Volviendo a Occidente, con el transcurso de los siglos la historia de la apnea se entrelaza de manera indisoluble con la del submarinismo: el hombre ha buscado siempre superar el límite de la propia respiración con el auxilio de la técnica. La evolución tecnológica ha puesto a disposición de los interesados instrumentos cada vez más perfectos y eficaces que permiten una inmersión más larga en los fondos marinos.
Ya Leonardo Da Vinci (1452-1519) realizó dibujos que ilustraban un equipo submarino rudimentario: un tubo, casi idéntico al que se usa actualmente, guantes palmiformes y una extrañísima escafandra que recuerda extraordinariamente al moderno equipo autónomo de respiración. En los siglos siguientes, la carrera tecnológica dejó a la apnea en la sombra. Habrá que esperar hasta el inicio del siglo XX para ver de nuevo en escena a los apneístas.
Antes de llegar a nuestros días, cuando un gran número de personas se sumergen en el agua en condiciones de gran seguridad, consideramos un deber recorrer la historia de la inmersión profunda en apnea y, por tanto, de los récords modernos.
Grabado alemán de 1555 conocido como El asaltante subacuático. El soldado que nada está provisto de un salvavidas similar al proyectado por Leonardo da Vinci.
LA HISTORIA DE LOS RÉCORDS: EL PRIMERO FUE UN PESCADOR GRIEGO
Para revivir los albores de la apnea profunda tenemos que mirar muy atrás en el tiempo. El escenario es el Mar Egeo, la isla griega de Simi. El protagonista es un hombre, el pescador de esponjas Haggi Statti. En aquel momento no habría pensado que su nombre iba a ser legendario en la historia de la apnea. Estamos en 1913, y Haggi Statti tiene 35 años cuando se presenta a bordo de la nave de la Real Marina Militar italiana Regina Margherita, anclada en la Bahía de Picadia, en la isla de Karpazos, para recuperar su ancla, hundida en un fondo de cerca de 75 m. En compensación pide una pequeña cantidad de dinero y el permiso para poder pescar con explosivo, terrible práctica devastadora del fondo marino.
Los médicos de la nave, y en particular, el oficial médico responsable, Giuseppe Musengo, se muestran bastante incrédulos sobre las capacidades reales de este hombre. De hecho, no tiene las características físicas de un tipo superdotado físicamente. Statto mide 175 cm y es de cuerpo huesudo y flaco, con unos 60 kg de peso, musculatura grácil, frecuencia cardíaca elevada (entre 80 y 90 pulsaciones por minuto), y tiene un enfisema en la parte inferior de los pulmones, una función auditiva reducida por la perforación de un tímpano y la falta absoluta del otro. Pero lo que más sorprende es su incapacidad para mantener la respiración fuera del agua durante más de un minuto. Aún así, los lugareños aseguran que Haggi Statti puede aguantar bajo el agua incluso siete minutos sin respirar, y que ha llegado varias veces a la profundidad de 100 m, haciéndose arrastrar por una piedra fijada a un cabo por el que luego regresa ayudándose con los brazos. Al final, Statti sorprende a todos. Después de algunos días de búsqueda en un fondo de profundidad comprendida entre los 60 y 80 m, recupera el ancla de la Regina Margherita desde una profundidad de 76 m, después de una inmersión de casi 3 minutos.
Haggi Statti, pescador de esponjas griego, consiguió recuperar en 1913 el ancla de la nave Regina Margherita de la Real Marina Militar Italiana, a –76 m, con una apnea de aproximadamente 3 minutos.
Todos los testimonios, así como los escrupulosos informes médicos y de a bordo sobre la autenticidad de este hecho se encuentran disponibles en el Archivo Histórico de la Marina Militar Italiana en Roma. Estupefacto y admirado, el doctor Musengo escribe: «Statti regresa en pleno vigor de sus facultades físicas después de cada inmersión; tal hecho lo corrobora el modo en que sube a la barca, sin ayuda, y en cómo menea la cabeza para sacudirse el agua de la nariz y las orejas. Ha sostenido haber bajado a 110 m de profundidad, con capacidad para resistir a –30 m cerca de 7 minutos».
En 1912, un año antes de que Haggi efectuase esta empresa, nacía en Hungría el hombre que, nacionalizado italiano, establecería el primer récord de inmersión en apnea: Raimondo Bucher. En 1949, cuando anunció que llevaría consigo a 30 m de profundidad un pergamino cerrado en un cilindro estanco, y que lo entregaría a un submarinista que lo esperaba en el fondo fangoso de la bahía de Nápoles como si de un testigo se tratase, los doctos científicos sentenciaron que ese loco capitán de la Aeronáutica Militar moriría aplastado por la presión. En aquellos años, para la medicina oficial, las variaciones fisiológicas ligadas a la profundidad de la inmersión en apnea estaban brutalmente reguladas por la ley de Boyle-Mariotte (p·v=K, el volumen de un gas es inversamente proporcional a la presión ejercida sobre dicho gas). No se conocía todavía el fenómeno del blood-shift, o hemocompensación pulmonar: el aire presente en los pulmones, que es compresible, es sustituido por un líquido, en este caso específico la sangre, que no se comprime con la presión (del fenómeno blood-shift hablaremos con mayor amplitud en el Capítulo 3).
Cuando, en 1949, Raimondo Bucher llevó consigo hasta el fondo del mar, a 30 metros de profundidad, un pergamino cerrado en un cilindro estanco, se convirtió en el hombre más «profundo» del mundo.
La apuesta de Bucher
No obstante, Bucher intentó la empresa y se convirtió en el hombre más «profundo» del mundo. Más tarde confesaría que descendió a aquella cota por una apuesta estipulada con el propio submarinista napolitano que lo esperaba en el fondo: ganó 50.000 liras, que en 1949 constituían una cifra considerable.
Bucher abrió el camino a un largo sucederse de récords en peso variable absoluto, donde la máxima profundidad se alcanza con la ayuda de un lastre, sin ningún límite de peso. La superficie puede ser recuperada con el auxilio de un globo. Bucher siguió siendo el hombre más «profundo» del mundo durante dos años, hasta 1951 cuando Ennio Falco y Alberto Novelli, otra vez en Nápoles, bajaron a –35 m. Bucher esperó un año y en 1952, en Capri, reconquistó el récord con –39 m.
En este período se construyeron las primeras escafandras submarinas para cámaras de cine y la llegada de Bucher a –39 m constituye el primer récord documentado con imágenes. Resulta muy interesante un detalle del equipo de Raimondo Bucher: el tubo consistía en un pedazo de tubería de gas. Las gafas eran rudimentarias, el volumen interno era notable y los primeros problemas de compensación se presentaban ya en torno a los 10 m. Por no hablar de las aletas, hechas de goma muy blanda; el impulso que imprimían era ridículo. Además, también la dimensión de la pala era reducida; existen imágenes de la época en las que se ve al apneísta nadando con aletas apenas algo mayores que sus pies.
El record de Santarelli
En el año 1956 vuelven a la carga Falco y Novelli, que establecen en Rapallo el nuevo récord mundial, con –41 m. Luego viene un intervalo de cuatro años hasta recibir desde Brasil la noticia de Americo Santarelli, que descendió en Río de Janeiro a –43. El 1960 es su año de victorias: Santarelli visita Italia y en las aguas del Circeo toca la cota de –44.
Poco después, en Siracusa, Enzo Maiorca, el hombre que habría de dominar la historia de la apnea en los treinta años siguientes, baja a –45 m. Americo Santarelli se desplaza a Santa Margherita, en Liguria, y alcanza los –46 m. Maiorca, nada impresionado, pone tres metros entre él y el