La vez pasada se esbozaba una respuesta confusa y provisoria a la pregunta “pero ¿quién es el sujeto de todo eso?”, que era: el campo de producción cultural. Ustedes tal vez se digan que apenas hemos avanzado; pero es un progreso enorme. A veces pienso que puede darse un muy gran paso adelante si se cambia la manera global de pensar un objeto social. En el caso presente, concordarán conmigo en que el sujeto es el campo de producción cultural, porque se trata de intelectuales menores, pero piensen en los grandes intelectuales: ¿quién es el sujeto de la obra de Mallarmé? ¿En qué grado? ¿Todos los sujetos son igualmente sujetos? ¿Se es sujeto en el mismo grado, sin importar la posición que uno ocupa en el campo, o el sujeto es en todo momento el campo, incluso si a veces hay personas que, por su posición en él, son un poco más sujetos? Creo que se trata de un desplazamiento muy importante respecto del cual el año pasado, con referencia al campo literario, intenté demostrar que tenía consecuencias del todo radicales sobre la manera de estudiar las obras culturales, científicas, artísticas o literarias: en todos los casos, podemos preguntarnos cuál es el sujeto; en cada oportunidad, el sujeto, en mi opinión, será un campo como conjunto de agentes unidos por relaciones objetivas, irreductibles a las interacciones que ellos pueden tener. Como repito siempre, es verdaderamente el alfa y el omega: las relaciones no son reducibles a las interacciones; personas que no tienen interacción, que jamás se han conocido, pueden entrar en relación.
El sujeto de lo que sucede en todo eso es el campo; y uno de los problemas consiste en saber cuál es ese campo, cómo se define, cómo funciona, cuáles son sus límites. Les recuerdo lo que dije la vez pasada sobre los límites y las fronteras: ¿hay límites jurídicos? Aquí, una apuesta –ya la había señalado la semana pasada– es precisamente desordenar los límites, y la definición del campo se dará mediante la definición de los jueces competentes, cuya lista se presenta. En definitiva, podríamos decir que todo el trabajo de “deconstrucción”[84] que es necesario hacer para leer lo que pasa en esas cuatro páginas de revista (de la 38 a la 41), que son tan complicadas como un texto de Hegel –lo digo para los filósofos– consistirá en desplazar la atención de las páginas en las cuales se presenta el palmarés –lo que la gente ha leído, el palmarés y comentarios de todo tipo– hacia lo que aparece en el final mismo como una suerte de apéndice: “La pregunta se envió a seiscientas personas. El 11 de marzo, habían respondido cuatrocientas cuarenta y ocho. Nuestro agradecimiento a ellas. A continuación, sus nombres”.
En el fondo, todo el trabajo consiste en decir que, detrás del objeto aparente del palmarés, el objeto real es instaurar como jueces a las personas que figuran en la lista, que merecería horas y horas de comentarios. No se trata de hacer comentarios personales y decir: “Ajá, es raro, pusieron a Suzanne Prou, ¿y por qué entre los escritores?”. Si yo quisiera, podría decir maldades de ese tipo; pero ustedes lo harán por su cuenta. Se trata de comentar ese cuerpo constituido. Un cuerpo constituido es un cuerpo reunido, al que se da un nombre por efecto de nominación: por ejemplo, el Consejo de Estado. Aquí, podría ser un Consejo de Estado cultural, artístico. Bastaría con un decreto del presidente de la República, y sería terrible… Ese cuerpo constituido queda oculto por el producto de su acción: dirigen nuestra atención hacia el palmarés y la desvían de los creadores de palmareses que se han constituido por el hecho de crear ese como creadores legítimos de palmareses. En otras palabras, hay una operación de autolegitimación de los creadores de palmareses y, según me parece, esa es la verdadera apuesta: todo sucede como si los inventores de la tecnología social del hit parade intelectual se hubieran asignado el proyecto de instituir creadores legítimos de palmareses, los Gault y Millau de la cultura [risas].[85] Esto provoca risa y es adrede. Si se lo acepta, es porque en otros terrenos hay creadores de palmareses (por ejemplo, nos dicen “estas son las diez mejores películas”), y una y otra vez son las mismas operaciones: jueces que se autolegitiman y nos prohíben preguntar quién tiene derecho a designar jueces. Esos eran los aportes.
Posición del subcampo periodístico en el campo de la producción cultural
El sujeto es un campo cuyos límites es preciso definir: ¿tiene o no fronteras? ¿Procura tenerlas? ¿Está englobado en un campo más importante? ¿Ocupa una posición dominante o dominada? Otra de las jugadas que se hace consiste en presentar el campo designado por la lista como coextenso con el campo de la producción cultural, cuando en realidad es más o menos representativo de un subcampo de ese campo: el subcampo de los intermediarios culturales, los mediadores, los difusores, los intelectuales-periodistas, etc. Esta gente está en la frontera entre el campo de los productores para productores, el campo restringido de quienes escriben para otros escritores (lo que a menudo, aunque sin mucho rigor, se llama “la vanguardia”) y el campo de la gran difusión o la gran producción: son hombres-frontera. Ese subcampo ocupa una posición dominada en el campo (más abarcativo) de la producción cultural, y a la vez ejerce una acción potencialmente dominante por medio de la acción que puede ejercer sobre los lectores, los laicos –la analogía con la Iglesia siempre funciona–, la clientela y, por medio de los laicos, sobre las ventas; por medio de la “colecta”, sobre los libreros; por medio de los libreros, sobre los editores; por medio de los editores, sobre la edición; por medio de la edición, sobre la censura. Esto es importante. Por ende, ese subcampo está formado por gente que ocupa una posición dominada desde el punto de vista cultural –daré gran cantidad de indicios–, pero es potencialmente dominante.
Por intermedio de él puede introducirse otra dominación de tipo cultural, dominación de tipo económico, etc. Pero, en un campo cultural, la dominación nunca puede ser puramente económica. Esta es una ley fundamental que enuncié varias veces. Será preciso que use un ropaje cultural; no se nos dirá: “Es una lista de best sellers” sino “Son los cuarenta y dos primeros intelectuales”. En otras palabras (acabo de pensarlo mientras les hablaba), es una lucha por la imposición de una nueva legitimidad mediante la cual se introduce el peso de la economía. La economía nunca está ausente del campo más autónomo, ya sea el campo religioso, el campo jurídico o el campo literario. Está presente en ellos, pero no puede acudir en persona. Es algo importante: en la religión no se habla del “salario” del cura, sino de las “ofrendas”. En un campo relativamente autónomo, las restricciones económicas aparecen siempre disfrazadas, enmascaradas. Aquí el vocabulario es finalista: da la impresión de que hay que enmascararse, lo que lleva a caer en una filosofía de la religión a la manera de Helvétius, esto es, una visión cínica y materialista de la religión. Antes bien, es necesario decir que esas restricciones llegan eufemizadas (se habla de “ofrendas”, no de “salario”). La situación es igual: nuevos jueces se imponen mediante un golpe de fuerza simbólica y expresan sus intereses específicos de intelectuales dominados ejerciendo un papel dominante por intermedio de la prensa. El golpe de fuerza por cuyo conducto la gente expresa sus intereses es la mediación con la cual se expresan cosas que podrían describirse con grandes palabras (la “dominación del mercado”) y grandes análisis materialistas (la “concentración de la edición”, el “monopolio Hachette”, etc.). Con mi manera de obrar, termino por no pensar más en esos análisis. Lo que me parece importante es tratar de comprender cómo suceden las cosas. Se ha denunciado tanto el imperio del dinero sobre la religión, etc., que uno termina por ya no preguntarse más cómo pasa eso, que, según me parece, es lo esencial.
Por consiguiente, el sujeto es un conjunto de agentes, pero no son individuos. La palabra “agente” no es linda (se piensa en “agente de policía”, etc.), es difícil de introducir en textos literarios, pero es importante. Sin demasiadas dificultades, puede incluir una entera filosofía social: “agente” se relaciona con “acción”, “práctica”, etc. No tiene las connotaciones ideológicas adheridas a la palabra “persona”. Tampoco es un “sujeto”; después de todo lo que dije esta mañana, ustedes imaginarán todo lo que implica “sujeto”. Es alguien que actúa pero no sabe necesariamente lo que hace. Y creo que esa palabra implica que ese agente (en el caso presente