En diálogo o no con este programa de investigación, con mayor, menor o ninguna influencia de él, algunas obras locales han abordado cuestiones que, sin duda, han contribuido al enriquecimiento del campo. Nos referimos a estudios sobre el consumo, la familia y el ámbito doméstico, el género, la moral sexual, el turismo y la vida cotidiana. Tales son los casos de Isabella Cosse (2010), quien problematizó la visión usual que atribuye a la década de 1960 un carácter revolucionario, entre otras cosas, respecto de los mandatos sobre moral sexual y familiar, ofreciendo un panorama más contradictorio y matizado, haciendo foco especial en la relación de la domesticidad con la identidad de la clase media en ascenso, principalmente en Buenos Aires; Elisa Pastoriza (2011) y sus estudios sobre el turismo y su impulso por el primer peronismo, extendiendo estilos de vida y produciendo conflictividad en los usos del espacio;10 el texto de Inés Pérez (2012a) sobre cómo la llegada de la tecnificación al ámbito doméstico influyó en las transformaciones de la familia entre las décadas de 1940 y 1970; el libro de Natalia Milanesio (2014) sobre el papel del Estado durante el primer gobierno peronista para estimular el consumo popular y, así, generar un mercado de consumo moderno; el análisis biográfico de la más célebre cocinera y figura de medios argentina, Petrona Carrizo de Gandulfo (1896-1992), que permitió a Rebekah Pite (2016) articular las dimensiones de etnicidad, clase y género al abordar temas relacionados con la historia de las mujeres en el siglo XX, la cotidianeidad, el consumo y el mundo del trabajo; o la “paradoja de la empleada” y las tensiones entre clase y estatus analizadas en la obra de Graciela Queirolo (2018) sobre la historia de las empleadas administrativas durante la primera mitad del siglo XX (donde cobra relevancia la perspectiva de género). Asimismo se han realizado valiosos aportes en otros campos conexos, como el de las religiosidades y las moralidades (Semán, 1998; Viotti, 2009, 2010; Vargas y Viotti, 2013), las relaciones entre patronas y empleadas de casas particulares (Canevaro, 2013, 2015; Pérez y Canevaro, 2016), las prácticas deportivas y el uso del tiempo de ocio de sectores identificados como de clase media (Rodríguez, 2016; Iuliano, 2013; Hang, 2018) o distintas estrategias y narrativas de movilidad social (Bartolucci, 2009; Da Orden, 2004; Visacovsky, 2010, 2014).
Como señalamos previamente, nuestra intención ha sido centrarnos en aquellos trabajos que han interrogado los procesos de conformación de lo que se conoce como “clase media”, no dando por sentada su existencia como solo un segmento socioeconómico al que se ha predefinido como efecto de una serie de mediciones. Vale la pena insistir en que el enfoque enfatizado aquí no pretende desentenderse de las dimensiones propiamente económicas, de las restricciones y condicionamientos de las acciones y formas de pensar que operan sobre los conjuntos sociales. En su lugar, queremos poner el acento en la naturaleza propiamente social de la clase media, esto es, tipos de acción social multidimensionales que deben comprenderse como parte de los procesos históricos y en las prácticas de la vida cotidiana.
Organización del libro
Como adelantamos, nuestra pretensión es ofrecer a lo largo de los nueve capítulos que conforman este volumen un panorama heterogéneo de los estudios sobre clases medias en nuestro país. Estos capítulos no comparten necesariamente ni un enfoque ni una literatura en común, pero sí son plenamente conscientes de los problemas que presenta el campo de investigación. Por otra parte, como ya hemos indicado, tocan una serie de cuestiones empíricas y temáticas concretas diversas, como el hogar y el espacio doméstico, el mercado inmobiliario, las localizaciones urbanas, el deporte y sus formas de organización institucional, la corrupción, el emprendimiento, las orientaciones políticas o el diseño. Sobre ellos, las autoras y los autores indagan, entre otros aspectos, en los procesos de conformación identitaria, en las moralidades, en la dimensión significativa y los usos lingüísticos, las creencias y la delimitación de fronteras sociales.
En el capítulo 1, “Clase media, género y domesticidad: el hogar como espacio de negociación de las distancias sociales en la Argentina de mediados del siglo XX”, Inés Pérez parte de las lecturas que han buscado trascender las miradas objetivistas, enfocándose en diversos procesos de construcción identitaria. Mas lo hace abandonando parcialmente la esfera pública, tantas veces privilegiada, para centrarse en el espacio doméstico y en los modos en que un modelo de domesticidad definido como “de clase media” fue difundido y apropiado por nuevos sectores gracias, en buena medida, al impulso dado por las políticas públicas del primer peronismo, política inclusiva que estuvo, a su vez, atravesada por diversas desigualdades y exclusiones, lo que facilitó que el consumo de bienes durables, por ejemplo, estuviera también “marcado por búsquedas de distinción de sujetos de distintos sectores sociales que tomaban la domesticidad de clase media como modelo” (nuestro subrayado). Centrándose en el caso de Mar del Plata, Pérez muestra cómo la clave para la búsqueda de la respetabilidad asociada al modelo de familia “de clase media” en el plano del consumo no radicaba solo en la posesión de determinados objetos (muchos de los cuales eran, incluso, publicitados poniendo un fuerte énfasis en su función distintiva, tal el caso de los bienes de consumo durables), sino que también se rodeaban de un discurso moral que distinguía prioridades y sancionaba los modos legítimos y oportunos de su adquisición y su uso. El capítulo plantea, así, el peso de la cultura material hogareña y los modos de significarla, a los fines de la construcción de identidades de clase media, y hace lo propio también con las relaciones establecidas en el espacio del hogar, fundamentalmente aquellas basadas en principios de diferenciación de clase entre mujeres. También revela cómo la figura de la empleada doméstica y las relaciones estructuradas en torno al trabajo doméstico remunerado adquirieron un lugar importante con relación a la construcción de las distancias de clase y, en particular, en la configuración de la identidad de clase media.
En el capítulo 2, “De inquilinos a propietarios: la construcción del mercado de la propiedad horizontal en Buenos Aires, 1947-1970”, Rosa Aboy se centra en la producción social del espacio, rastreando posibles fundamentos materiales de una construcción identitaria diferenciada para las clases medias, identificadas, a su vez, de manera creciente a medida que nos acercamos a la década de 1960 con la sociedad porteña en su conjunto. Muestra cómo la sanción de la Ley de Propiedad Horizontal en 1948 permitió por vez primera en la Argentina combinar los anhelos de “ser