Mientras tanto, la agenda cotidiana está pautada por la irrupción permanente de conflictos sociales y políticos particulares, los que nunca logran vertebrarse en movimientos capaces de impulsar reformas de fondo y más allá de un plano local o funcional muy restringido. Eso, hasta que la nueva campaña electoral irrumpe en la agenda y un sinnúmero de posibles candidatos comienza a competir para llegar a números de dos dígitos en las preferencias del elector.
¿Por qué es tan difícil crear y sostener partidos políticos hoy?
La institucionalidad democrática, al igual que la legitimidad, se estructura fuertemente sobre la base del tiempo. Examinemos, por ejemplo, las elecciones presidenciales. Si seguimos la conceptualización del politólogo Juan Linz (1998), las elecciones generan mandatos, y en un régimen presidencialista, los elegidos (idealmente en base a un programa de gobierno) tendrán cuatro o cinco años para realizar dicho mandato o persuadirnos de las dificultades que les impidieron cumplirlo antes de tener que someterse nuevamente a evaluación en las urnas. En este nuevo ciclo electoral, la ciudadanía evaluará al gobierno y decidirá darle continuidad u optar por la alternancia.
Esta concepción de «la rendición de cuentas» está en la base de la institucionalidad de la democracia liberal y, sin embargo, se ha vuelto increíblemente anacrónica. Los problemas que ha enfrentado España para formar gobierno durante el 2016 demuestran que el parlamentarismo, como una solución alternativa, probablemente también se ha quedado corto. ¿Qué ha sucedido?
Una explicación plausible es que los tiempos sociales y políticos se han comprimido brutalmente. Las «lunas de miel» de los nuevos gobiernos probablemente sean hoy más breves y frágiles que en el pasado. Cualquier escándalo que se viralice en las redes sociales alcanza para acortar el período de gobierno que la ciencia política reconocía como clave para asentar a un gobierno y avanzar en su programa. Las redes sociales y la irrupción de lo que Bauman (2013) popularizó como la «modernidad líquida» tienen sin duda un impacto significativo en la compresión temporal. Solo a modo de ejemplo, mientras usted lee este párrafo se han publicado sólo en Twitter 30.000 comentarios a nivel global, varios de los cuales tienen contenido político.10 Dada la penetración de las redes sociales en la vida de los jóvenes contemporáneos, es dable esperar que la «liquidez» de la política, y los fenómenos que a ella se asocian, aumente con el paso del tiempo. A través de su accionar en las redes sociales, los jóvenes de hoy pueden ser muy políticos, pero al mismo tiempo pueden «ser políticos» sin involucrarse en organizaciones políticas tradicionales.
Otros procesos sociales son también clave para entender los contornos actuales de la política. La irrupción de las encuestas y la medición permanente de la popularidad de actores y propuestas también comprime el tiempo. En la política del pasado, los líderes buscaban implementar su programa y trabajaban con un elenco de su confianza. Si bien recibían señales mediante la penetración social que poseían sus aparatos partidarios desplegados en el territorio, dichas señales llegaban con filtros, con sesgos, y eran en todo caso menos nítidas que el porcentaje de aprobación obtenido en la medición semanal. Como en la industria televisiva en que se pasó del rating mensual al people meter por segundo, y los productores deben hoy maximizar los picos de audiencia improvisando al minuto, los políticos deben «marcar» bien en las encuestas y sostener su popularidad con frecuencia semanal. Entonces, no cuesta mucho imaginarse al otrora «segundo piso» racional y cerebral en una continua crisis ansiosa.
Si la compresión temporal es relevante, también lo es la segmentación territorial y socioeconómica del electorado. Dada la fuerte desigualdad económica que predomina en América Latina, los ciudadanos de distinto nivel social viven en universos paralelos. Eso permite a los partidos desplegar estrategias electorales distintas y a veces contradictorias en los distintos sectores sociales, y al mismo tiempo lograr ser competitivos en todos (Luna, 2014). En otras palabras, los partidos políticos son capaces de implementar estrategias altamente segmentadas con el objetivo de movilizar electoralmente a distintas bases sociales, particularmente en contextos de alta desigualdad social. Aun en sociedades menos desiguales, la llegada del big data a las campañas electorales ha abierto, más recientemente, múltiples oportunidades adicionales para la segmentación y microsegmentación de públicos11.
Así, un mismo partido puede proveer bienes públicos en un distrito, deteriorarlos en el otro distrito y ser electoralmente competitivo en ambos, si logra llegar al electorado en función de distintas estrategias de campaña que funcionan bien en cada contexto particular. Si la sociedad se encuentra fragmentada (con muy poca comunicación entre las distintas clases sociales y ámbitos territoriales), y los partidos logran simultáneamente segmentar y armonizar sus estrategias electorales, ni la prensa ni los votantes se darán cuenta de que los partidos llevan discursos distintos y a veces contradictorios a los diferentes públicos. En contextos de alta desigualdad y segregación social, esto último es posible incluso si los distritos son colindantes y están separados solo por unos pocos kilómetros. En muchos casos, el orden institucional refuerza la segmentación socioeconómica y territorial de la población. Por ejemplo, el hecho de que haya distritos marcadamente de pobres y otros marcadamente de sectores altos facilita a los partidos que usen distintos discursos y estrategias.
La aguda segmentación que hoy exhiben las campañas electorales da cuenta de la desaparición casi completa de lo que alguna vez caracterizó a los partidos: una plataforma programática, una identidad partidaria, un mensaje claro hacia los votantes. Las personas se pueden preguntar hoy en qué cree un partido que, por ejemplo, le habla a la élite de la urgencia de flexibilizar el trabajo, pero que en los distritos populares donde viven las personas cuyo trabajo será flexibilizado, compite en función de otras temáticas y estrategias de campaña, sin hablar de la flexibilización laboral.
Algo crucial, sin embargo, desaparece en medio de esta oferta concreta y segmentada. La construcción de partidos programáticos, capaces de articular plataformas y liderazgos que logren forjar coaliciones sociales amplias (más allá de regiones, circunscripciones, distritos, y municipalidades particulares), es fundamental para superar los desafíos de la representación política en contextos de alta desigualdad. Los partidos políticos programáticos también han proveído, históricamente, de canales para la captación, formación y promoción de juventudes políticas. Sin ellos, es difícil pensar en la capacidad de los jóvenes de insertarse con éxito en la vida política institucional.
Un tercer factor, el ascenso de los ciudadanos monotemáticos, constituye también un rasgo predominante en la actualidad (Luna & Vergara, 2016). En los años ochenta y noventa, los analistas europeos manifestaban preocupación por el ascenso de los partidos de un solo asunto (los partidos verdes eran el caso más claro en ese contexto). Los viejos y estructurados sistemas de partidos europeos se veían desafiados por la emergencia de partidos muy radicales (intensos), pero preocupados por una agenda muy restringida (en el caso de los verdes, la política medioambiental). Actualmente, los intensos se han atomizado aún más: ya ni siquiera construyen partidos de un solo asunto. Se organizan cada vez más en red. Si bien logran superar la segmentación y los problemas de acción colectiva que crean los universos paralelos (gente muy diversa converge en torno a agendas específicas, pero comunes, y se organiza de forma virtual o eventual), son radicales de una sola causa.
En función de esta configuración de sus preferencias, los ciudadanos monotemáticos, desde la superioridad moral que genera toda preferencia absoluta, someten a juicio al gobierno, a los actores políticos y a sus pares en las redes sociales. Dichos juicios son generalmente negativos, porque, por definición, no pueden ser otra cosa. Aun cuando puedan celebrar una declaración o decisión de política pública, seguramente otras muchas los alienarán y descontentarán. Si la política es el ámbito de la negociación