–Estamos escondiendo tutsis detrás del bautisterio –dijo el pastor hutu en un susurro mientras guiaba a la pareja por el pasillo–. El lugar está un poquito abarrotado, como pueden imaginarse, pero pueden quedarse mientras estén a salvo.
Salomón y su esposa se escondieron junto con los otros tutsis por un tiempo. El pastor hutu nunca los delató.
Un día, el pastor se dirigió al escondite y anunció sombríamente:
–Me temo que el santuario de la iglesia ya no es seguro... Tendrán que irse. Pero no se preocupen –sonrió con gracia–. Hice arreglos para ustedes.
El pastor hutu transfirió a los tutsis en secreto a un hotel. Salomón y su esposa fueron ubicados en la habitación 109, donde permanecieron durante varios días mientras había violencia afuera. Entonces, para su consternación, escucharon el temible sonido de una turba hutu que ingresaba al hotel. Los hutus entraron a la fuerza en cada habitación buscando tutsis. Mientras se acercaban, la pareja permanecía en su habitación con la puerta trabada; sabían que si abrían la puerta y corrían tratando de escapar llamarían la atención. Sería peor para ellos afuera.
El caos llegó a la habitación 105, aterrorizando a los tutsis que estaban adentro. Salomón y su esposa resistieron el impulso de contestar a los pedidos de auxilio y los gritos de sus vecinos. Se acurrucaron en una esquina, sabiendo que pronto, luego de que se forzaran cuatro puertas más, sería su turno de morir.
Repentinamente, llegó la milicia y ordenó a la turba que se retirara. La turba obedeció. Otra vez Salomón y su esposa habían salvado su vida.
Finalmente, luego de la intervención externa de los franceses, cesaron las hostilidades, y Salomón y su esposa volvieron a su hogar y a asistir al templo. En una reunión de la iglesia, se enteraron de que los hutus, algunos de ellos adventistas, habían matado a 56 pastores adventistas tutsis. Cada uno de esos pastores había pastoreado a doscientos miembros de Ruanda. En ese momento, Salomón sintió que debía ser un ministro. Si tan solo pudiera ir a los Estados Unidos a estudiar en el seminario teológico y luego regresar a Ruanda... Entonces podía ayudar a reemplazar a alguno de los pastores asesinados en la matanza.
Al pasar el tiempo, se vio que Dios había sido bueno con Salomón y su familia. A pesar de la caída desde el ático, el embarazo de su esposa llegó a término y dio a luz a un hermoso varoncito. Luego Salomón y su familia fueron aceptados como estudiantes en la Universidad de Andrews, y Estados Unidos les concedió asilo político. Esto les permitió conseguir visas de trabajo y así pudieron enviar a su hijo a la Escuela Primaria Ruth Murdoch.
Mirando hacia atrás, Salomón está seguro de que Dios salvó a su familia por lo menos tres veces en Ruanda. Cada mañana Salomón recuerda que él, su esposa y su hijo son milagros vivientes... y todo comenzó con un cuadro de Jesús en la pared de su dormitorio.
Capítulo 4
El examen en sábado de Shahine
Shahine nació en Estambul más o menos en la época en la que Turquía se convirtió en un país. Su madre fue una de las primeras adventistas del séptimo día en lo que una vez fue el Imperio Otomano. Su padre no era adventista: era un cristiano armenio. Los armenios son una minoría cristiana en una región musulmana del mundo. Su padre apoyaba las creencias de su esposa y permitía que Shahine fuera educada como una cristiana adventista.
Cuando Shahine fue a la escuela, debía asistir a clases seis días a la semana: de lunes a sábados. Pero los sábados Shahine quería adorar a Dios como él había enseñado a hacer a su pueblo en la Biblia. Por lo tanto, no asistía a clases los sábados, sino que iba a la iglesia y celebraba las maravillas que Dios había hecho por su pueblo.
Cada lunes, cuando volvía a la escuela, había una nota esperándola en su escritorio diciendo que el director quería hablar con ella.
Como ella tenía una idea bastante clara de por qué quería verla el director, no tenía muchos deseos de hablar con él. Pero, por respeto a su cargo, iba a su oficina de todas maneras. Luego de llamar a la puerta, el director le abría y la hacía pasar. Se sentaba en su escritorio mientras Shahine permanecía de pie cortésmente esperando que él hablara, temiendo lo que escucharía.
–¿Por qué no viniste a la escuela el sábado? –preguntaba el director.
Ella le explicaba sus creencias como adventista del séptimo día, diciéndole que su religión cumplía las enseñanzas tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento.
–Esto significa que reposo el sábado y me uno a los otros creyentes para adorar como Dios instruyó en el cuarto Mandamiento y a través del ejemplo de Jesús. Soy una adventista del séptimo día, así que adoro en sábado, no en domingo como la mayoría de los otros cristianos. El sábado es un día sagrado. Esto significa que el sábado asisto a la iglesia y no realizó ningún trabajo ni estudio –sonreía Shahine.
–¡No te creo! –gritó el director–. ¡Creo que tu ausencia no se debe a un asunto de religión sino a la pereza! Recuerda: es tu responsabilidad asistir a clases. No seas perezosa. Puedes retirarte.
Shahine inclinaba su cabeza respetuosamente y volvía a la clase.
El lunes siguiente, había otra nota en su escritorio y era llamada a la oficina del director otra vez. Esto sucedía semana tras semana hasta que se convirtió en una especie de ritual. Shahine explicaba que había estado en la iglesia, y el director la llamaba perezosa, estúpida y tonta por no asistir a clases.
Un lunes, el director le preguntó:
–¿Puedo escribirte una nota para que tu pastor la firme, absolviéndote de asistir a la iglesia para que puedas asistir a clases?
Shahine contestó:
–Usted no entiende. No se trata de que el pastor me obligue a asistir a la iglesia. Es la enseñanza de la Biblia. Dios quiere que santifiquemos ese día y lo pasemos con él. El pastor no puede eximirme de asistir a la iglesia.
Otro lunes, cuando Shahine entró en la oficina del director, lo encontró sentado detrás de su escritorio con una gran sonrisa en su rostro.
–Nunca adivinarás lo que descubrí esta semana: ¡Me enteré de que el hijo del anciano de tu iglesia asiste a clases los sábados! ¿Por qué tú no puedes hacerlo?
Sorprendida por esta pregunta, Shahine suspiró profundamente. ¿Qué podía decir? Las elecciones del anciano y su hijo le dificultaban las cosas. Inspirando profundamente, contestó:
–No puedo hablar por el anciano de iglesia o por su hijo, por lo que hagan o dejen de hacer. Lo que puedo decir es que tengo que seguir a mi propia conciencia y hacer lo que dice la Biblia. No puedo seguir a otras personas.
El director explotó.
–¡Eres una niña muy tonta!
Durante el resto de la semana, Shahine no se sintió muy feliz, pero el exabrupto del director no alteró sus creencias.
Cuando llegó el siguiente lunes, el director pidió hablar con sus padres. Luego de clases, Shahine le contó a su padre sobre el problema y le preguntó:
–¿Le pido a mamá que vaya?
–No –contestó su padre–. Yo iré a hablar con el director en tu favor.
–¡Gracias! –exclamó Shahine, pensando que sería bueno que su padre armenio explicara sus creencias adventistas.
Al día siguiente, el padre de Shahine fue a la escuela con ella y visitó la oficina del director, y le explicó lo que su esposa y su hija creían.
Finalmente, se aproximaba el día de la graduación. En Turquía,