del «guatón de Gasco» y del «abogado abusador» de Pirque. Seguramente, Pérez-Cruz y Rosselot han sufrido en estos meses, en su vida personal y profesional, algunas consecuencias dolorosas de la viralización de sus actos. Pero, tal vez solo un poco más lentamente, ellos también habrán dejado su infortunio atrás. (…) Sin embargo, la pregunta socialmente relevante es otra: la viralización de estos incidentes ¿aporta algo a la reducción del abuso y a la desigualdad, en un contexto social más amplio? ¿Hay algo más que «pan y circo» en todo esto? (…) Me temo que, como argumenta O’Donnell para el caso del «Y a mí qué mierda me importa» argentino, y como lo hace Scott respecto a «las armas de los débiles», el escándalo que creamos en las redes sociales resulta bastante funcional a la continuidad del
status quo. Aunque nos desahogamos cotidianamente, contribuimos poco a buscar soluciones que nos hagan indignarnos menos en el futuro. (…) Hoy tal vez el único residuo tangible de este incidente sea la declaración y multa por parte del Ministerio de Bienes Nacionales, el que salió raudo a reiterar que en Chile no existe tal cosa como la «playa privada». Así generó un antecedente relevante que tal vez evite por un tiempo la recurrencia de incidentes similares a este. Mientras tanto, más allá del entusiasmo que generó
on line, la funa
in situ no prosperó. Y, pocos días después, ya todos comentábamos otras noticias en redes sociales (…) Como los campesinos de Scott, los indignados on line descargamos nuestra frustración en la red, mientras afirmamos nuestro sentido de pertenencia y de épica, molestando un poco a quién hace los méritos suficientes. (…) Mientras tanto, aquellos sectores de elite cuyos espacios de socialización son hoy levemente menos exclusivos, deben transitar con un poco más de cautela por la vida. No sea cosa que algún teléfono indiscreto los grabe
in fraganti y los saque de su anonimato por unos días. (…) La indignación rotativa de unos es la contracara de la incomodidad pasajera de otros. La ausencia de articulación y canalización institucional del conflicto social explica tanto la recurrencia del descontento como la impasibilidad de elites, que no comprenden muy bien qué está pasando. (…) Pasmados por el temor a salirse del libreto y liderar, los políticos se resignan, mientras tanto, a intentar evitar escándalos e intentar mantener su popularidad mediante la exégesis de las encuestas y las redes sociales. Y aunque sistemáticamente les tiende a ir mal, siguen intentando pegarle el palo al gato (sin que, al mismo tiempo, se les desordene el gallinero). (…) También durante el pasado verano, Revolución Democrática (RD) desarrolló su elección interna. Fiel a su consolidación como un partido moderno y con masiva actividad en redes sociales, RD organizó un sistema de votación
on line a través del cual cualquiera de sus más de 42.000 adherentes podía votar en no más de tres minutos desde la comodidad de su cocina. Con haber firmado por el partido en algún momento alcanzaba para participar. Compare la modernidad y simpleza de este proceso con el vetusto operativo de la elección del Partido Socialista (PS) la semana pasada. (…) A pesar de una campaña interna caldeada y peleada, en RD votaron poco más de tres mil personas, es decir, menos de un 8% de sus adherentes. Como en el festival en el jardín de Pérez-Cruz, la distancia entre el ruido en redes sociales y la acción colectiva es enorme (aún cuando los costos de participar sean bajísimos, como en la elección de RD). (…) Esa fue la suerte del partido político que logró captar más adhesiones en los últimos años, siendo uno de los partidos políticos que pretende renovar la política chilena, representando a los descontentos. Y que tiene el mérito (¿también la limitación?) de haberlo intentado construyendo un partido y apostando a la vía institucional. Mientras tanto, en el vetusto PS, votaron más de 17 mil militantes, entre los que seguramente hay algunos acarreados y otros que añoran un pasado que se les escapa como el agua entre las manos. (…) El problema que hoy enfrentan nuestras sociedades no es solamente que contamos con una institucionalidad analógica, para una realidad digital. Como muestra el caso de Revolución Democrática, la solución para la «baja intensidad» y la tibieza de nuestras convicciones no es meramente tecnológica; es también, la ausencia de sustitutos normativamente aceptables y socialmente legítimos para el añejo modelo representativo tradicional. La sociedad actual parece no contar con proyectos colectivos y mecanismos de agregación de intereses que permitan canalizar de modo constructivo el malestar y el conflicto. En el pasado, ese era el rol de los partidos políticos. (…) Estamos básicamente en una paradoja de Condorcet (o en un dilema de Arrow), en que un sistema de mediación de intereses, crecientemente ilegítimo y debilitado, produce coaliciones electorales que cristalizan un domingo cada cuatro años y rápidamente se desmantelan –o se quedan sin respaldo en la ciudadanía–. (…). Hoy es más fácil ganar una elección que gobernar. Y, por lo mismo, a quince meses de la instalación de un nuevo gobierno, ya estamos esperando una nueva elección y proyectando candidaturas. La ausencia de legitimidad genera una fuga hacia delante.
Y de repente se nos vino «el estallido». Súbitamente el descontento local, fragmentado, encapsulado en grupos y territorios específicos, se nacionalizó y expandió por todo el territorio nacional. Y lo hizo con una fuerza y desmesura capaces de jaquear no solo al sistema político, sino al Estado chileno y sus instituciones más básicas, como las fuerzas que administran el monopolio de la coerción. Cuanto más reprimió el gobierno, por lo demás, más fuerte fue la movilización.
El problema, o el matiz, es que la nacionalización y articulación de la protesta me siguen pareciendo aparentes. Es un movimiento nacional, pero carece de estructura, más allá de lo que niega y a lo que se opone. En ese contexto, el 19 de octubre escribí el texto del que reproduzco abajo algunos fragmentos:
No hay una indignación, hay muchas. Si bien existen procesos en que la indignación se consolida y genera acción social como el de la noche del 18/10, los componentes, como el agua y el aceite, inevitablemente terminan separándose. (…) Tampoco son todos descontentos derivados de la situación económica objetiva o de trayectorias de movilidad social específicas, hay de todo. Algunos nos parecen muy relevantes o cercanos, otros no tanto. (…) Desde el descontento de sectores de clase media endeudada por el consumo de bienes «aspiracionales», al de quienes pusieron todos sus ahorros para comprar la casa propia en lo que luego se descubrió era una zona de sacrificio ambiental. Desde quien después de años de trabajo se desayunó con la tasa de reemplazo de las AFP, a quienes protestan contra la dominación patriarcal y siglos de abuso de poder. Desde quienes en una población deben salir a las cuatro de la mañana a ver si consiguen número en el consultorio de su barrio y deben pagarle un peaje a los patos malos de su pasaje, a aquellos que descubren en el narco nuevos canales de contestación y movilidad social (…) La explicación de por qué esto sucede ahora y no antes, y por qué el movimiento cristaliza en torno al Metro y no en torno a otros temas, responde más a lógicas de agregación de la acción colectiva que a las preferencias individuales específicas de quienes hoy están indignados (…) Están los que creen que aún después de Catrillanca se necesita más Comando Jungla y quienes creen que el Plan Araucanía se queda muy corto. También quienes votan con furia y aquellos que en cambio deciden irse a la playa el feriado de la elección, porque igual el lunes siguiente «hay que ir a trabajar igual». Mientras tanto, otros reaccionan a la «ideología de género» y se refugian en referentes religiosos que prometen la salvación ante tanto relajo. Y otros tantos piensan que los inmigrantes son quienes tienen la culpa de la falta de trabajo. También están los taxistas que ven tambalear su empleo porque el Estado no ha podido regular a Uber, plataforma ilegal que da trabajo a desempleados y a inmigrantes por igual. Otros decidieron salirse del taco y se volvieron fundamentalistas de la bicicleta. Pero todavía hay quienes deben combinar dos micros y un metro para llegar a trabajar como «asesora del hogar» a la casa de jóvenes que se pasan yendo a marchas para protestar contra el lucro y el abuso. (…) Por supuesto también están los ambientalistas, enfrentando los proyectos de empresarios que mientras tanto se quejan de que, con tanto descontento y protesta, ya no hay seguridad jurídica ni condiciones de inversión. La lista de descontentos con algo es infinita, amorfa, y crecientemente irreductible a las claves de la política institucional. Pero están ahí, y conviven, en tensión, con la complacencia (y ahora con la incredulidad y desconcierto) de aquellos que apuestan a «las instituciones». (…) Hoy, más que nunca, imputar las preferencias de quienes participan de la acción de protesta a la racionalidad del movimiento es riesgoso. Como argumenta Mark Granovetter en un clásico análisis de instancias de acción colectiva similares a la que estamos viviendo en Chile, es riesgoso proyectar en la acción colectiva