Su postura programática respecto al necesario volcamiento de las fuerzas intelectuales latinoamericanas a “la lucha contra la opresión y el logro de la libertad”128 es anterior a Nuestra América. “El mundo del porvenir debiera ser, en consecuencia, profetiza Martí, un mundo igualitario, un mundo de posibilidades espléndidas que acabarán por ofrecerse las mismas para todos y todas”,129 apunta el filósofo chileno del motivo recurrente e incluso fundacional de su trabajo. Lo hará en el vaivén entre el patriotismo cubano y el nuestroamericanismo unificador de la región, como se puede apreciar en su actividad de 1889: en su publicación del 25 de marzo en el periódico The Evening Post, de Nueva York, titulada “Vindicación de Cuba”, como réplica a un artículo, ofensivo para Cuba, publicado el 16 del mismo mes en The Manufacturer, de Filadelfia, y en su discurso titulado “Madre América”, del 19 de septiembre en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en el marco de la visita a Cuba de algunos delegados de la Conferencia Internacional Americana, respectivamente. En su escrito patriótico “Vindicación de Cuba”, Martí despliega para la ocasión su constante “crítica de la vida histórica concreta”,130 al juzgar el texto de The Manufacturer por estar lleno de prejuicios destinados a justificar la anexión de la isla de Cuba a los Estados Unidos, ante la supuesta “minoría de edad” de sus habitantes, incapaces de valerse por sí mismos. Martí replica defendiendo la dignidad de sus connacionales −“Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter”−,131 apelando a la prueba histórica, a todo aquello que ha sobrellevado Cuba, las guerras soportadas y el éxito de algunos que migran al país del norte, argumentos a favor de su “mayoría de edad”, valentía y futuro:
La pasión por la libertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia.132
En “Madre América”, su discurso por la integración y amistad incorruptible de la región, el cubano apela ya al “americano nuevo”133 que nace de la convulsionada historia regional. Yendo “con Bolívar de un brazo y Herbert Spencer de otro”,134 el “americano nuevo” se forma y articula personajes y sucesos de México, los Andes y el Caribe en la genealogía histórica que determinan su biografía y experiencia del mundo. Identifica próceres y eventos fundacionales, y trasciende la marca colonial, valorando lo construido sobre la inherente destructividad que la caracteriza: “¡Y todo ese veneno lo hemos trocado en savia! Nunca, de tanta oposición y desdicha, nació un pueblo más precoz, más generoso, más firme. Sentina fuimos, y crisol comenzamos a ser. Sobre las hidras, fundamos. Las picas de Alvarado, las hemos echado abajo con nuestros ferrocarriles. En las plazas donde se quemaba a los herejes, hemos levantado bibliotecas. Tantas escuelas tenemos como familiares del Santo Oficio tuvimos antes. Lo que no hemos hecho, es porque no hemos tenido tiempo para hacerlo, por andar ocupados en arrancarnos de la sangre las impurezas que nos legaron nuestros padres”.135
La modestia irónica del ensayismo modernista tiene otro momento de cénit al final del movimiento, con Alfonso Reyes, cuando en Notas sobre la inteligencia americana plantea que la inteligencia americana tiene como consigna “la improvisación”.136 La improvisación da cuenta de la conciencia de lo no acabado, de asumir la mediación conceptual de la particularidad americana como un proyecto con sentido utópico que pasa por el esfuerzo del pensamiento particular de sus intelectuales. El gesto de humildad es tanto su propia concepción de la labor ensayística que representa como la reflexión posible sobre América Latina que sugiere. En El presagio de América, Reyes hace explícita esta conciencia de improvisación, propia de la forma del ensayo de que se sabe portador, al advertirle al lector sobre la ambición de su trabajo: “Las páginas que aquí recojo adolecen seguramente de algunas deficiencias de información, a la luz de investigaciones posteriores, y ni siquiera aprovechan todos los datos disponibles en el día que fueron escritas. Pero ni tenía objeto entretenerse en la reiteración de datos que transforman en investigación erudita lo que sólo pretende ser una sugestión sobre el sentido de los hechos, ni tenía objeto absorber las nuevas noticias si, como creo, la tesis principal se mantiene. Además, el que pretende decir siempre la última palabra, cuando la conversación no tiene fin, corre el riesgo de quedarse callado”.137
La imagen de América que se plasma en su escritura se corresponde con esta intención. La capacidad de síntesis cultural a que se refiere el mexicano138 como propia y única de América Latina, por su “escenario”139 y su “coro”140 particulares, es “un nuevo punto de partida”141 y no uno de llegada donde todo está ya definido; todo queda abierto y la promesa se plasma en el ensayo, ámbito por excelencia de lo inconcluso. El juicio de Reyes es que América Latina parece “singularmente dotada” para realizar esta síntesis, encontrando un punto de vista distinto al europeo sobre la realidad. América no es pensada desde esta lectura crítica como si su misión fuera realizar la modernidad europea, sino que el desafío es, a partir de lo incompleto del humanismo de aquellos, propiciarse su propia modernidad. En Reyes se da continuidad al virtuosismo enciclopedista mexicano del que es paradigma el intelectual novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora, y, si Justo Sierra hace lo suyo como promotor de la Universidad Nacional de México, el autor de las Notas sobre la inteligencia americana corresponde con la presidencia de La Casa de España y la posterior fundación del Colegio de México. Su figura como hombre de letras con aspiraciones ambiciosas implicará que su afinidad ensayística recogerá diversos ejes y transgredirá sus purezas o cerramientos, evitando las ingenuas aproximaciones deshistorizadas que no logran asimilar la convergencia, en lo americano, de registros radicalmente ajenos. El adensamiento propio de la forma del ensayo es con él ejemplar.
No es fortuita la sintonía entre la concepción de la modernidad particular americana de Reyes con aquella de su connacional José Vasconcelos142 de la raza cósmica, con quien comparte también el liderazgo del proyecto educativo mexicano posterior a la revolución que abre el sigo xx. En ambos parece haber una tensión que se imprime en su escritura, entre una concepción de la América mestiza que se inclina hacia el reconocimiento histórico de la diferencia y la particularidad americana, y otra que pareciera sugerir más bien una necesidad lógica de la historia, que ubica la región como el eslabón esencial hacia una “nueva raza síntesis, la quinta raza futura”.143 Afirmaciones animosas de Reyes, como la de que “somos una raza de síntesis humana. Somos el verdadero saldo histórico”,144 en el ensayo Valor de la literatura hispanoamericana, de 1941, se alinean con el motivo de Vasconcelos, que es tan famoso y, como el trabajo de Reyes, ejemplar del nacionalismo intelectual exaltador del mestizaje de las primeras décadas del siglo xx mexicano: “Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa, se ha convertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar lo mismo que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. Es claro que el predominio del blanco será también temporal, pero su misión es diferente de la de sus predecesores; su misión es servir de puente”.145
Pese a su esquematismo y dependencia de una linealidad evolucionista, la empresa intelectual de Vasconcelos es humanista: “La quinta raza no excluye, acapara vida”.146 El mestizaje americano como el logro de una cultura “abierta” en sus códigos constitutivos es propio del cosmopolitismo intelectual de esta generación asuntiva, una actualización de la dialéctica entre el patriotismo y el espíritu unificador regional de Martí. David Brading llama la atención sobre la inclinación