Por lo tanto, hay una definición implícita de la sociología que he defendido desde hace dos clases: en ese juego, mi papel no es decir cuál es la verdadera lista (aunque sea obvio que, como todo el mundo, yo también, en cuanto individuo singular, tengo mi verdadera lista, pero no la diré ante ustedes); en cuanto sociólogo, tengo que decir cuál es el juego que tiene por apuesta la verdadera lista y, por tanto, comprender su lógica, cosa que además, de paso, puede cambiar mi visión de la verdadera lista y transformar muy profundamente mi relación con lo que vivo como falsas listas, por ejemplo, al hacerme aceptar con una actitud risueña lo que vivía con una actitud indignada. Esto hace que pueda decir las cosas como las he dicho hasta ahora, de manera completamente seria y al mismo tiempo a veces divertida: “Jugar seriamente”; citamos a Platón[90] (pero por lo general las personas que comentan esto son las menos graciosas. Nos hacen olvidar que pueden decirse cosas muy serias sin dejar de lado la diversión y que el trabajo científico es tremendamente entretenido si uno se las apaña bien. Digo verdaderamente todo, lo cual es una propiedad del profeta [risas]: el profeta es quien dice todo sobre todo, todo sobre el Todo. Una vez por año, en una ocasión excepcional, en Carnaval, se puede decir todo sobre todo, y después se vuelve a las cosas socialmente definidas como serias).
Creo que he respondido a “posmoderno”… No verdaderamente, pero creo que no se trata de una escapatoria hábil de mi parte, porque me parece que la persona que hizo la pregunta, por la manera de formularla, puede producir la respuesta. De paso, quiero hacer un agradecimiento (que es también un llamado): en el intermedio me trajeron un texto magnífico tomado de Le Matin Magazine, “Après Sartre, qui?”. Como ven, ¡no lo inventé yo! El artículo es del 25 de septiembre de 1982 (más o menos en la época en que pasaba lo que conté) y lo firma Cathérine Clément (siempre hay que dar al César… [risas]). Es otro palmarés con intersecciones, amigos comunes, pero lo común prevalece sobre lo diferente porque, desde luego, es una persona que está en el centro del espacio de producción que intento definir.
El modelo del proceso
Querría ahora intentar describir lo que el análisis de ese juego social aporta en lo concerniente a una sociología de la percepción del mundo social –no voy a hacerlo a fondo porque es un tema inmenso–. Hace un rato, muy sucintamente, dije que podía describirse lo que pasa, tanto en la lógica del proceso como en la lógica del mercado, la lógica de la formación de los precios. Aclaro las connotaciones que doy a la palabra “proceso”: pienso en esta palabra tal como la utilizó Kafka, y prolongaré el análisis que hago hoy mediante una suerte de lectura de Kafka, que de ningún modo es una lectura en el sentido literario; consiste en ver en Kafka un modelo del mundo social. Me parece que El proceso puede leerse como la descripción del procedimiento conforme al cual los agentes sociales luchan, en cierto modo, para conocer su identidad: es la búsqueda del tribunal supremo. Esto vuelve posible una lectura sociológica o teológica de El proceso de Kafka: las dos lecturas por las cuales nos matamos no son en modo alguno antagónicas, antinómicas. Si no se ve que la sociedad es teología es solo porque se tiene una idea del todo ingenua del mundo social. Sin embargo, el viejo Durkheim –y esto hacía reír mucho a los comentaristas autorizados– decía: “La sociedad es Dios”.[91] Dicho por él, y como él lo decía, a veces era difícil de admitir, pero creo que la cuestión teológica de Dios se plantea en el mundo social por medio de la pregunta: “¿Quién soy?”, “¿Quién me dirá lo que soy?” Poco a poco, llegada al último análisis, en última instancia, la gente dice: “Es Dios”. Esa es una lectura de Kafka que les propondré.
(Creo que si una serie de cuestiones planteadas por el sociólogo vuelven a encontrarse en otra forma en el lenguaje que llamamos teológico, más vale saberlo si no queremos que la sociología sea teología. Es mi opción, que puede calificarse de cientificista: al dedicarme a la ciencia, mi trabajo es hacer de la sociología una ciencia y no, por descuido, hacer teología, pese a que muchas veces los sociólogos hacen teología sin saberlo. Creo que son cosas relativamente importantes aunque un poco perentorias y rígidas, pero es importante que ustedes sepan por qué digo ciertas cosas: si les asesto un Kafka, acaso piensen que es totalmente descabellado).
Por eso, hay un proceso, un procedimiento durante el cual se constituye un cuerpo de jueces y un procedimiento al término del cual se elabora un veredicto, esto es, veredictum, “lo que se dice verdaderamente”:[92] “¿Quién podrá decir lo que es verdad?”, “¿Quién podrá decir la verdad sobre el mundo social y, por lo tanto, sobre mí en el mundo social?”, “¿Dónde estoy?”, “¿Y quién tiene verdaderamente el derecho a emitir veredictos sobre mí?”, “¿Quién tiene verdaderamente el derecho a decirme lo que verdaderamente soy?”. A decir verdad, hay que volverse ciego para no ver esto en Kafka: esta cuestión reaparece todo el tiempo. Para definir las relaciones entre sociología y literatura, sobre las cuales se hace mucha literatura, podríamos decir que la buena literatura (un juicio más de valor) tiene una virtud que el discurso de pretensiones científicas no puede tener, que es dramatizar un problema. Cuando se trata del mundo social, una de las dificultades de la ciencia es replantear el problema de modo que constituya verdaderamente un problema para la gente, que no sea un croquis, más de lo mismo. Se puede hacer funcionar a Kafka como un problema sociológico dramatizado, es decir, patético, en el sentido de drama, es decir, puesto en acción, que podría representarse en el teatro[93] de modo que uno se identifique (cosas que siempre se han dicho acerca del teatro).
(Hay un modo de comprensión del discurso científico sobre el mundo social que, según creo, es de un tenor distinto al modo de comprensión que puede esperarse de un discurso biológico o matemático: solo se comprende verdaderamente en la medida en que se pueda redramatizar. Siempre cito una frase de Sartre que, con referencia a Marx, a quien leía en su juventud, decía: “Yo comprendía magníficamente todo y no comprendía nada”.[94] Es lo que sucede muy a menudo en la relación pedagógica: si se comprende todo, no se comprende nada. Lo cierto es que la sociología tal como yo la concibo no tolera ser comprendida exclusivamente de manera formal. Mucha gente diría que lo que digo “no es científico” o que “es política”. No, de ningún modo. Me parece que, si queremos tener una actividad productiva en las ciencias sociales en general, no basta con comprender la sociología como teoremas. Es un problema del que no tengo para decir más de lo que ya dije… A veces se me da por sugerir que tendría más para decir para no decir lo que no quiero decir, pero en este caso, no tengo nada más que decir. Les dejo esto para su reflexión).
El modelo del mercado
Hasta aquí el modelo del proceso. Por el lado del modelo del mercado, las cosas son simples: tenemos productos. Esta es una de las ventajas del lenguaje: digo “producto”, “productor”, etc. Cuando Max Weber dice “la Iglesia es la institución que tiene el monopolio de la manipulación legítima de los bienes de salvación”,[95] su proposición puede hacer