El sociólogo formulará de inmediato la hipótesis de que, si el descubridor rehabilita esa cosa, es porque, al rehabilitarla, se rehabilita. En otras palabras: se rehabilita el alter ego o, más exactamente, el homólogo, con un campo de diferencia. El célebre prefacio de Lévi-Strauss a Mauss[99] es, por ejemplo, una manera de celebrarse por interpósita persona. Respeta la ley del campo que prohíbe autocelebrarse, ante todo porque está mal y a continuación porque yo lo hago [risas en el auditorio]: uno eufemiza, por medio de un personaje que, por lo demás, uno mismo produce. Como estoy seguro de que alguien lo piensa, más vale que lo diga [risas en el auditorio]: lo hice una vez, en relación con Panofsky. Desde luego, como solo se presta a los ricos, se ponen muchas cosas en Panofsky, con el riesgo de que después nos digan: “Pero usted tomó todo eso de Panofsky”,[100] lo cual es una manera de corregir lo que iba a decir respecto de Lévi-Strauss; es evidente que Lévi-Strauss pone en Mauss muchas cosas que solo estaban en este para él.
Analizar las estrategias de prefacio, rehabilitación, consagración, celebración, los centenarios, los aniversarios, etc., es un trabajo muy largo de hacer. Es posible hacerlo tanto en historia de la filosofía como en historia de la literatura, de la pintura, etc. Los mecanismos universales adoptan simplemente formas específicas según la estructura del campo, las leyes del juego, etc. Así, una verificación de la proposición de que la percepción es siempre una relación es el caso en que hay un objeto por percibir, pero no hay sujeto para percibirlo: el objeto pasará desapercibido, inadvertido, hasta que quienes tienen interés en percibirlo lo perciban.
La palabra “interés” es interesante: “interés en percibir” quiere decir “capacidad de diferenciar”. Decir “eso me da lo mismo” es ser como el asno de Buridan,[101] es no ver, no diferenciar. Entonces, contra los que tienen una lectura reductora de lo que digo acerca de la palabra “interés”, digo que tener interés es fundamentalmente diferenciar (“para mí, no es lo mismo”), lo cual supone categorías que permitan hacer la diacrisis, la división entre esto y aquello. Mientras no cuente con las categorías de lo salado y lo dulce, no podré comprender nada de la cocina de muchas civilizaciones. Carecer del gusto es no diferenciar. De los niños que comen alimentos envasados se dice que “no diferencian los gustos”. No hay duda, los niños van a ser como los periodistas que yo estudio [risas en el auditorio]… Es una muy buena imagen [risas en el auditorio]: carecen del principio de diferenciación entre lo salado y lo dulce. “Tener interés” quiere decir dos cosas: tener ganas y tener una necesidad de diferenciar. La palabra “gusto” es magnífica porque expresa dos cosas: tener gusto es tener una propensión a consumir y al mismo tiempo una capacidad de diferenciar. Esto da fundamento a lo que dije hace un rato: las taxonomías siempre son simultáneamente positivas y normativas. Decir que “el hombre es diferente de la mujer” quiere decir que el hombre es mejor. Jamás puedo decir “esto es diferente de aquello” sin decir que uno es mejor que otro. En términos sociales, es una proposición universal. De ahí la enorme dificultad del discurso sociológico: tan pronto como uno dice “el sistema escolar reproduce”, se entiende “y está bien” o “y está mal”. Por tanto, el juicio de gusto, de preferencia, es un juicio de diferencia, de distinción que, al mismo tiempo, implica un juicio de valor.
La institución de las diferencias
Prolongo un poco el análisis que quería introducir con este ejemplo: los sujetos percipientes contribuyen a hacer la cosa percibida. Si se planteara el problema de las clases, sería lo mismo: los sujetos percipientes contribuyen a hacer las diferencias sociales –“eso es chic/eso no es chic”, “ese es un proleta/ese es un burgués”, “ese es el Balzar[102]/esa es una fonda”–; hacen diferencias y por eso contribuyen a producirlas. Una paradoja del mundo social es que es algo percibido ya percibido, ya constituido, en primer lugar por las percepciones que han podido convertirse en cosas. Las generaciones pasadas diferenciaron, por ejemplo, entre un juez de primera instancia y un juez de paz, y para nosotros esto se convierte en un tipo que tiene tres insignias más o nos hace esperar tres horas más –como en El proceso de Kafka–, que está instituido como diferente. El derecho es una gran institución de instituir diferencias, instituirlas como cosas, en las cosas. Reifica las percepciones. Las diferencias constituidas van acompañadas por actos de diferencia. Las personas diferentes “hacen sentir la diferencia”, como suele decirse, y las personas distantes son distantes, marcan las distancias, las mantienen, no se adaptan a un trato familiar. Pero, como suele decirse, hay que poder permitirse esa diferencia: las personas distantes son precisamente aquellas que están a distancia (si no, son “pretenciosas”). Está la diferencia que es una diferencia simbólica producida por actos simbólicos de diferenciación, pero reificados, naturalizados. Se ha convertido en una cosa: es así, natural. Esa es la parte objetiva, por el lado de la cosa percibida a la cual ya se percibe instituida.
Por el lado del sujeto percipiente, hay categorías de percepción –acerca de esto, voy muy rápido porque si no sería casi interminable– que, en gran parte, son producto de la interiorización de las diferencias objetivas. La diferencia entre lo salado y lo dulce no se inventa, existe en la objetividad. En el caso de la ciencia, habría que reflexionar, por ejemplo, sobre la cantidad de problemas que nunca se habrían planteado si la tradición científica no lo hubiera hecho. ¿Por qué se estudia el tiempo libre sin estudiar la cultura?[103] Hay una institución, el Congreso Mundial de Sociología,[104] donde quienes estudian la cultura están en una sala, quienes estudian el tiempo libre, en otra, quienes estudian la educación, en una tercera. Cada cual tiene sus pequeñas problemáticas y ninguno advierte que el mero hecho de estar en una sala y no en otra impone una problemática y no otra: fronteras sociales se transforman en estructuras mentales. Piensen también en la diferencia entre sociólogos y filósofos y en la cantidad de problemas que, en cierto momento, no pueden plantearse socialmente debido a diferencias instituidas entre las disciplinas. Las disciplinas son nuestra tabla de categorías del entendimiento,[105] lo cual lleva a que no pueda pensarse una multitud de cosas. Indudablemente, cuando se tienen por categorías del pensamiento las estructuras conforme a las cuales se estructura lo que debe pensarse, las cosas caen por su propio peso, encajan, es evidente. Podríamos extendernos durante horas, pero no lo haré.
La producción de los productores
Luego de este excurso por los sujetos percipientes, vuelvo a mi objeto particular; voy a aplicar la maquinita al caso particular. La primera cuestión es preguntarse cómo se producen los productores. Así, vamos a preguntarnos si esas personas son intelectuales-periodistas, periodistas-intelectuales, escritores-periodistas, periodistas-escritores, profesores-periodistas, periodistas-profesores; de dónde salen, cómo han sido producidos. El primer reflejo, cuando se trata de productores culturales, es pensar en la familia. Lo que casi siempre se olvida en la sociología de las obras culturales es el sistema escolar, la institución escolar que las ha producido. Lo que quiero decir no es exactamente lo que se dice cuando se recuerda que Descartes fue alumno de los jesuitas. Digamos que lo transmitido por el sistema escolar es menos importante que lo que este hace al asignar a lugares, al decir “tú eres literario”, “tú eres científico”, “tú estás en C”, “tú estás en D”,[106] lo cual quiere decir no pocas cosas. En otras palabras, el sistema escolar actúa menos por lo que enseña o lo que utiliza como lo que se da en llamar base objetiva de clasificación que por los enclasamientos que produce y los efectos de ese enclasamiento. Hay un efecto de “tú eres esto”, “tú no eres más que un…”, un efecto de fatum, de consagración, efectos de estigmatización (“tú eres bueno/no eres bueno”, “tú eres dotado/no eres dotado”): ¿cuántos filólogos son gente que no aprobó su disertación a los 18 años?
Aquí, en el caso del palmarés, la relación con el sistema escolar de los productores es evidente. Una de las características del medio periodístico es una especie de antiintelectualismo mediocre, larvado. Es una especie de revancha. Los escritores siempre lo dijeron, y en ese sentido hay páginas terribles de Zola: el antiintelectualismo mediocre de las críticas de tipo escolar está ligado a la división del trabajo y la jerarquía objetiva entre profesores y escritores. Lo que Zola dice de los alumnos de la École Normale,[107] su mezcla de arrogancia