Este entusiasmo se irá enfriando. De los mensajes regeneracionistas originales y la idea de unos nuevos políticos para esa nueva España, se está pasando al control de los puestos clave por los católicos y los monárquicos de siempre. El dictador no cuenta con ellos para dirigir el nuevo partido que está fraguando. Se lo deja claro en la entrevista que sostiene con ellos en enero de 1924, durante su visita a Barcelona que tanto habían celebrado los tracistas. La Traza no tenía arraigo fuera de Barcelona y el dictador busca una base más amplia para su partido. Cuando en abril de 1924 se oficialice la Unión Patriótica, serán los católicos sociales de Ángel Herrera Oria, con más proyección y «probada capacidad propagandística», los que se conviertan en el sostén del nuevo partido. Los tracistas han fracasado al intentar ser el partido de la Dictadura. Se repliegan a su vieja organización: La Traza.
Organizan unas juventudes, la Juventud Avanzada Tracista, y un ciclo de charlas. En ellas van depurando su ideario, cada vez más fascistizado. El 9 de agosto de ese año veía la luz su publicación, La Traza, que se editó hasta finales de 1925. En sus páginas plasman su desencanto con la Dictadura. En la revista se presentan como una «aristocracia moral» que formará los cuadros que salvarán a España. Afirman que «se unen como hermanos de espíritu y de sangre, aspirando a formar un grupo de fuerza e inteligencia que logre dominar y trazar el camino a seguir». Se preguntan «¿No habrá una minoría valiente, viril y sensata que sacuda a la masa española aborregada?» y tienen la respuesta: «La Traza será esa minoría».
Se reafirman en su antipoliticismo, abominando de la «carcomida política española», declaran que no son de izquierdas, ni de derechas, tratan a su máximo dirigente, Ardanaz, de jefe, apelan a la juventud, hablan de panhispanismo e imperialismo, de una «España grande». A pesar de estos mensajes afirman que «no somos un remedo del fascismo, ni una partida de alboroto» porque su «gesto es español, castizamente español», no imitan, «proponen crear un nuevo tipo de español».
La prensa republicana los tacha de grupo fascista, lo que no eran. Había cierta pose –saludan a la romana, forman militarmente y visten camisa azul–y cierto discurso elitista, nacionalista, antipolítico y regeneracionista, frecuente en la derecha radical, un discurso claramente fascistizado pero que no va más allá de un ultranacionalismo español ligado al militarismo. Se trataba de modernizar el conservadurismo tradicional para hacerlo más atractivo con «la adopción de estructuras organizativas disciplinadas, jerarquizadas y con vocación totalizante; unas formas de liderazgo “fuerte” legitimado por el carisma o el desarrollo de ideologías catastrofistas, excluyentes y rupturistas [...] adopción de estrategias de carácter marcadamente agresivo», haciendo frente al desafío fascista con las mismas armas de este: la movilización armada (González Calleja, 2000: 115). Su retórica, parafernalia, lenguaje, culto al jefe, militarización o nacionalismo extremo forman parte de esta fascistización. Lo veremos en muchos grupos en la etapa republicana.
Como había pasado con la Liga Patriótica Española y también pasará en los años de la República con otros pequeños grupos ultras, su fama vendrá más de su repercusión mediática y de sus acciones callejeras, amplificadas por la prensa catalanista y de izquierdas, que de su fuerza real.
En octubre de 1924, desde de la Unión Patriótica se afirmó que se habían adherido al partido único los 3.500 afiliados a La Traza. Evidentemente, ni de lejos, La Traza tuvo nunca tal cantidad de militantes y, además, los tracistas, cada vez más disminuidos, reducidos a una peña en torno a Ardanaz, siguieron manteniendo una actuación autónoma hasta su desaparición ya en época republicana, unos años en los que Ardanaz forma parte de la junta del Centro Cultural del Ejército y Armada. Por sus filas pasaron unos jóvenes a los que reencontraremos en nuestro relato: José María Poblador Álvarez y Juan Segura Nieto.
IDENTIFICADOS CON EL DIRECTORIO: ESPAÑA NUEVA
Los tracistas no fueron los únicos a los que pronto defraudó el rumbo que tomaba la Dictadura. Lo mismo les ocurrió a los jóvenes que se agrupaban en torno de España Nueva, un diario nacido el 12 de noviembre de 1924. En el subtítulo dejaban clara su actitud: «diario de la tarde identificado con el espíritu de justicia y patriotismo que inspira el Directorio Militar». No se trata pues de un órgano oficial, pero la mayoría de los que escriben son militantes de la Juventud de Unión Patriótica. En su primer número se presentan: «Nuestro programa: Viva España», y su propósito: «combatiremos sin descanso al separatismo como al más peligroso enemigo de la prosperidad de Cataluña, puesto que él es vocero funesto de odios fratricidas y males sin fin».
El director y alma del periódico era el periodista Camilo Boix Melgosa, que del sector más bronco e insurreccional de las Juventudes Radicales pasará al upetismo, con parada previa en las Juventudes Socialistas de Barcelona. Con el seudónimo León Roch había escrito en publicaciones del sector revolucionario de los radicales como El Insurgente o La Revuelta. En 1914 dirigirá el aliadófilo Los Aliados, para pasar cuatro años después a dirigir El Maximalista, financiado por los alemanes. En cuatro años de aliadófilo a germanófilo y de republicano revolucionario a partidario de la Dictadura. En esos momentos era vicepresidente de la juventud upetista de Barcelona.
En enero de 1925 publican el manifiesto Lo que es y lo que debe ser la Unión Patriótica, donde ya dejan claro su descontento: «lo decimos sinceramente: la Unión Patriótica tal como ha echado cimientos en Cataluña o en Barcelona, que no es lo mismo, no nos satisface, ni creemos que pueda satisfacer a nadie». Piden eliminar «los restos de la vieja política» y creen que ahora «todo se pierde en la penumbra y hoy mismo todavía no saben exactamente los ciudadanos donde deben dirigir sus pasos para encontrar el organismo vivo, que recoge aquel magnífico espíritu del golpe de Estado Militar».4
En las páginas del diario se leerán mensajes regeneracionistas, contra la corrupción, el caciquismo y los «viejos políticos», se habla de la necesidad de «hombres nuevos» y apelan a la juventud. La publicación hace gala de un exacerbado españolismo, «sentimos el orgullo de la Madre Patria Española: como si en el mundo no hubiera otra más grande: que no la hay», y se muestran virulentamente anticatalanistas. También defienden al Real Club Deportivo Español, al que la Federación Catalana de Fútbol, «una madriguera del separatismo catalán», margina «por Real y Español». Nada que no hayamos leído en otros grupos. La publicación cesará en abril de 1925. El grupo se dispersará.
CARLISTAS DISIDENTES Y OBRERISTAS ESPAÑOLISTAS: LOS SINDICATOS LIBRES
También los carlistas –en ese momento conocidos como jaimistas porque el pretendiente era Jaime de Borbón– habían colaborado en un primer momento con la Dictadura. Pronto se distanciaron. La lealtad del dictador a Alfonso XIII y el menosprecio con el que trató a los tradicionalistas hizo que en abril de 1924 don Jaime anunciara la ruptura con Primo de Rivera. El carlismo pasó a oponerse a la dictadura e incluso a participar en conjuras para derribarla. También sufrió la represión del régimen con la destitución de concejales y diputados provinciales, cierres de locales, multas a sus diarios y detenciones de dirigentes.
Pero hubo sectores procedentes del carlismo que se mantuvieron fieles al dictador. Unos pertenecían a un sector minoritario que ya se había desgajado antes del jaimismo. Su líder era Vázquez de Mella y eran conocidos como los mellistas. Los conoceremos más adelante. Otros habían nacido en octubre de 1919 en una reunión convocada en el Ateneo Obrero Legitimista. Sus fundadores procedían del