie se daba cuenta de que quizá Gaspard le estaba diciendo a su hija que, en algún momento, la madre de Mona había dejado de quererlo y había caído en la cuenta de que su vida matrimonial era un desvío.
—Hola —dijo Dédé, e interrumpió sus pensamientos—. ¿Te estás durmiendo?
—Estoy aquí —dijo ella.
—No estaba seguro —dijo él—. ¿Te puedo contar algo más?
—Sí —dijo ella—. Es hora de confesiones, parece.
—Una tarde, después de jugar al fútbol en el parque, vi a Blaise acostado en el pasto entre Olivia y tú, y sentí los celos más grandes de toda mi vida. Estaba claro como el día: las tenía a las dos.
—No nos tenía a las dos —dijo ella, pensando que, en realidad, no quería que él las hubiera tenido a las dos.
—Tenía el corazón de las dos —dijo él.
—Eso no me va a volver a pasar —dijo ella, y deseó no tener que volver a pensar en Blaise y en Olivia nunca más.
—Quizá no sea él —dijo Dédé—, pero mientras respires, te pueden lastimar.
—Vete —dijo ella—, antes de que te pongas a cantar tú también.
—De todas maneras, tengo que cerrar el bar —dijo él—. Pero te tengo que decir una cosa más y espero que no la tomes a mal.
—¿Qué cosa? —preguntó ella, y sintió el calor de su aliento sobre los párpados.
—No sabía que eras tan floja para el ron.
Él se rio, esta vez fuerte y profundo, y su risa no solo estaba evitando que ella se derrumbara, sino que se le estaba metiendo de lleno en la cabeza. Trató de reírse ella también, pero dudó un poco de que lo estuviera logrando. En cambio, empezó a desabrocharse la blusa.
—Casi nunca soy tan floja —dijo—. ¿Solo esta noche? —le preguntó.
—Solo esta noche —dijo él.
1 «Arma de fuego» en creole haitiano [N. de la T.].
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