Rafael Gutiérrez Girardot, por su parte, hará lo propio en su estudio titulado Modernismo, acotando la reflexión del ensayo al movimiento más representativo y paradigmático: el modernismo hispanoamericano de finales del siglo xix y comienzos del xx, precisamente el periodo histórico del fin de la totalidad de los regímenes coloniales y de la madurez de las primeras generaciones nacidas tras las independencias. Es apegado a este contexto histórico que para Gutiérrez dicho movimiento implicó la “mayoría de edad”46 de la región. Representantes como Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, José Martí, Pedro Henríquez Ureña, Manuel González Prada, Juan Montalvo, José Enrique Rodó y Alfonso Reyes harían del ensayo su instrumento crítico para desmarcarse de las determinaciones que hispanistas e indigenistas legitimaban sobre el Nuevo Mundo, acusando que con aquellas no se hacía justicia al potencial propio de la experiencia particular americana. En el ensayo, los modernistas encuentran que la realidad aparece contradictoria, abierta e indeterminada, señalando así la falsedad del principio de identidad, la fácil y falsa ubicación de América Latina en los esquemas conceptuales existentes y externos al contexto.
El movimiento modernista europeo, en su diversidad es, por supuesto, fuente de inspiración y de constante diálogo para el latinoamericano. El modernismo, a grandes rasgos, expresa y contrapuntea el proceso de racionalización social de la sociedad industrial occidental; se enfrenta a la cada vez más profunda penetración del capitalismo en la vida social y cultural, como proceso de mercantilización de las relaciones sociales. Se caracterizó por ser un arte de oposición, surgido en una sociedad empresarial, resultando ofensivo y escandaloso para una clase media emergente. Esta sociedad reaccionó ante sus obras, tildándolas de “ofensa al buen gusto y al sentido común”,47 dado el ejercicio que los modernistas realizaron de parodia y expresión de todo lo problemático en ella. Este inconformismo intelectual perfiló a los poetas e intelectuales modernistas como aquellos que luchaban contra la sociedad burguesa, siendo conscientes de que la función del arte en la sociedad estaba en declive y que su posición social era cada vez más marginal. Gutiérrez Girardot48 apunta, a propósito de este contexto, que fue la expansión de la presencia de la sociedad burguesa por todo el mundo occidental lo que hizo posible un movimiento como el modernista. Esto es particularmente importante para el movimiento en América Latina, ya que, sin una situación social de este tipo, observa el letrado colombiano que “la recepción de la literatura francesa en el mundo de lengua española y más tarde de otras literaturas europeas como la escandinava o la rusa, sólo hubiera sido una curiosidad o una casualidad extravagante y en todo caso no hubiera suscitado la articulación de expresiones literarias autónomas como los modernismos”.49 La clase burguesa, entonces, hizo posible la literatura moderna y el movimiento modernista; productos de esta que luego se abalanzaron en su contra.
Para el caso específico del modernismo hispanoamericano, el contexto social burgués determinará el movimiento artístico con el matiz fundamental de la incorporación de los motivos del proceso colonial americano en su expresión: rememorar, revitalizar y resignificar el proceso histórico de cara a la inconformidad con el presente de una sociedad civil tendiente al empobrecimiento de la vida social. Se trata de la conflictiva desintegración de la sociedad tradicional, que en América Latina se debe entender como el establecimiento de un “orden neocolonial o, más exactamente, la transición del orden colonial al capitalismo periférico”,50 puntualiza Gutiérrez Girardot. Serán los poetas los primeros que encuentren en el ensayo un procedimiento adecuado para la exploración de su autenticidad y la expresión de esta nueva situación, con un énfasis crítico mucho más temprano que para el caso europeo. Fue la cercanía a la autonomía estética aquello que les permitió una iniciativa que fue ruptura, más que con el proceso histórico que cargaban a sus espaldas, con la condición de colonialidad que de este resultaba. Así lo plantea el letrado colombiano, al señalar la particularidad del ensayo hispanoamericano: a diferencia del ensayo europeo, que comienza con Montaigne y Bacon y que está dirigido a un público cortesano, a una clase dirigente, este es precisamente concebido contra la clase dirigente colonial y neocolonial, en su decadencia pronunciada ya desde finales del siglo xviii. No hay una búsqueda de reflexión moral y dilucidación de la subjetividad, características del joven ensayo europeo, sino un interés por la “interpretación social-histórica de las nuevas Repúblicas independientes y prolegómenos a un programa de acción”.51 Se podría decir que se dio entre los modernistas latinoamericanos, para continuar con lo ya dicho, la manifestación de un inconformismo con el orden conceptual, que se puede rastrear desde Sarmiento y Martí, en el siglo xix, hasta Henríquez Ureña y Reyes en las primeras décadas del xx, con quienes culmina la tradición del ensayo modernista, según apunta Gutiérrez Girardot.52 Lo notable es que la forma del ensayo en América Latina que representaron estos intelectuales, en su ímpetu crítico, defendió una dialéctica entre modernidad y utopía −el anhelo de una modernidad alternativa y mejor− que tiene vigencia hasta hoy, y que es lo que define ese matiz crítico latinoamericano como tal.
El inconformismo modernista no fue ruptura maniquea con el proceso intelectual regional. Baldomero Sanín Cano53 bien señala que la renovación literaria que significó el modernismo como corriente hispanoamericana no fue un cambio de pensamiento con carácter de reacción. La “actitud demoledora”, común a casi todas las renovaciones estéticas, no fue el caso, si bien esto no implicó que dejara de ser un proyecto digno del título de renovador: “Los poetas del grupo estaban demasiado poseídos de su misión para tomar actitudes de lucha”,54 apunta el escritor colombiano. El ensayo como “adensamiento”55 de la experiencia en su forma −la aproximación al objeto de manera constelativa, aditiva y desde mediaciones que bien pueden ser contradictorias, sin por ello ser descartadas− implicó, en la búsqueda de autonomía intelectual latinoamericana, una actitud de reconciliación, de unificación de paradigmas estéticos y de pensamiento; fue la continuidad letrada de un mestizaje ya no reducido a la condición colonial. Es en este sentido que el mexicano Alfonso Reyes, uno de los representantes más importantes del movimiento, habla de la inteligencia americana56 y su capacidad de síntesis de lo diverso, solo por mencionar un caso que desarrollaré más adelante. El filósofo y ensayista chileno Grínor Rojo57 observará, en este sentido, que el movimiento modernista recogió, en muchos de sus intelectuales, la intención de producir un arte de significación nacional y sobre todo regional, que venía desde comienzos del siglo xix. Eric Hobsbawm apuntará al respecto que “Europa no tiene un sentido de unidad comparable, a pesar de los esfuerzos de Bruselas”.58
La génesis del impulso ensayista en la poesía no es menor. Ya es avizor el monumental proyecto poético barroco de Sor Juana Inés de la Cruz, que vincula arte y ciencia, catolicismo novohispano y pensamiento náhuatl precortesiano en la Nueva España. Para la segunda mitad del siglo xix, esta continuidad se entiende como forma específica del “gesto romántico”59 del artista frente a la sociedad burguesa de la época. Es en la autonomía artística