El fútbol se convirtió en un fenómeno de masas. El crecimiento urbano y la comercialización del ocio ayudaron a popularizar este deporte, que «desempeñó un papel clave en la formación de un lenguaje, de unos mitos y de unas narrativas vinculadas a las naciones». A ello se añadió la aparición de una prensa especializada y la creciente cobertura en la prensa generalista; «la escritura deportiva adquirió un carácter nacionalizador al atribuir aspectos patrios a los atletas y los equipos» y, sobre todo, el fútbol, convertido en una «comunidad imaginada», en la que «el concepto abstracto de comunidad nacional se vuelve más tangible cuando se “visualiza” a través de un equipo uniformado» (Quiroga, 2014: 23-25).
El deporte no fue, pues, inmune a la política, justo en unos momentos en los que aparecen propuestas ultranacionalistas catalanistas y españolistas. En Barcelona el fútbol se convirtió en otro campo de batalla entre españolistas y catalanistas –simbólico y real– y, aunque en la ciudad había otros equipos históricos, fueron el FC Barcelona y el RCD Español los que acabaron representando las aspiraciones catalanistas, los azulgranas, y españolistas, los blanquiazules.
En 1909, el presidente del club azulgrana, Joan Gamper, acudió a la Lliga Regionalista para que le dieran apoyo en su pretensión de aumentar la masa social del club. Ese año presidió el primer partido de la temporada Francesc Cambó. Joan Gamper sintonizó con el catalanismo de la Lliga y también trabó relación con el catalanista Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria (CADCI), en cuyo local se hacían las reuniones de junta. En 1916 se eligió presidente a Gaspar Rosés, militante de la Lliga. El Barça, de nuevo presidido por Gamper, se distinguió por apoyar oficialmente la campaña autonomista de 1918; La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga, afirmaba que «d’un club de Catalunya ha passat, el FC Barcelona, a ésser el club de Catalunya». El FC Barcelona adoptó el catalán como idioma oficial e izó la señera en su campo y, en 1919, participó en los actos de la Diada.
Tras el golpe de Estado de Primo de Rivera, el Barça sufre las medidas anticatalanistas del régimen; tiene que arriar la señera y redactar sus actas en castellano. Con los partidos y las entidades catalanistas prohibidas o perseguidas, el Barça se convirtió en un símbolo de ese catalanismo,20 que el 14 de junio de 1925 quedará patente. Ese día se disputaba en el estadio de Les Corts un partido entre el FC Barcelona y el Júpiter en favor del Orfeó Català. Se había invitado a una banda de música de la Royal Navy, de visita en la ciudad, a interpretar los himnos y cuando estaba ejecutando la Marcha Real el público la pitó y abucheó. El acto de rebeldía no pasó desapercibido para las autoridades militares y la Dictadura decretó el cierre del estadio durante seis meses y Gamper se vio obligado a exiliarse. Su identidad como club catalanista quedaba así consagrada.
Mientras, el Español construía otro relato. En 1912 recibía el título de Real y nombraba presidente de honor al rey Alfonso XIII. Ese año rompen relaciones con el Barça a raíz de un enfrentamiento entre jugadores de ambos clubs y en 1919 La Veu de Catalunya acusa a seguidores españolistas de estar detrás de unos panfletos repartidos en Madrid antes de la final de copa que jugaba el Barcelona, unos escritos en los que se tildaba al club culé de «madriguera de separatistas». El RCD Español se convierte en refugio de los españolistas barceloneses, diluidos en medio de la creciente hegemonía catalanista, y su estadio se convertirá en un lugar donde se podían dar vivas a España y ejercer de españolista, también en lo político, sin ser señalado. Forjó así su identidad. El RCD Español se convirtió para los nacionalistas españoles en el equipo «que sostenía la bandera españolista en Barcelona».21
Los enfrentamientos entre RCD Español y FC Barcelona irán más allá de una rivalidad deportiva. Las tanganas y peleas entre aficiones de los dos clubs ya venían de lejos. Los incidentes en los derbis eran frecuentes. Durante la Dictadura se recrudecerán y, a falta de partidos políticos, prohibidos por el Directorio, los dos equipos se convertirán en la representación de los enfrentados catalanistas y españolistas de la ciudad; no obstante, cuando llegue la República, con la legalización de los partidos, esta polarización se rebajará, perderá parte de su significado simbólico. El escritor Max Aub lo pone en boca de su protagonista en Campo cerrado: «Va a desaparecer la dictadura de Primo de Rivera; las contiendas Barcelona-Español no volverán a tener el frenesí de aquellos años» (1978: 49-50).
UNA PLÉYADE DE PATRIOTAS: LA PEÑA IBÉRICA22
Muchas veces los incidentes eran protagonizados por los sectores más ultras de ambas aficiones. Por el lado españolista destacaban los miembros de la Peña Deportiva Ibérica, que reunía a los hinchas más radicales en lo político –ultraderechistas, españolistas y anticatalanistas– y en lo futbolístico del RCD Español.
La Peña Deportiva Ibérica se había fundado en 192523 y algunos de sus primeros miembros ya tenían un pasado de acción, pues procedían de los Grupos Deportivos Iberia. Desde la primera década del siglo XX los círculos carlistas, así como otras opciones políticas, habían ido incorporando secciones deportivas. Los tradicionalistas llegaron a crear clubs de fútbol, como el Sport Club Olotí o el Flor de Lis FC de Manresa. El deporte servía para atraer a jóvenes, disciplinarlos, formarlos y adoctrinarlos, de manera que, muchas veces, la actividad paramilitar de los requetés se camuflaba bajo cobertura deportiva. Este es el caso de los Grupos Deportivos Iberia o Grups Esportius Ibèria, nombre bajo el que se ocultaba la actividad de los grupos de choque de la Juventud Tradicionalista, que habían sido organizados a partir de 1922 partiendo de las juntas de Sport y las secciones de tiro que existían en algunos círculos. Además de organizar actividades deportivas, se dedicaban a entrenar a jóvenes en actividades paramilitares; por ejemplo, en Madrid se crea un Grupo Deportivo Iberia en julio de 1923 con sede en el local de la Juventud Jaimista, y también se organizaron en Cataluña. Uno de los que participó en su estructuración fue Francisco Palau, a quien se le encargó así mismo que los fundase en su pueblo, El Vendrell, y en Terrassa, donde estudiaba. Con el golpe de Estado de 1923 y la inicial simpatía carlista por el dictador, los nuevos delegados gubernativos –militares encargados del control político, de difundir la doctrina primorriverista y de reorganizar el Somatén en el partido judicial bajo su mando– quisieron utilizarlos y movilizarlos en apoyo de la Dictadura.
Pero el carlismo poco a poco se alejó de la Dictadura de Primo de Rivera y estos grupos abandonaron la tutela de los delegados gubernativos, allí donde habían colaborado. En 1925, Joan B. Roca Caball, dirigente de las juventudes jaimistas y miembro del grupo La Protesta, formado por carlistas que conspiraban contra la Dictadura al margen de la dirección, trató de implicar a los Grupos Deportivos Iberia en uno de los complots. Según explica Palau, se le ordenó movilizar a sus grupos y trasladarse a Barcelona, pero «al recibir confidencias de que íbamos conchabados con Macià, Barriobero, la Lliga, Vidal y Barraquer», advirtió a Roca que si sus grupos salían sería para «pasar a degüello a los grupos de Macià». Pocos días después Palau abandonó, por segunda vez, la disciplina del partido carlista.
No fue el único que abandonó los Grupos Deportivos Iberia y el tradicionalismo, pues le siguieron algunos de sus compañeros, con los que fundó la Peña Deportiva Ibérica. Además de las divergencias entre los sectores españolistas y catalanistas del carlismo, otra circunstancia que pesó en la separación fue la acción directa, pues los carlistas disidentes que fundaron la Peña Deportiva Ibérica eran jóvenes de acción, que buscaban enfrentarse directamente a sus enemigos políticos, al catalanismo, el republicanismo y el sindicalismo revolucionario, y criticaban el apalancamiento de los