La apuesta de la visibilidad y del título
Vuelvo a la lista: al ser el primero, Lévi-Strauss tiene derecho a una semblanza, que es la más larga (tres columnas). Aron tiene derecho a una semblanza un poco más corta (una columna pequeña). Las dimensiones de la semblanza son proporcionales al rango. Habría que entrar en el detalle para ver la imagen social de cada uno de estos personajes. A partir del séptimo, ya no hay semblanza pero sí tienen derecho a un título profesional: “Fernand Braudel, historiador; Michel Tournier, novelista; Bernard-Henri Lévy, filósofo; Henri Michaux, poeta; François Jacob, biólogo; Samuel Beckett, dramaturgo y novelista”, etc. Con esto, la gente tiene derecho a un título profesional, lo cual es de suma importancia, como intentaré demostrar dentro de un rato; pero les digo esto desde ya para que lo piensen de manera metadiscursiva en relación con lo que planteo ahora: los mecanismos que intento poner de relieve en este caso específico son mecanismos muy generales que funcionan en el conjunto del mundo social. Simplemente, aquí estoy frente a un microcosmos de un microcosmos donde esos mecanismos se ven de manera particular porque, para ser sucinto, la apuesta principal de este universo es la visibilidad, vale decir, lo que llamo “capital simbólico”. La principal forma de ganancia que se persigue en ese campo es la visibilidad. Al mismo tiempo, es un buen terreno para estudiar las condiciones sociales de la formación de los precios cuando estos consisten en la visibilidad. En el fondo, voy a describirles cómo se desarrolla, en el universo particular que es el campo intelectual, la forma particular de lucha que es la lucha simbólica, y cómo se acumula la forma particular de capital que es la visibilidad.
Esta lucha está presente en la totalidad del mundo social; pero el peso relativo del capital simbólico en el universo de las apuestas de la visibilidad es mayor o menor según el universo. Por ejemplo, los OE tropiezan también con problemas de título: pueden querer pasar a ser OP, OC,[77] etc. También es importante para ellos, tiene efectos sociales; no es que eso haga vender libros, pero les permitirá beneficiarse de las condiciones colectivas que protegen tal o cual cosa, y así podrán decir: “Mi título va acompañado por una definición de los límites de lo que pueden pedirme, y haré huelga si me piden hacer algo que no esté incluido en esa especie de esencia social que se me otorga y que está resumida en mi título”. El título profesional, por ende, es muy importante. Cuando se dice (digo una crueldad) “Edgar Morin, sociólogo y filósofo”, es interesante [risas]; o “René Girard, filósofo” (¡no digo nada! [risas]), o “Jean Bernard, médico”, etc.[78] No estamos aquí para divertirnos, ya lo verán.
He dicho todo lo que podía decir públicamente, lo cual es también algo importante de mi análisis: ahí están todas las restricciones del paso a la publicación o la publicidad, del hecho de hacer público, de lo que puede decirse públicamente, en situación pública, oficial, en una situación definida socialmente por reglas implícitas o explícitas. Ese efecto de publicación es uno de los efectos más viciosos, más ocultos.
La invención del jurado
Ahora retomaré muy rápidamente los principales aportes de mi análisis e intentaré ir un poquito más lejos. Lo que está en juego es lo que podríamos llamar una tecnología o una técnica social de acción sobre el mundo social. Lo dije el otro día de manera muy sucinta: en el mundo social, como en otros lugares, hay invenciones. Por ejemplo, Max Weber insiste mucho en que el jurado popular, al cual estamos tan acostumbrados que no reflexionamos sobre él, fue una gran invención histórica en la historia del derecho, que cambió por completo la estructura del campo jurídico.[79] En ese campo jurídico siempre hay un problema de equilibrio entre la competencia específica de los juristas (si se los dejara hacer, harían un derecho racionalizado, cada vez más coherente pero, en la misma medida, apartado de la vida en cierto modo), las exigencias de los principales clientes de los juristas (por ejemplo, desde la Revolución Industrial la burguesía demanda que el derecho sea una herramienta de previsibilidad y calculabilidad, como dice Weber) y, luego, de los demás (cuya presencia, al menos, simboliza el jurado; no creo que la exprese). Como el campo jurídico es uno de los campos de los que menos me he ocupado, lo que digo está más cerca de los discursos escolares de segunda mano que del discurso científico, pero es de Weber (a quien a menudo no se ha leído): la invención del jurado cambió la estructura.
Aquí tenemos una invención del mismo tipo, del tipo del jurado. En comparación con el cuestionario de Proust o la encuesta de Huret (Huret, un periodista de un diario que es el equivalente de Le Figaro de la época, en 1891 va a entrevistar a los escritores),[80] el palmarés de Lire exhibe algo novedoso: nos da la impresión de que efectivamente es un referéndum. Hay una intención objetiva que –como insistí bastante al comienzo de esta clase– no es una intención subjetiva ni siquiera una suma de intenciones subjetivas, donde “intención” debe entenderse en el sentido de voluntad orientada hacia fines explícitamente postulados. Por tanto, no es producto de una intención única de una suerte de conspirador –Bernard Pivot– ni de una intención colectiva de un conjunto de conspiradores que se hayan concertado y hayan dicho: “¿Cómo podemos derribar por fin a esos intelectuales dominantes e imponer la visión periodística de los intelectuales?”. Creo que esta es una de las propiedades de las invenciones sociales. Hay que decir la palabra “invención” para recordar que esto no se da por sentado, que hay rupturas, cortes, cambios.
Por ejemplo, y luego volveré al tema, el Salón de los Rechazados[81] –todos lo hemos escuchado en cursos de historia de la literatura [y del arte]– es una invención histórica formidable que fue extraordinariamente difícil: fue necesario que de verdad los pintores se murieran de hambre durante veinte o treinta años para que esa simple invención fuera posible. Estaban la Academia, las exposiciones de la Academia que se celebraban todos los años y se llamaban “salones”, y se creó el Salón de los Rechazados, el salón de todos aquellos que no habían sido aceptados por el Salón oficial de la Academia. El Salón de los Rechazados es una idea y una palabra, y la gente va a hacer de esta palabra algo que, a continuación, otros percibirán, y dirán entonces “ah, sí, el Salón de los Rechazados”. Muchas veces, los movimientos literarios [y pictóricos] comienzan con un insulto que se convierte en un concepto –según se ha señalado a menudo con respecto a los impresionistas–.[82] Como los historiadores del arte lo olvidan, quieren dar un sentido a los conceptos y, entonces, les cuesta mucho y dicen muchas tonterías. Es muy importante saber que lo que se llama “barroco”, por ejemplo, es una mezcla de insultos de época y categorías profesorales, todo metido en la salsa de la disertación. El “barroco” es idealtípico, no tiene el mismo sentido hablar de él en Viena… Digo una maldad, pero fundada, según podría argumentar.
Así, esta técnica social es una verdadera invención, pero una invención sin sujeto, en el sentido corriente del término, lo cual no quiere decir que no tenga intención, que sea cualquier cosa. Esa es, en el fondo, la paradoja de lo social. Me parece que la visión espontánea del mundo social oscila entre dos visiones: la visión según la cual es lo que sea, el azar, no se sabe demasiado por qué sucede así, etc., y de ahí una forma de pesimismo con respecto a la sociología, lo que Hegel llamaba “ateísmo del mundo moral”,[83] de modo que se supone que el mundo de la naturaleza tiene una razón, y cuando se pasa al mundo social, se dice que es cualquier cosa (yo, desde luego, por profesión, no puedo tener esta visión); y una visión conforme a la cual si hay orden, es porque hay gente que pone orden, que actúa como ordenadora