En el capítulo 3, “La clase media como lenguaje y los lenguajes de las clases medias en tres ciudades del interior bonaerense”, Gabriel Noel compara analíticamente sus experiencias de trabajo de campo etnográfico en Tandil, Villa Gesell y Verónica (cabecera del partido de Punta Indio). Noel destaca especialmente las disímiles imágenes que los habitantes de estas tres localidades proyectaban sobre ellas y, a su vez, las diferentes formas de identificación entre los habitantes de cada una de las ciudades, según su ubicación en el espacio urbano y situación social. Así, en Tandil en 2003, los habitantes del centro presentaban a la ciudad como un lugar próspero que usualmente se asocia con el estereotipo de la clase media (aunque no fuese nombrada explícitamente), en razón de los niveles y la calidad de los consumos de bienes y servicios o por la seguridad frente al delito que ofrecía. En contraposición, en un barrio popular, Las Tunitas, sus pobladores (considerados “extraños” por los habitantes del centro) se identificaban con una clase media en crisis, empobrecida. A su vez, en Villa Gesell en 2008, los sectores populares urbanos no se concentraban en barrios marginales, sino que eran una presencia significativa en toda la ciudad. “Los notables” (que invocaban una genealogía cuyo origen se remontaba a los “fundadores”) poseían una relativa hegemonía respecto de la representación de la ciudad y se presentaban como “autóctonos”, frente a las acusaciones políticas del gobierno del Frente para la Victoria, que había ganado la intendencia en 2007, según las cuales se trataba de un sector que tenía a la ciudad de rehén para su propio beneficio, condenando a la miseria al resto. Finalmente, en 2014, Noel encuentra que, de acuerdo con los relatos de sus habitantes, Verónica era presentada como un lugar en el que no había segmentaciones o quiebres como los que encontró en Tandil y Villa Gesell (pese a que las asimetrías y diferencias socioeconómicas eran reconocidas), siendo consideradas algo accidental, esto es, personas que atravesaban una “mala situación”. De tal modo, en Verónica las diferencias y desigualdades no responderían a “clases” ni “clases medias”, sino a asuntos fortuitos del dominio de lo individual. De manera relevante, Noel cuestiona tanto los usuales análisis de la clase media basados en estudios de la Ciudad de Buenos Aires y su conurbano proyectados acríticamente al conjunto del país, como el no tener en cuenta las formas de identificación especificas a las que apelan los conjuntos sociales para establecer sus fronteras, las cuales son, como lo ha señalado Philip Furbank, enunciados morales.
“Un campo inesperado de inclusión social: negociaciones identitarias y movilidad socioeconómica en un equipo de triatlón en Santiago del Estero” es el capítulo 4, cuya autora es Sara Kauko. Se trata de un trabajo etnográfico donde pone su atención en un escenario: un gimnasio y su equipo de triatlón. Tal como ella lo presenta, en ese espacio se producía el encuentro entre deportistas considerados de clase media acomodada (“gente bien”, en su mayoría profesionales) y jóvenes provenientes de familias de bajos recursos (“negros”), que suplantaban sus carencias materiales y culturales con destrezas y esfuerzo físico, accediendo a becas para entrenar. Kauko ve en ese “campo deportivo” la posibilidad de analizar el cruce de dos mundos sociales radicalmente distintos, donde la identidad de clase media de unos se ve fortalecida, al tiempo que promueve las aspiraciones y posibilidades de movilidad social de los otros. El mundo del triatlón santiagueño se muestra, así, como un terreno en el que es posible apreciar tanto el papel activo de las jerarquías raciales y clasistas como la posibilidad de que ciertas formas de convivencia y solidaridad puedan emerger. Y, en particular, la difusión de las aspiraciones de ascenso social a través del esfuerzo individual a través del cual salir de la pobreza. El caso resulta particularmente instructivo, ya que revela que las prácticas de distinción de los sectores más favorecidos no solo afirman fronteras sociales que los separan de otros sectores sociales, sino que estos pueden disputarlas no contraponiendo otros valores, sino apropiándose de ellos. Y debido a la lógica misma del campo, pueden hallar allí reconocimiento social.
El interés por el deporte como un campo o escenario social se prolonga en el capítulo 5, “Universitario y de barrio: la construcción de un nosotros de clase media en un club social y deportivo platense”, de Julia Hang. Ella pone su atención en el Club Universitario de la ciudad de La Plata, fundado oficialmente en 1937. A través de un trabajo de campo etnográfico realizado entre 2013 y 2018, Hang muestra cómo una situación de crisis económica del club, que le exigía incrementar sus ingresos y ampliar la masa societaria, llevó a diferentes actores involucrados a (re)definir la identidad institucional. Hang sostiene que en el período estudiado se configuró un nosotros de clase media (de la clase media platense) en el cual se aunaron moralidades heterogéneas y hasta contradictorias. Así, los dirigentes promocionaron al club tanto como un lugar donde fuese posible practicar deportes y, simultáneamente, gozar de un “estilo de vida”, basado en un pasado deportivo glorioso pero con “espíritu barrial”: un lugar de encuentro de la clase media. En el club, sostenían, se preservaban valores “originarios”, como la humildad, lo universitario, el esfuerzo, la mesura y la familia. Pero otros impugnaron estas virtudes morales, calificándolas de “elitistas”. Estas definiciones convivirían de manera compleja con la presentación de la institución con aquellos valores que había estudiado Maristella Svampa en la década de 1990, con el surgimiento de los countries y barrios cerrados: como un espacio donde resultaba posible llevar un “estilo de vida verde y natural”. De tal modo, el requerimiento de un incremento de la masa de socios entraba en tensión con una representación de la institución como un espacio distinguido y exclusivo, que para algunos debía mantenerse, mientras que para otros era necesario disputar.
En el capítulo 6, “La corrupción como categoría clave para pensar la clase media argentina”, Sara Muir postula una interpretación acerca de cómo se conformaron los escenarios políticos recientes en la Argentina, caracterizados por la conflictividad entre opuestos irreconciliables. La autora rechaza la idea de que esto provenga de antiguos antagonismos (es usual atribuirlos a la segunda mitad del siglo XX, o incluso a diferentes momentos del siglo XIX); en su lugar, sostiene que es algo relativamente reciente, que responde a la configuración de la clase media tras la salida de la crisis de inicios del siglo XXI. A tal fin, Muir sostiene que lo que caracteriza a ese sector que se ve como “clase media” es el hecho de que las promesas de prosperidad han sido desmentidas, en razón de la instalación de una convicción: la crisis en la Argentina es una situación rutinaria. Aborda la corrupción etnográficamente, esto es, tratándola como una categoría social que opera en la vida cotidiana, la cual permite a quienes se perciben como miembros de la clase media describir y evaluar prácticas en cuanto “ilícitas”, “inmorales”, “espurias”. Tal categoría, señala, permite a quienes la asumen orientarse frente a las ambigüedades de orden ético-moral con las que deben tratar cotidianamente. La importancia del análisis de Muir es crucial para comprender las interpretaciones