Predicando desde la tumba. Phodidas Ndamyumugabe. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Phodidas Ndamyumugabe
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877984002
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estudios en sábado, así que volví a clase.

      Sin embargo, el sábado siguiente decidí obedecer a Dios, sin importar las consecuencias. Sabía que el director, un sacerdote católico, no comprendería mi motivo para no estudiar los sábados. Las políticas del colegio eran muy estrictas y rígidas. Además, incluso si el director no me echaba del colegio, parecía no haber forma de que aprobara todas las materias si no estudiaba cada día.

      Apenas comencé a asistir a la iglesia cada sábado, mis ausencias al colegio se hicieron evidentes. Me perdí varios exámenes y trabajos que se hicieron en sábado, y los profesores se dieron cuenta de que estaba ausente en todas las clases de los sábados.

      Informaron del asunto al director, quien me invitó a reunirme con él para darle una explicación. Yo traté de responder a sus preguntas, pero parecía no tener argumentos para presentarme; en lugar de eso, me dio una seria advertencia y una carta que había preparado con anterioridad. La carta ofrecía dos opciones: podía asistir al colegio todos los días excepto los domingos y cumplir con las normas de la administración, o podía dejar el colegio y matricularme en un colegio adventista que apoyara mis convicciones religiosas.

      Me presenté en la oficina del director un lunes de mañana. Tenía cuatro días para reflexionar y decidir qué haría. Esa semana fue dolorosa. Pensaba y pensaba cómo podía regresar a mi poblado sin haber terminado mis estudios. Pero tenía que tomar una decisión final.

      Durante la semana me puse en contacto con los dirigentes adventistas locales y les pedí que intervinieran en mi favor. Antes del siguiente sábado tenía que asegurarme de tener una autorización de la administración del colegio que me permitiera continuar mis estudios mientras me mantenía fiel a mis convicciones religiosas. El viernes, el presidente y el tesorero de la Misión local visitaron mi colegio y se reunieron con el director para hablar de mi caso.

      Cuando ellos se fueron, el director me llamó a su oficina para darme una nueva advertencia. Me informó de la visita de los representantes de mi iglesia, y reiteró que su decisión se mantenía. Nada de lo que habían dicho lo había hecho cambiar de opinión: tenía que acatar las reglas del colegio o encontrar un colegio diferente con reglas diferentes.

      Cuando llegó el sábado, tenía una sola opción ante mí: simple obediencia a la Palabra de Dios... y dejar las consecuencias en sus manos. Me dirigí a la iglesia, como había planeado. La iglesia estaba a unos tres kilómetros de mi casa.

      Camino a la iglesia esa mañana, algo me turbó un poco. Vi a un grupo de jóvenes cuyos padres eran adventistas. Una de las chicas era la hija de un pastor. Los miraba caminando al colegio con sus libros, y pensamientos inquietantes llenaron mi mente. ¿Podría ser que me habían engañado con teorías que enseñaban los pastores? ¿Se daban cuenta estas personas, incluyendo el pastor, de que debemos observar el sábado y de que la vida eterna implica fidelidad a Dios (ver Apoc. 2:10)?

      Mientras meditaba sobre lo que estaban haciendo y me preguntaba si estaba equivocado, sentí que no se gana la batalla espiritual con simple conocimiento de la verdad bíblica. Razoné que la fidelidad no tiene nada que ver con el liderazgo eclesiástico. Si así fuera, los saduceos en los días de Jesús lo habrían aceptado. Sentí que el Espíritu de Dios me consolaba al traer estos pensamientos a mi mente mientras continuaba mi camino hacia la iglesia.

      Cuando llegué al colegio el lunes siguiente, ocurrieron dos cosas. Primero, le habían informado al director que yo no había asistido a clases el sábado, y él había decidido echarme del colegio. Segundo, los dirigentes de mi iglesia, al haber intentado en vano convencer al director, habían apelado al obispo de la Iglesia Católica regional. ¡El obispo le había dado una carta al presidente de la Misión Adventista informándole al director que yo tenía derecho a asistir al colegio católico y obedecer mis convicciones religiosas al mismo tiempo!

      Ese lunes, apenas entré a la oficina del director, le di la carta del obispo. Luego de leerla por completo, me miró con ojos penetrantes y dijo: “Tú me has desobedecido a mí, tu autoridad. Yo también desobedeceré a mi dirigente, así como tú me has desobedecido, y te echaré de este colegio”. Desde su perspectiva, mi conducta mostraba desobediencia a él, mientras que para mí era un asunto de fidelidad a Dios.

      Luego de hacer mi mejor esfuerzo por convencerlo de que no lo estaba desobedeciendo, sino que se trataba de algo más serio que tenía que ver con mi vida eterna, él me permitió volver a clases. Me dijo que no me podría graduar a causa de mis inasistencias. Yo esperaba que eso no ocurriera. Dios había demostrado que estaba conmigo, y esto aumentó mi fe en él y mi determinación a serle fiel bajo toda circunstancia.

      Capítulo 3

      Fortalecido por su Palabra

      “Al encontrarme con tus palabras,

      yo las devoraba; ellas eran mi gozo

      y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre,

      Señor Dios Todopoderoso”

      (Jeremías 15:16).

      Estaba un poco preparado para irme, aunque no sabía adónde. Estaba tomando un curso de mecánica general y, hasta donde yo sabía, no había otro colegio en la región donde pudiera continuar con ese programa. Me estaba preguntando qué ocurriría ahora, cuando Dios proveyó una solución. Alguien me dijo que la Iglesia Adventista tenía un colegio con un programa de esas características a unos 483 kilómetros de la ciudad de Goma, en un lugar llamado Lukanga.

      Acudí a los mismos líderes eclesiásticos que habían intervenido a mi favor con el director. Ellos rápidamente hicieron arreglos para que me aceptaran en el colegio en Lukanga, para poder continuar mis estudios allí. El único problema era que el colegio era muy costoso y me sería difícil pagar las cuotas. Sin embargo, pronto me di cuenta de que Dios había provisto de todo lo necesario para que yo fuera a Lukanga. Un primo a quien nunca había conocido, que estaba viviendo en Kigali, Ruanda, se ofreció a pagarme los estudios, y con eso se arregló la situación.

      Mientras estudiaba en Lukanga, en el Congo, fui a casa en Ruanda para las vacaciones escolares, desde principios de agosto hasta finales de septiembre de 1990. Una semana después, cuando ya había vuelto al colegio en Lukanga, estalló la guerra en Ruanda, entre el Gobierno y el Frente Patriótico Ruandés (FPR).

      El FPR era un grupo de ruandeses, mayormente tutsis, que había sido expulsado del país en 1959 por revolucionarios hutus, bajo la influencia del gobierno colonial belga. Habían estado viviendo como refugiados en países limítrofes. Por varios años habían estado negociando en vano un retorno pacífico. Ahora, estaban intentando volver a su país, armados, luego de unos treinta años.

      Poco después del inicio de la guerra, estando yo en el colegio en Lukanga, me enteré de que muchos tutsis habían sido arrestados o asesinados en Ruanda. También recibí una carta de uno de mis amigos en Ruanda, que me informaba que algunos de mis familiares habían desaparecido o estaban en prisión. Anhelaba ir a casa para comprobarlo por mí mismo; pero no había forma de que pudiera regresar a ver a mi familia sin poner mi vida en peligro.

      Para finales de 1990, más y más ruandeses se habían convertido en refugiados en países limítrofes. Muchos jóvenes se encontraron separados de sus padres, y sin posibilidades de estudiar. Yo estaba agradecido no solo por estar estudiando, sino también de estar en el colegio que había elegido: el Colegio Adventista de Lukanga. Sin embargo, estaba viviendo una crisis financiera seria. No estaba pagando las cuotas porque ya no podía recibir dinero de mi casa, y no tenía otra fuente de ingresos.

      Mientras estaba en Lukanga, el Señor me estaba preparando para las peores situaciones que