Este ser el día del Gran Dios y otros relatos Impresionantes sobre el sábado. Stanley Maxwell. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Stanley Maxwell
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877983579
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pudo trabajar ese día. Otra vez permaneció acostado en su cama pensando en Dios.

      El lunes, las heridas de Umie habían sanado lo suficiente como para trabajar. Pero el Dr. Spencer llamó a un oficial de policía local, quien esposó a Umie, lo cargó junto con todas las herramientas del inspector y le ordenó caminar varios kilómetros hasta la cárcel más cercana. El oficial de policía escoltó a Umie con un rifle, para que no escapara. El Dr. Spencer, quien había terminado su inspección, caminaba con ellos.

      Ir a la cárcel no era fácil. Significaba caminar a través de la selva desde el aserradero hasta la ciudad. Sin embargo, todo marchó bien hasta que los tres hombres llegaron hasta un tronco caído sobre un río caudaloso. Umie y el oficial de policía, que eran hijos de la selva, estaban acostumbrados a viajar por ella, y pasaron el obstáculo fácilmente a pesar de las cargas sobre sus hombros.

      Luego fue el turno del Dr. Spencer. Aventuró un par de pasos cautelosos en el tronco cubierto de musgo, se resbaló levemente y recuperó el equilibrio.

      Temeroso de que el siguiente paso del Dr. Spencer fuera desastroso, el oficial de policía apoyó su rifle en el suelo y corrió a través del tronco para ayudar al hombre blanco.

      –¿Qué estás haciendo? –gritó el Dr. Spencer–. ¡Vigila al prisionero! ¡Puede escaparse o tomar el arma y dispararnos!

      Obediente, el oficial de policía volvió rápidamente y continuó vigilando al prisionero.

      El Dr. Spencer llegó bien a la mitad del tronco, pero cuando miró hacia abajo y vio hocicos de cocodrilos en el río entró en pánico y saltó el resto del tronco. Aterrizó en la orilla, pero uno de sus pies se metió en la cueva de un animal, se le torció y se fracturó la pierna. El dolor creció y se hizo intenso.

      –¿Tú querer que yo correr a gran ciudad y traer dos hombres para ayudar? –ofreció el oficial de policía luego de examinar la pierna del inspector.

      –¿Qué? ¿Y dejarme con este criminal? Puede escaparse y matarme.

      El Dr. Spencer apretó sus dientes y atendió su pierna quebrada.

      –¿Tú querer que Umie buscar dos hombres para ayudar? –preguntó el oficial de policía.

      –¿Qué? ¿Enviar a un criminal a la selva para buscar ayuda? ¡Escapará!

      En ese momento, el pequeño leñador se agachó y, a pesar de las esposas que le habían puesto, recogió algunas hojas, se arrodilló al lado del Dr. Spencer y frotó las hojas contra la pierna herida.

      –Él usar hojas para calmar tu dolor grande –explicó el oficial de policía.

      El Dr. Spencer notó que efectivamente el dolor había disminuido un poco.

      –¡Sácale las esposas! –ordenó.

      El oficial obedeció.

      Con sus manos libres, Umie cosechó más hojas y masajeó las piernas del hombre blanco hasta que este sintió alivio. Luego, aunque estaba muy cargado, Umie levantó al inspector sobre sus hombros y lo cargó durante dos horas hasta la ciudad, donde recibió ayuda médica.

      *****

      Años más tarde, meciéndose en su hamaca, el Dr. Spencer le contó esta historia a un colega alemán.

      –En ese momento, yo no era cristiano –concluyó el Dr. Spencer–, aunque había sido criado como tal. Pensé que ese leñador que no trabajaba en el día del Señor y que masajeó mi pierna dos días después de que yo lo golpeara hasta dejarlo sin conocimiento era un cristiano verdadero, si es que alguna vez había visto alguno. Dios puso a ese pequeño leñador en mi camino por una razón. Su ejempló habló más fuerte que un montón de sermones. ¡Ahora atesoro su calidad de cristianismo para mí!

       Alimentado por un gato

      En tiempo de guerra, un joven adventista del séptimo día llamado Pieter fue reclutado para realizar el servicio militar. Dedicado en su deber, cada mañana, se levantaba temprano antes de que cantara el primer gallo, corría alrededor del campamento, lustraba zapatos y hebillas, y hacía distintas flexiones. Durante el resto del día aprendió a marchar y a obedecer órdenes sin pensar. Si el oficial gritaba: “¡Salten, señoritas!”, en lugar de sentirse insultado respondía al instante: “¿A qué altura, señor?” Entonces saltaba vigorosamente en el aire hacia un punto imaginario. Si los hombres luchaban, él luchaba; y si cocinaban, él cocinaba. Las raciones diarias de alimentos desaparecían en instantes y, si era necesario, fregaba los pisos con un cepillo de dientes.

      Todo funcionó razonablemente bien durante los primeros seis días. Pero el viernes, el soldado comenzó a pensar sobre el día siguiente.

      Por lo tanto, fue a visitar a su oficial comandante, quien lo hizo pasar a su oficina amablemente. Lo saludó y, hablando en forma respetuosa, Pieter le dijo:

      –Solicito permiso para hablar, señor.

      Levantando la mirada de su escritorio, el oficial comandante se quitó con cansancio los lentes para leer, los apoyó en la mesa sobre los papeles que estaba leyendo y suspiró.

      –Permiso concedido, soldado. ¿Qué desea?

      Esbozando su mejor sonrisa, Pieter fue directo al grano.

      –¡Señor, solicito tener el día libre mañana, señor!

      La cara del oficial enrojeció.

      –Usted está allí y yo estoy aquí, y cada cosa está en su lugar. Y así es como sabemos lo que hay allí y lo que hay aquí. Cada cosa tiene su lugar. Y cada uno sabe su lugar. Usted ¿sabe su lugar, soldado?

      –¡Sí, señor! –respondió Pieter.

      –¿Seguro lo sabe, soldado?

      El oficial comandante movió su cabeza y se rascó la oreja con su dedo meñique. Luego, exclamó:

      –¿A quién cree que le está pidiendo para tener el día libre mañana?

      –¡Con su permiso, señor! –dijo el soldado a la vez que hacía un breve saludo y entrechocaba sus talones–. Mañana es el día en el que adoro a Dios. Necesito el día libre para estudiar mi Biblia y para orar a Dios.

      Una vena sobresalía en el cuello del oficial mientras miraba al soldado a los ojos y preguntaba:

      –¿Qué quiere decir con “estudiar la Biblia mañana”? ¿Sabe lo que pienso, soldado raso?

      –¡No, señor! ¡No lo sé!

      –Bien, le contaré lo que pienso, soldado Pieter.

      –¿Qué es, señor?

      –Está muy confundido, soldado. ¡Mañana es sábado, no domingo! –entrecerró los ojos–. ¿Piensa que es tan fácil engañarme?

      –¡Oh, no, señor! –exclamó el soldado, todavía parado en posición de firme.

      Saludó, entrechocó los talones y añadió suavemente:

      –Discúlpeme, señor, pero yo creo que Dios quiere que lo adoremos en sábado. La palabra viene del vocablo shabbat, porque eso es lo que dijo Dios en la Biblia cuando escribió el cuarto Mandamiento con su propio dedo.

      –¿Qué, es judío?

      El oficial se inclinó mientras tomaba una taza de café.

      El soldado no quería ser llamado judío y se paralizó involuntariamente mientras un escalofrío corría por su columna vertebral. Era peligroso ser llamado judío, pues su oficial odiaba a los judíos y a menudo los enviaba a la cárcel cuando solicitaban consideraciones especiales, tales como comida kosher.

      –No –dijo el soldado en voz alta–.