Dolor. Francisco Panera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Panera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418726187
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daban profundos tragos a las botas o botellas que mantenían protegidas en estratégicos recovecos de las galerías.

      Juanón advirtió a su hijo del riesgo de trabajar con algunos compañeros, especialmente llegado el final del turno, cuando el alcohol había hecho mella en sus reflejos, pero poco más podía hacer, Julio mismo debería imponerse y encontrar su espacio en su relación con los compañeros.

      Una tarde, a punto de terminar la jornada laboral, el joven sujetaba una viga crucero que un entibador apuntalaba a golpes de maza mientras maldecía entre dientes, pues el madero parecía no querer buscar el acomodo adecuado sobre las vigas laterales.

      —Lo retiramos y lo rebajamos un poco con el cepillo, es demasiado largo.

      —¡Tú qué sabrás, chico! Aguanta el crucero y calla.

      Julio evitó contradecirle, ya se encargaría el roble de la madera, indemne a los golpes de la maza, de convencerle en desistir y cepillarlo. Julio giró la cabeza para evitar el agrio aliento a vino de su fatigado compañero cuando un golpe de la maza fue a dar de lleno contra el dorso de su mano izquierda. Evidentemente, cesó de sujetar el crucero, que cayó un poco por delante de ellos, estallando en estridentes gritos. Por si fuese poco el dolor, ver al compañero que hacía gestos como de que estaba exagerando fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Como si acabase de reparar en la advertencia de su padre, se le encaró estrellándole su puño derecho en el mentón. El gesto del chico pilló por sorpresa al corpulento minero que, sorpresivamente, se vio derribado.

      Otra pareja de entibadores que estaba unos metros por delante en la misma galería, y que alertados por los gritos de Julio fueron testigo de lo sucedido, se apresuraron a intermediar para que la cosa no fuese a mayores, pues el minero derribado no había soltado la maza. Uno sacó a Julio de la galería, acompañándolo hasta la jaula del elevador para que le atendiesen fuera de la mina, y el otro se quedó reprimiendo al aturdido entibador, que confuso no acertaba a hilvanar con los hechos que habían dado con él en el suelo.

      La siguiente madrugada, antes de incorporarse a una nueva jornada de trabajo, pasó por casa de Juanón a disculparse con Julio. En la puerta se encontró con el padre del chico, que también salía de casa hacia la boca del pozo.

      —Se queda en casa y mejor que todavía no te vea. ¡Me cago en tus muertos!

      —Bueno, fue accidental, ya sabes cómo es esto…

      —Sí, claro, ya sé.

      —Mira, luego le dices que mientras esté jodido compartiré con él mi jornal, a fin de cuentas, no tengo familia que mantener.

      Juanón, al escuchar aquello, arqueó las cejas sorprendido. La verdad es que aquel era un tipo que, a pesar de ser de los más bebedores nunca tenía problemas con nadie y, aunque le costaba reconocerlo, parecía sinceramente afectado.

      —Porque no será mucho lo que esté sin venir al agujero, ¿no?, un día o dos…

      —No lo sé, luego irá a que le miren la mano, puede que la tenga rota.

      —¡Rota!, joder, en ese caso no sé yo si…

      De repente, parecía arrepentirse de la propuesta de compartir sus ingresos y Juanón le instó a ponerse en marcha hacia el trabajo a empujones.

      —Venga, vamos para el pozo, que ya es hora.

      Julio, desde el jergón, había escuchado la conversación, pero en ese momento parecía haber encontrado una postura cómoda, el dolor en su mano le había impedido conciliar el sueño en toda la noche y, además, lo que menos le apetecía era volver a toparse con el borracho de su compañero por mucho que acudiese a disculparse.

      Ramiro ya se estaba levantado. Isabel le sirvió a su hijo un tazón con algo de caldo que había sobrado de la cena. Previamente, hubo de añadir algo más de agua y que fuese suficiente para sus dos hijos. El aroma llegó hasta la alcoba de los hermanos, donde Julio permanecía aún tumbado, a fin de cuentas, no tenía más que hacer. Aquel olor despertó su apetito y, precavido por si acaso su hermano le dejaba sin desayuno, se levantó y compartieron los tres el desayuno, añadiendo unos mendrugos de pan y así se hicieron unas sopas.

      —Hoy te acompaño a la escuela.

      Isabel asintió, de esa manera podría ir a que la curandera le examinase la mano.

      Casi una hora después, bajaba por el sendero con su hermano y Fernando en dirección a Villanueva.

      Fernando, al verlo con el brazo en cabestrillo, se interesó por lo sucedido y por verlo con ellos. Julio simplemente le dijo que se había golpeado con la maza y que iba a que la loca, su tía abuela Elisa, se lo examinase.

      Con el paso de los años, la mujer se fue aislando del mundo, asumiendo como propio el carácter de su marido. Y si en Villanueva, Andrés era el raro o quizá estaba loco, ella, por su actitud y ser la mujer del loco, se convirtió en la loca, o puede que en una medio bruja, pues sí que había una cuestión por la que la requerían sus vecinos cuando se veían muy apurados. Elisa se ganó un cierto prestigio como sanadora de animales y, por extensión, también de las personas. Los conocimientos nadie sabía de dónde le venían y, por supuesto, su marido nunca le cuestionó al respecto, pero de no ser por esa función que desempeñaba aleatoriamente, apenas habría tenido relación con nadie.

      La escarcha de la madrugada se había enseñoreado por los pastos y matorrales que les salían al paso por la estrecha vereda. Bajaban con tiento de no pisar alguna piedra lisa y helada en su superficie, pues nada mas encarar la primera cuesta, Julio había patinado y evitó el accidente gracias al cayado que portaba, precisamente para evitar resbalones a cuenta de la helada.

      Iban en silencio, cada uno meditando en sus cosas hasta que a mitad de camino Fernando rompió la quietud con una pregunta a Julio de profundo calado.

      —¿Y tú como crees que será morirse?

      No contestó, siguieron avanzando callados hasta que Ramiro, que cerraba el grupo y viendo que su hermano no respondía quiso aportar su visión.

      —Pues lo que dijo el maestro y el cura también. Te mueres y sale el alma del cuerpo, que es como un fantasma, pero invisible, o sea, que nadie te ve, pero tú puedes verlo todo. Eso no está mal, puede ser divertido espiar, meterte en las casas sin que te vean, pero creo que en seguida llegan los ángeles o los demonios, según te juzgue Dios, para llevarte arriba o abajo.

      Ninguno puntualizó nada de lo que dijo Ramiro, todos habían oído esa historia u otra similar, pero Fernando quería saber la opinión de Julio, quizá por ser mayor que él, por empezar casi a verlo como un hombre desde que trabajaba en la mina.

      —¿Tu qué piensas, Julio?

      El interpelado suspiró. No tenía ganas de hablar de nada pero así todo hizo un esfuerzo.

      —Piensas en Gabrielín, ¿verdad? Por eso lo dices.

      A Ramiro le sorprendió la sinceridad de su hermano. Él también imaginaba que Fernando preguntaba aquello a cuenta de la desaparición de su mellizo. Ahora él fue quien pausó su respuesta, pues Julio tenía razón.

      —Bueno, sí, y por saber qué piensa más gente, es un misterio muy grande.

      —Es verdad, morir es el mayor misterio de la vida. Bueno, morir y nacer, ese es el gran enigma.

      —¿Que significa enigma, Julio? —cuestionó Ramiro.

      —Pues lo mismo que misterio, pero como más grande, tanto que nadie puede descubrir la verdad que esconde.

      —Ah, ¡un enigma!, pues sí, es un enigma.

      Continuaban con la caminata y ya parecía que el tema de morirse había quedado pospuesto para otra ocasión, cuando Julio volvió a él de nuevo.

      —No es como dicen.

      —¡Y tú qué sabrás! —intervino Ramiro.

      —¡Y qué sabrán los demás! —le rebatió Fernando posicionándose del lado de Julio.