Resumiendo, los estudios inaugurados por Germani constituyen sin lugar a dudas no solo una fuente permanente de consulta, sino a la vez un modelo en cuanto a la importancia decisiva de la investigación empírica, lo cual compartía con los estudios etnográficos mencionados, pero no así con el “ensayo”. Los estudios etnográficos plantearon la relevancia de indagar otras realidades del país, fuera de la Buenos Aires urbana, lo cual constituye un desafío vigente. El “ensayo”, por su parte, llamó la atención respecto de los vínculos posibles entre las perspectivas autodefinidas como “científicas” y las concepciones políticas e ideológicas, una inquietud que exige de cualquier programa científico en ciencias sociales estar alerta.
La clase media reaparece
Durante la década de 1980, junto a la reestructuración de los espacios de investigación en ciencias sociales tras el fin de la última dictadura militar en 1983, recibieron inicialmente mayor atención por parte de las ciencias sociales los sectores más postergados de la sociedad. Pero a partir de la década de 1990, las políticas neoliberales que condujeron al aumento de la pobreza y el desempleo hicieron que la clase media fuese objeto de un renovado interés. Se desarrolló así una línea de estudios focalizados en el deterioro de sus condiciones de vida, mostrando a través de información preponderantemente cuantitativa cómo determinadas fracciones de la llamada clase media urbana se habían pauperizado; entre las razones, estaban el incremento de la desocupación y la subocupación, la reducción de sus ingresos y la propagación de los puestos de trabajo precario e inestable, por lo cual formaron parte de un estrato de pobreza reciente, el de los “nuevos pobres” (Minujin y Kessler, 1995; González Bombal, 2002; Lvovich, 2000; Minujin y Anguita, 2004). Estos trabajos evidenciaron que la tipificación de la Argentina como un país de oportunidades era empíricamente inadecuada: podía existir clase media sin ascenso social y, más aún, con descenso a la pobreza.
Simultáneamente, otros estudios se focalizaron en la emergencia de una fracción de la clase media enriquecida, que adoptó estilos de vida próximos a los estratos altos. Desde aproximaciones predominantemente cualitativas, estos trabajos abordaron la aparición de nuevas formas de residencia (Arizaga, 2000; Svampa, 2001, 2002) y consumo, que expresaban la recepción de objetos y significados globales (Wortman, 2003) que legitimaban determinados estilos de vida (Arizaga, 2004). También se llevaron a cabo estudios sobre el mundo de valores, actitudes y opiniones considerados característicos de la clase media (Sautu, 2001), a partir de la elaboración de datos obtenidos a través de entrevistas estructuradas.
Durante la misma década de 1990, Emanuela Guano (por entonces estudiante doctoral de la Universidad de Texas, Austin, y luego profesora de antropología en la Universidad Estatal de Georgia, Estados Unidos) estudió los efectos de las políticas neoliberales, analizando los movimientos sociales porteños que ella definió como “de clase media”, y que se oponían a las reformas educativas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el gobierno de Carlos Menem. Entre varios aspectos a destacar, Guano (2002, 2003, 2004) mostró cómo los residentes porteños caracterizados como “de clase media” se esforzaron por dar sentido a su propio empobrecimiento negando su derecho a la ciudadanía a los pobres.
La crisis económica y política de inicios del siglo XXI constituyó un período propicio para el desarrollo de trabajos centrados en algunas formas específicas de protesta urbana, tales como los “cacerolazos”, las asambleas vecinales o barriales y los clubes de trueque (González Bombal, 2002; Hintze, 2003). Fue también ocasión para el desarrollo de algunos trabajos con perspectiva de género, tal como lo fue el estudio de las antropólogas Claudia Briones y Marcela Mendoza y un equipo de colaboradores, que se ocuparon de mostrar las respuestas de mujeres caracterizadas como “de clase media urbana” a la crisis a través de observaciones en concentraciones, protestas callejeras, cacerolazos, asambleas barriales y entrevistas, así como fuentes documentales tales como artículos de diarios, revistas, publicaciones académicas y páginas de internet (Briones, Fava y Rosan, 2004; Briones et al., 2003).
Un estudio a destacar para el período 2001-2002 es el de Jon Tevik, por entonces estudiante de la Universidad de Bergen (Noruega), quien realizó un trabajo de campo entre abogados, ingenieros, arquitectos y contadores que, por su nivel socioeconómico, no acusaron un impacto significativo en su situación. Influenciado por el enfoque de Pierre Bourdieu y haciendo foco en la circulación global de bienes y servicios, Tevik (2006, 2009) abordó las prácticas y significados asociados a ciertos consumos de estos sectores que, en una situación de crisis, tenían la propiedad de producir distinción, delimitaciones que afirmaban las diferencias respecto de los sectores populares.
En síntesis, la clase media fue objeto de una atención especial por parte de las ciencias sociales durante los años 90 y los tiempos signados por la crisis socioeconómica de inicios del siglo XXI. Sin embargo, aunque estos estudios han sido sin duda relevantes, no problematizaban la índole histórica y contextual de la categoría misma de clase media, sus condiciones de producción y de uso, su variabilidad. En general, se la consideraba una población predefinida por el investigador a través de criterios estimados como objetivos, desdeñándose el carácter sociocultural de la categoría. Para ello, era indispensable estudiar la naturaleza práctica de la categoría, las perspectivas que los actores ponían en juego y el abordaje de dimensiones poco contempladas hasta entonces, como los gustos y los juicios morales, encarnados en las identidades étnico-nacionales o las apariencias corporales y espaciales.
Las nuevas perspectivas
En el curso de la primera década del presente siglo, se produjo en gran parte de América Latina un proceso de crecimiento económico, el cual permitió a vastos sectores (merced a un incremento sensible de los niveles de ingreso) acceder a bienes y servicios que transformaron significativamente sus estilos de vida. Diversos estudios académicos y organismos como el Banco Mundial caracterizaron este proceso como “crecimiento de la clase media”; lo que resultaba remarcable era que este aumento transformaba profundamente la realidad de países que, históricamente, habían tenido una clara polarización entre ricos y pobres (como Brasil) o que, si bien se habían caracterizado históricamente por una fuerte clase media, también habían sufrido una reducción aguda de esta en la década de 1990. Este último era el caso de la Argentina. Precisamente, tanto desde organizaciones financieras, gobiernos e incluso la academia se impuso la noción de “clase media global”, la cual supone que la pobreza a escala global se ha reducido progresivamente y esa será la tendencia irremediable en el futuro (así, todo estancamiento o retroceso sería visto como transitorio). En suma, que la globalización ha impulsado la incorporación de amplios sectores a los mercados de trabajo, que los ingresos han aumentado significativamente para amplios sectores de la población mundial y, por ende, participan en consumos globales de bienes y servicios, tales como marcas transnacionales de electrónicos, vestimenta, alimentos, informática, turismo, etc. Como se advierte, se trata de una concepción teleológica del desarrollo: determinados países o regiones son considerados modelos a los que otros deben tender. La noción de “clase media global” constituye, pues, una creencia según la cual la mejora de los niveles de vida de la población mundial será