–Porque, señor, cuando oro cierro mis ojos. Y no los abro otra vez hasta que termino de orar.
El oficial asintió con su cabeza como si entendiera, y terminó el pensamiento:
–Entonces, no puede ver qué sucede mientras ora.
–Correcto, señor. Porque mis ojos están cerrados.
–Bien, ¡descubra quién es! –dijo el comandante–. ¡Es una orden!
–¡Haré lo mejor que pueda!
–¿Cree que puede orar con los ojos abiertos?
–Creo que haré una excepción en este caso, señor.
–Hágalo.
–¡Sí, señor!
–Es una orden. Ore con los ojos abiertos. Volveré mañana. Quiero saber quién lo está alimentando.
–Haré lo mejor que pueda, señor, pero no puedo prometer nada. ¿Y si es mi ángel guardián? En ese caso, no vería nada. Espero que entienda, señor.
–Quiero saber quién está alimentándolo; ¿entiende lo que quiero decir?
–Entiendo, señor.
No habló con tanta confianza como sintió que debería tener. Temía que fuera su ángel guardián, y en ese caso realmente no lo vería.
Al día siguiente, más o menos a las cuatro y media o cinco, su estómago comenzó a hacer ruidos. Pieter se arrodilló en el piso de piedra como era su costumbre. Pero, esta vez hizo algo diferente: no cerró sus ojos para orar.
Mientras estaba orando, vio, por el rabillo del ojo, un gato que llegaba hasta la ventana, se escabullía entre las rejas y saltaba hasta el piso. Se acercaba a él sigilosamente y se apretujaba contra su pierna. En ese momento, Pieter se dio cuenta de que el gato llevaba algo en su boca. No pudo creer lo que vio. Parpadeando, sacudió su cabeza y volvió a mirar para asegurarse de no estar imaginando cosas. Con toda seguridad, sus ojos no lo estaban engañando. ¡Era un trozo de pan!
Paralizado por la sorpresa, Pieter observó cómo el gato dejaba el pan en el piso, daba la vuelta, saltaba hacia la ventana, se escurría entre las rejas y desaparecía.
Maravillado, Pieter oró nuevamente:
–¡Gracias, Señor, por realizar un milagro tan impresionante solamente para mí!
Luego, levantó el pan y se lo comió con ansias.
Al día siguiente vinieron guardias hasta la celda de Pieter y lo llevaron a la oficina del comandante. Una vez allí, Pieter se paró firme, entrechocó sus talones y saludó al oficial.
–¡Descanse, soldado! –ordenó el comandante luego de devolver el saludo.
Pieter obedeció. Yendo directo al grano, el oficial le preguntó:
–¿Sabe quién ha estado alimentándolo?
–¡Sí, señor!
–¡Dígame quién se atreve a hacer una cosa así!
Pieter cambió de pie y miró a un punto detrás de la cabeza del comandante.
–Usted no va a creerme, señor.
–¿Quién es?
–Creo que le resultará difícil creerlo, señor.
–Simplemente, responda.
–Bien, señor.
Pieter respiró profundo.
–Es un gato.
–Explíquese, soldado. Espero que lo haga bien.
–Sí, señor.
Pieter pasó su lengua por su boca, pues estaba seca.
–Cuando ayer me arrodillé a orar, mantuve mis ojos abiertos, aunque no es mi costumbre.
Al hablar, su corazón latía más fuerte de lo normal.
–Mientras estaba orando, un gato llegó hasta la ventana... ¡No podrá creer esto!
–Estoy escuchando, soldado.
–¿Me promete que no se reirá, señor?
–¡Lo prometo! Cuénteme qué sucedió.
–Bien, señor. Mientras estaba orando, un gato llegó a la ventana trayendo un trozo de pan en su boca. Luego de saltar desde la ventana, dejó el trozo de pan a mis pies, luego subió hasta la venta, se escabulló y desapareció, señor.
Pieter estaba tan seguro de que el oficial lo acusaría de mentir que sus manos temblaban. Para su sorpresa, los ojos del oficial se iluminaron y una media sonrisa se dibujó en su rostro. ¿Comenzaría a reírse del soldado?
–Usted ¿me cree? –preguntó Pieter con duda.
–Muchacho, me ha ayudado a aclarar un misterio –respondió el comandante.
–¿Qué misterio, señor?
–¿A qué hora dijo que oraba por comida? ¿Cerca de las cuatro y media o cinco?
–¡Sí, a esa hora, señor! ¿Cómo lo sabe?
–El gato de mi hija se ha comportado en forma muy extraña este mes todos los días a eso de las cuatro y media o cinco de la tarde.
–¿Qué es lo que hace, señor?
–Comienza a maullar de la peor manera y no se detiene hasta que no le damos un trozo de pan. Pero nunca lo come enfrente de nosotros. Toma el pan y desaparece. Supusimos que tenía más hambre de lo habitual o que tenía un lugar secreto en alguna parte. Ahora entiendo: ¡el gato de mi hija ha estado dándole mi pan!
Pieter estaba maravillado y alababa a Dios en su corazón.
–Si el gato de mi hija lo seguirá alimentando todos los días con mi pan –continuó el comandante–, supongo que nunca podré hacerle pasar hambre para lograr que cumpla mis órdenes.
–¡Sí, señor! –estuvo de acuerdo Pieter.
–Es decir que es en vano que lo ponga en confinamiento solitario o que trate de matarlo de hambre hasta que sea sumiso.
–¡Sí, señor!
–No funcionará.
–¡No, señor! Quiero decir: ¡sí, señor!
–Su Dios está tratando de decirme algo. Y eso es que, usted soldado, necesita el sábado libre para adorarlo. ¡Bien, lo tendrá!
–¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! –Pieter saludó nuevamente.
–Es libre. ¡Puede retirarse!
Pieter saludó, entrechocó sus talones y regresó a las barracas.
El comandante cumplió su promesa. Permitió que Pieter adorara a Dios cada sábado mientras estuvo bajo sus órdenes. Y todo sucedió gracias a un Dios poderoso que le pidió a un gato que llevara un trozo de pan a través de la ventana de una celda para alimentar a un soldado fiel que tuvo la valentía de obedecer a Dios en lugar de a un oficial obstinado, sin importar las consecuencias.
Pieter todavía asegura: “Las promesas de Dios son verdaderas. Si crees y actúas por fe, tendrás asegurados tu pan y tu agua. ¡Hasta un gato puede ayudar a proveer para ti!”
Capítulo 3
Salvados por un cuadro en la pared
En Ruanda, un país que se hizo famoso gracias a Dian Fossey y su estudio de los gorilas de montaña, viven dos grupos de personas: los