Además, Poblador hace referencia a la situación política: «estamos en vísperas de grandes acontecimientos y por ello debemos estar unidos» y ser «los cimientos fuertes y robustos de un nacionalismo sano, el día de mañana; que sin dudarlo ha de ser la única y legítima salvación de nuestra querida patria, indivisible y conquistadora [...] siguiendo nuestro camino fija siempre la mirada en esa palabra que es todo un compendio de dicha y felicidad: ESPAÑA».
A continuación intervienen algunos socios. Se lee la carta de uno de ellos, que pide su baja porque, siendo republicano, cree que la Peña se inclina por la monarquía. Se le aclara que la Peña Ibérica labora «por España indivisible y conquistadora, para alcanzar su legítima grandeza y prosperidad, no fijando en modo alguno la forma y dirección del Estado, por ser todo ello secundario a la idea de patria». Por último, se reelige a Francisco Palau como presidente y Poblador como secretario.
Los ibéricos no abandonan su presencia callejera. En febrero de 1930 le buscan las cosquillas a la Federación Universitaria Escolar (FUE). El día 11 el sindicato estudiantil, que se había destacado en su lucha contra la Dictadura, rinde homenaje a su presidente, el estudiante mallorquín Antoni Maria Sbert, represaliado por el Directorio. El acto se celebra en el Teatro Novedades y los ibéricos no dejan pasar la oportunidad de enfrentarse a unos opositores a su estimado dictador. A la salida del acto provocan y amenazan a los estudiantes. Se intercambian algunos golpes. Ha de intervenir la policía para pacificar el ambiente. Hay un detenido, pronto puesto en libertad.
El 29 de marzo miembros de la Peña Ibérica se desplazan a la estación de Francia para participar en la despedida del general Emilio Barrera, que tras siete años de capitán general de Barcelona ha sido depuesto en su cargo. En los andenes se alinean autoridades y admiradores de la labor represiva llevada a cabo por el general. No faltan monárquicos, upetistas, libreños y algunos personajes que conoceremos pronto, como Pedro Vives o el canónigo José Montagut. Tras la salida del tren, un grupo de jóvenes, entre los que destacan los ibéricos, con una bandera española al frente, tratan de organizar una manifestación. La fuerza pública se lo impide y les arrebata la enseña. Hay garrotazos de la secreta y espadazos de los guardias de Seguridad. Tras ser disueltos, una comisión de los manifestantes se desplaza al cercano Gobierno Civil para reclamar la devolución de la bandera. El gobernador se la entrega, pero les recuerda que no tienen autorización para manifestarse. A pesar de ello, a la salida del Gobierno Civil de nuevo tratan de hacerlo y tiene que actuar otra vez la policía.
En mayo de 1930 participan, junto al Grupo Alfonso, la Juventud Monárquica, los socialistas-monárquicos y otras entidades españolistas, en un homenaje a Carmen Laguarda, una joven estudiante de Letras que había resultado herida en un enfrentamiento con catalanistas en la universidad cuando «con su actitud impidió, en las recientes algaradas estudiantiles, que un grupo de fanáticos cometiesen desmanes con una bandera española».
Justo ese mes una delegación de la Peña Ibérica tiene previsto una visita a Madrid y esta vez no es por motivos futbolísticos. Toda esta actividad españolista, anticatalanista y de calle ha atraído la atención de un curioso personaje que está organizando su propio partido en Madrid, el doctor Albiñana.
***
El 4 de mayo de 1930, en un local céntrico de la capital, está convocado un ágape organizado por el doctor José María Albiñana Sanz. Se trata de un acto del PNE, la organización política que ha fundado y lidera este extravagante neurólogo, un partido que hace gala de un españolismo esencialista y se presenta como adalid de esa violencia que tanto atrae a la extrema derecha. Militares, antiguos upetistas, carlistas españolistas, monárquicos de base y miembros de los Sindicatos Libres nutren sus filas. Son nostálgicos de la Dictadura, antiliberales –que por tanto no se sienten atraídos por los partidos dinásticos– y que a su vez no pueden ingresar en otros grupos monárquicos por el elitismo de estos.
El 13 de abril de ese mismo año se había hecho público su manifiestoprograma: añejo nacionalismo español, defensa del catolicismo y la monarquía tradicional como factor de unidad de la patria, visión conspirativa de la historia –España como víctima de un complot judeo-masónico–, antiparlamentarismo y antiliberalismo. Es un partido que entiende «el uso de la violencia física como componente normal de la acción política y aún de la propia doctrina, a través de la actuación de milicias encuadradas en las propias filas del partido». Estas milicias de choque las constituyen los Legionarios de España, destinados a atacar a los enemigos de la patria siguiendo el modelo de los Sindicatos Libres o los jóvenes mauristas. Pronto pasan a la acción, con agresiones a republicanos y socialistas, asaltos a revistas y diarios y amenazas a periodistas. Se hicieron populares como una partida de la porra. Su fama eclipsará al partido.
Durante el acto se ha desgranado el programa político del PNE. Mediada la comida, es el propio Albiñana el encargado de anunciar a la concurrencia la llegada de los delegados de la «españolísima entidad barcelonesa de la Peña Ibérica que a tantos obstáculos ha de hacer frente en Cataluña». Aparecen en la sala José María Poblador, Manuel del Castillo Arechaga, Matías Colmenares y Pedro Pujol. Una atronadora ovación recibe a los barceloneses.
La delegación ibérica llevaba en Madrid desde el día 2, llegada «con el exclusivo objeto de conferenciar con el doctor Albiñana y recibir personalmente sus instrucciones». El día siguiente los ibéricos, acompañados del propio Albiñana, habían participado en el banquete mensual que organizaba el órgano primorriverista La Nación. Allí pudieron departir con su director, Manuel Delgado Barreto, y con José Antonio Primo de Rivera, principal accionista del periódico, que presidía el banquete. Ahora, día 4, son presentados ante los correligionarios de Albiñana.
El neurólogo ve en los ibéricos a unos españolistas viscerales que no rehúyen la violencia física y que además actúan en territorio hostil. Dan el perfil de esos Legionarios de España que está promoviendo. A la Peña Ibérica le ha atraído el discurso españolista y violento del PNE y se han puesto en contacto con ellos. Acuden a Madrid a confirmar su adhesión al proyecto y a estudiar con el líder su organización en Cataluña. Será la Peña Ibérica la plataforma que utilice Albiñana para extender su proyecto a territorio catalán. Se trataba de un refuerzo importante «por su peso en el conjunto de la derecha radical catalana y porque permitía al PNE dotarse sin esfuerzo de la colaboración de una organización ya consolidada».33
Albiñana está encantado con sus aliados barceloneses. En un artículo en La Nación afirma con su retorcido estilo:
Hay en Barcelona una fuerte agrupación españolista –¡Y no es poco tratándose de Cataluña!– llamada Peña Ibérica [...]. Los ibéricos, bravos campeones de pértiga, manejan tan gentilmente el Código Nacional, con nudos y contera, que siembran el pánico en las desatentadas hordas separatistas. Los jefes del separatismo, personas adineradas y que no quieren «líos», cuando presumen que van a perder, en vez de hacer frente a tan bravos españolistas han inventado un artilugio, cómodo y barato, para atenuar, ya que no anular la acción de los «ibéricos». Consiste en denunciar a las autoridades, «como agentes provocadores», a los patriotas de la Peña Ibérica [...] creen deshacerse de sus adversarios fichándoles como alborotadores.34
La alianza entre la Peña Ibérica y Albiñana acaba de sellarse con la visita del líder del PNE a Barcelona a finales del mismo mes de mayo de 1930. Albiñana conoce la ciudad, ha estado matriculado, siempre por libre, en diferentes ocasiones, en la Universidad de Barcelona. En el curso 1905/1906 se matriculó en cinco asignaturas de Medicina, en 1912/1913 lo hizo en cinco de Farmacia y en el curso siguiente en cuatro asignaturas de Filosofía y Letras, Sección Historia.