Durante este tiempo, leí varios libros que me ayudaron espiritualmente. Algunos de los libros que más me animaron en mi fe fueron de la autora Elena de White. Algunos de ellos fueron El camino a Cristo, El conflicto de los siglos, Primeros escritos y Testimonios para la iglesia. El Sr. y la Sra. Kamberg, que eran misioneros en la zona, me habían recomendado esos escritos. Todavía valoro esos libros, junto con la Biblia, y se los recomiendo a cualquier persona que quiera construir una relación significativa y personal con Dios.
Mientras estaba totalmente desconectado de mi hogar, solo podía encontrar alivio leyendo la Palabra de Dios y esos libros. Leía por varias horas cada tarde, y especialmente los sábados de tarde.
Tenía un amigo con quien pasaba tiempo leyendo y hablando de diversos libros, mientras reflexionábamos sobre lo que significaban para nuestra vida. Como no podía volver a Ruanda, también usé todo mi tiempo de vacaciones leyendo la Palabra de Dios y los libros mencionados.
Pronto, el preceptor del hogar de varones me eligió para estar a cargo de las actividades espirituales para mis compañeros. Organizaba los cultos matinales y vespertinos. A veces las personas no podían cumplir con sus compromisos de predicación, así que muchas veces yo me hacía cargo y daba las meditaciones.
En mi último año de secundario, surgió una nueva dificultad. Congo aprobó una nueva ley que requería que todos los alumnos extranjeros pagaran una tarifa por examen de 150 dólares. Como yo no tenía forma de comunicarme con mi hogar, el colegio había tolerado que yo no pudiera pagar mis cuotas por un tiempo; pero esta ley ahora me era un desafío, ya que no tenía los 150 dólares y el colegio no iba a pagar ese monto por mí.
Este era un problema serio porque significaba que no se me permitía tomar el examen, y por tanto, no podía graduarme del secundario. El director del colegio, que sabía lo que estaba ocurriendo, sugirió que investigara si podía obtener un documento de identidad congolés. La sugerencia del director me pareció la solución indicada por los pocos minutos que estuve sentado en su oficina, pero apenas salí y pensé un poco más en el asunto, me di cuenta de que hacer eso involucraría una mentira… quebrantar el principio divino de la honestidad. Yo sabía que era ruandés, y razoné que no era correcto mentir sobre ser congolés solo porque quería resolver un problema financiero inmediato.
Regresé a la oficina del director para informarle que no podía hacer lo que me había sugerido porque quebrantaba mis principios. Si mentía para obtener el documento, entonces el hecho de que me hubiesen echado del colegio anterior no tendría propósito alguno. El razonamiento del director era que, en momentos de crisis, uno tiene que encontrar alguna solución. Entonces, él se ofreció a encargarse de los arreglos, si yo estaba de acuerdo. Solo necesitaba darle unas fotos mías de tipo pasaporte. Cuando se dio cuenta de que yo no estaba abierto a esta opción, se dio por vencido y concluyó que yo era un extremista.
La situación estaba empeorando. Sabía que no tenía de dónde obtener ese dinero. Me pregunté si había desperdiciado los seis años de mi educación secundaria, ya que no tenía los 150 dólares necesarios para tomar el examen. Mientras yo meditaba en mi situación, sin saber qué hacer, Dios ya estaba preparado para obrar un milagro.
Karekezi, un alumno ruandés más chico a quien no conocía, había escuchado sobre mi dilema por otra fuente. Una mañana, luego del desayuno, me dijo que tenía 100 dólares para darme. Según él, su patrocinador le había enviado el dinero para pagar su habitación y comida en el internado. Él dijo que encontraría un lugar decente donde vivir con una familia en el poblado, así podía asistir al colegio como un alumno externo.
Poco después, la mamá de mi compañero de pieza, Greg, vino a visitarlo. Al enterarse de mi situación financiera me dio 50 dólares, que era lo que me faltaba para pagar la tarifa. Unos días después, una alumna más joven se me acercó y me dio un montoncito de dinero envuelto en un pañuelo; eran cerca de 50 dólares. Ella sugirió que le guardara el dinero. Luego de unas dos semanas, le pregunté si necesitaba que le devolviera su dinero. Me dijo que había escuchado sobre mi necesidad y que me estaba dando ese dinero, aunque su intención había sido usarlo para pagar lo que le faltaba de sus clases. Traté de rechazar su ofrecimiento, pero dijo que era su decisión y que no tenía problema de volver a su casa y esperar que le devolviera el dinero cuando terminara mis estudios.
Lo que esta joven hizo fue maravilloso. No tenía un vínculo especial con ella como para que estuviera dispuesta a darme el dinero. Me conmovió ver cómo Dios podía intervenir con tanta rapidez, trayendo a personas en las que nunca había pensado para que me ayudaran a suplir mi necesidad. Ahora solo tenía que decidir quién necesitaba que le devolviera el dinero antes, para poder darle los 50 dólares a esa persona; porque ya tenía más que suficiente para pagar la tarifa para el examen.
Me preparé para rendir mis exámenes finales. Sin embargo, tres días antes de la fecha, me enfermé mucho. Me sangraba muchísimo la nariz, y vomitaba a cada rato. Me di cuenta de que, a menos que Dios realizara otro milagro, no podría rendir los exámenes.
El lunes de mañana me desperté temprano y fui al aula para el examen. Todavía me sangraba la nariz, así que había llevado dos pañuelos para manejar el sangrado. Sin embargo, mis pañuelos terminaban tan sucios que tenía que salir del aula cada veinte minutos. Ante un inconveniente tal, me era muy difícil permanecer concentrado. Pero a pesar de todos los problemas, aprobé los exámenes con la mejor calificación de mi clase.
Luego de terminar los exámenes, no tenía por qué permanecer en el colegio. Quería volver a casa a Ruanda, pero sabía que era un riesgo y que no tenía dinero. Mi hermana me invitó a quedarme con ella en su casa en Goma. Seguí orando y esperando que Dios me proveyera un poco de dinero.
Al día siguiente de haber completado mis exámenes nacionales, me encontré con un pastor a quien conocía bien. Él me dijo que tenía noticias para mí. Me pregunté qué podía ser. Me dijo que alguien que había conocido en Ruanda le había dado dinero para mí; y me dio un sobre lleno de billetes. ¡Eran cerca de 80.000 francos congoleses! También me dio el equivalente a 50 dólares en francos ruandeses.
Los 80.000 no eran mucho dinero; también eran aproximadamente 50 dólares. Pero en mi situación, sin poder obtener ni siquiera 5 dólares, y habiendo pasado casi dos años sin noticias ni dinero de mi hogar, ¡era mucho! Esto era una respuesta de Dios. No se me ocurría quién podría haber pensado en darme dinero. Curiosamente, el pastor no podía recordar quién le había dado el dinero. Pero en lugar de preocuparme sobre quién podría ser esa persona, agradecí a Dios por responder a mis oraciones.
Con dinero en el bolsillo, podía hacer planes para volver a casa en septiembre de 1992. Fui a quedarme en la casa de mi hermana en Goma por un par de semanas. Finalmente, me atreví a cruzar la frontera, sabiendo que estaba corriendo un gran riesgo con mi vida. Extrañaba a mi familia y necesitaba verlos. Fui directamente a Kigali, sin saber qué esperar.
Cuando llegué a Kigali, me encontré con algunos amigos que me dieron una cálida bienvenida y me pusieron al tanto de lo que había ocurrido en mi ausencia. En un santiamén volví a ser parte de la vida de mi exiglesia local. Pronto me eligieron como anciano de iglesia, a mis 22 años. Me pidieron que predicara en mucho lugares, en Kigali y cerca de allí. Se seguían multiplicando las noticias de las atrocidades que ocurrían en la región, pero la Palabra de Dios era mi consuelo, y como estaba ocupado predicando, parecía que no ocurría nada inusual.
En marzo de 1994 fui a mi poblado natal por el fin de semana. Allí me encontré con mi padre, cinco hermanas y un hermano. Me alegró visitar cada hogar y ver a mis sobrinos y familiares de nuevo. Esa visita fue muy memorable; de hecho, los recuerdos de esa visita son los más importantes que tengo de mi familia. Tuvimos muchas conversaciones sobre lo que había ocurrido durante el largo período en que habíamos estado separados, y tratamos de ponernos al día sobre eventos y experiencias. No percibimos que esta sería la última vez que nos reuniríamos en esta vida.
Luego de pasar tiempo con mi familia, nos despedimos y yo salí hacia Kigali. Mis planes eran regresar a casa de nuevo en julio del mismo año.