Introducción
Este libro es una lectura obligada sobre cómo Dios protegió a los suyos durante una de las masacres más extendidas de todos los tiempos. En medio de un genocidio iniciado por las peores pasiones malignas y extendida por engaños, temores mal fundados y fuerza bruta, un hombre se negó a engañar a otros para salvar su vida, y permaneció transparente en su adoración al Dios verdadero. Lo honró guardando todos sus Mandamientos en medio de las circunstancias más extremas. Esta historia no es menos cautivadora que la historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego. Ninguna mente objetiva puede terminar ninguna de estas dos historias creyendo que no existe Dios. La diferencia en esta historia es que los milagros del estilo “horno de fuego” se repiten hora tras hora y día tras día. El mal había armado muchas trampas mortales, y trampas de refuerzo adicionales para asegurarse de lograr su intención. Pero aun los planes mejor planeados del enemigo fallarán cuando Dios interviene para proteger a quienes verdaderamente son suyos. La vida del Dr. Phodidas es un ejemplo para todos nosotros, y especialmente para los jóvenes. Al leer esta historia, aprenderás cómo puedes mantener la calma emocional bajo los más severos ataques físicos, mentales, emocionales, sociales y espirituales. Estoy tan orgulloso de que hoy el Dr. Phodidas esté en el Instituto Weimar, entrenando a un ejército de jóvenes para estar firmes por Dios con verdad y amor.
Neil Nedley, médico, presidente del Instituto Weimar
En 2016, mi esposa y yo aceptamos trabajar en Ruanda, África. Durante los meses y años que siguieron, frecuentemente nos recordaron las atrocidades que ocurrieron durante el genocidio ruandés. Durante nuestro primer año de trabajo allí, 675 alumnos terminaron sus estudios. Las finanzas estaban ajustadas, y fue necesario aumentar la cuota; y además, encontrar al menos 675 nuevos alumnos para que tomaran el lugar de los que se habían graduado. El Dr. Phodidas, nuestro profesor de Teología, vino a mi oficina y se ofreció para ayudar a reclutar alumnos. Ese verano, trajo a casi mil nuevos alumnos a la universidad. Al mismo tiempo, el Dr. Phodidas se volvió mi confiado intérprete para reuniones campestres, discursos o, simplemente, para sermones o meditaciones. Poco a poco conocí más sobre su vida personal. Entre los capítulos de este libro hay una historia increíble de supervivencia durante numerosas cacerías despiadadas. Esta es una historia apasionante del cuidado y la intervención de Dios, ¡que no olvidarás!
Dr. Verlyn R. Benson, vicerrector académico del Instituto Weimar
Las historias y el mensaje de este libro cambiaron mi vida. No es un libro teórico, ya que fue escrito por quien experimentó problemas literales. Cada historia se construye sobre la anterior de una forma que revelará no solo la cautivante historia, sino también la condición de tu propio corazón. Mientras leía y podía escuchar el testimonio del Dr. Phodidas, me di cuenta de que su historia revela lo que es necesario para permanecer fiel ante las dificultades. Que Dios transforme tu corazón mientras lees, y que cada uno de nosotros esté preparado para enfrentar los conflictos de esta vida con el valor y el carácter que solo Cristo puede dar.
Don Mackintosh, pastor y director del departamento de Teología del Instituto Weimar
Capítulo 1
Gratos recuerdos de mi niñez
“Escuchen, hijos, la corrección de un padre;
dispónganse a adquirir inteligencia.
Yo les brindo buenas enseñanzas,
así que no abandonen mi instrucción.
Cuando yo era pequeño y vivía con mi padre,
cuando era el niño consentido de mi madre,
mi padre me instruyó de esta manera:
‘Aférrate de corazón a mis palabras;
obedece mis mandamientos, y vivirás.
Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia;
no olvides mis palabras ni te apartes de ellas.
No abandones nunca a la sabiduría,
y ella te protegerá; ámala, y ella te cuidará’ ”
(Proverbios 4:1-6).
Nací el 3 de octubre de 1970 en Kibuye,1 una provincia a unos 130 kilómetros al oeste de Kigali, la capital de Ruanda. Fui la última adición a una familia con ocho hijos. Uno de mis recuerdos más lindos de cuando era niño es cuánto me mimaban; una experiencia que muchos hijos menores comparten. Yo era el centro del amor de mis padres, y mis hermanos me ponían apodos cariñosos para describir su amor por mí o los valores que querían que yo desarrollara. Crecí sintiéndome amado, pero también desafiado a cumplir las expectativas de mi familia.
En la parte del país donde vivíamos, la vida era dura. Aprendimos a trabajar desde niños. Para cuando tenía nueve años, estaba a cargo de cuidar de los animales de la familia. No disfrutaba estar a cargo de las vacas, especialmente cuando el clima estaba frío. Cortar árboles para leña era otra de mis tareas.
Para mí, uno de los momentos más desafiantes era despertarme cada mañana, lloviera o brillara el sol, para llevar a los animales a la pastura donde se alimentarían por el día. Mis padres nos entrenaron para trabajar duro en toda circunstancia, sin importar cómo nos sintiéramos. No se permitía la pereza. Incluso a la hora de comer, mi sobrina y yo debíamos hacer alguna tarea hogareña antes de regresar a clases.
La disciplina con que me enseñaron a esta edad temprana no tenía nada que ver con nuestro estatus financiero. Nadie tenía demasiado dinero en esta zona rural, pero nosotros teníamos el mínimo necesario para nuestro bienestar. Aunque teníamos ayudantes en la casa que podrían haber realizado casi todo el trabajo sin mi ayuda, mis padres esperaban que colaborara con las tareas diarias. El trabajo era el principio de la vida, y todos tenían que estar involucrados si esperaban vivir de manera independiente en el futuro.
A pesar de las dificultades de vivir en una zona rural del oeste de Ruanda, nuestra vida montañosa tenía muchas ventajas que sobrepasaban por lejos la vida más lujosa en las ciudades. Algunos de esos beneficios recién los puedo comprender ahora que soy suficientemente mayor como para extrañarlos; pero otros los comprendí y aprecié aun de niño.
Mi familia vivía en un lugar donde apenas podías ver 100 metros a la distancia sin encontrar una colina. Las colinas son una característica de Ruanda, que se conoce comúnmente como “El país de las mil colinas”. Pero Kibuye es único porque también hay montañas, y algunas de ellas son las más altas del país. Esas montañas hacen que el clima siempre sea agradable: ni demasiado caluroso, ni demasiado frío.
El distintivo más pintoresco de esta parte del mundo, probablemente, es el lago Kivu. Es un hermoso cuerpo de agua salpicado de pequeñas islas de forma cónica, de las cuales uno puede saltar a las transparentes aguas. Estas islas llamaron mi atención de niño. Disfrutaba ver sus sombras reflejadas en el agua, creando diversos colores y belleza al amanecer y al atardecer.
Mientras crecía, no necesitábamos piscinas de natación porque el agua transparente del lago, contenida por roca volcánica blanca sólida, era ideal. El aislante volcánico mantenía el agua a una temperatura constante de unos 24 ºC. Esto hacía que el lago fuera una buena fuente de recreación y refresco, cualquiera fuera el clima. Cuando estaba fresco afuera, el lago se sentía cálido; y cuando afuera el clima se volvía cálido, el agua permanecía fresca.
Este hermoso lago es una parte central de los recuerdos de mi niñez. Recuerdo dejar los animales cerca del lago y zambullirme con amigos para perseguir peces en la profundidad de sus aguas. También correr con el torso descubierto hacia las aguas frescas, para refrescarme durante el intenso calor del mediodía.
Pero aun por sobre el aprecio que sentía por la geografía de mi poblado, yo sabía que mi vida familiar era mi mayor bendición. Como fui el último