Curso de apnea (Bicolor). Umberto Pelizzari. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Umberto Pelizzari
Издательство: Bookwire
Серия: Submarinismo
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788499108759
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«purpurígena» del Murex brandaris o del Bolinus brandaris, moluscos gasterópodos muy comunes en el Mediterráneo que, obviamente, sólo podían pescarse en inmersión. La práctica de la apnea, sin duda, formaba parte de la vida cotidiana de las poblaciones del Mediterráneo y queda testimoniada también por numerosos mitos y leyendas llegados hasta nuestros días.

      Glauco, el «verde marino»

      La figura mitológica más cercana a un apneísta ante litteram es probablemente la de Glauco, el «verde marino». El mito de Glauco pertenece a la civilización minoica que, surgida en la isla de Creta, alcanzó su máximo esplendor entre el 2000 y el 1570 a. C., extendiendo su poder comercial y militar sobre una amplia franja del Mediterráneo.

      En el mito minoico, Glauco era hijo de Minos, rey de Creta, y de Pasífae, «aquella que todo ilumina». De niño cayó en una vasija de miel y se ahogó. Después Poliido, el adivino, lo devolvió a la vida gracias a una planta mágica. La leyenda llegó a Grecia, pero con la tradición la historia cambió radicalmente: Glauco se convirtió en un pescador transformado en dios marino por virtud de una hierba mágica que tenía el poder de hacer resucitar a los peces. Desde su morada en Delos, cada año visitaba los puertos de Grecia y pronunciaba esperados oráculos para la gente de mar. Varias y desafortunadas fueron sus historias de amor. Enamorado de la ninfa Escila, se encomendó a la poderosa hechicera Circe para que lo ayudara. Fue un grave error; Circe, enamorada a su vez de Glauco, transformó a Escila en un monstruo. Intentó conquistar a Ariadna, abandonada por Teseo en la isla de Naxos, pero le fue sustraída por Dioniso…

      La figura del dios marino se encuentra en muchas célebres obras literarias: en las Metamorfosis de Ovidio, en Dante, que la recuerda en el Paraíso (canto I, 68), y, en época más reciente, ha sido contada por Luigi Ercole Morselli en la tragedia Glauco, y citada por Gabriele D’Annunzio en el Alcyone. Cada artista ha representado a Glauco según la sensibilidad de su época, pero seguramente a todos ha fascinado como ninguno el hombre que puede vivir bajo el agua.

      La representación visual más segura del dios es la de un mosaico conservado en el «Gabinete de medallas» de París, en el cual aparece la figura de un centauro marino, expresamente señalada con el nombre de Glauco. En la iconografía es frecuente que se confunda con Proteo y los Tritones. Por ello no puede asegurarse que sea de Glauco, el colosal busto del Vaticano, que representa a un dios marino de tupida barba. Pero la figura de Glauco es curiosa también porque en otra versión del mito, éste muere en el agua. Se narra que Poseidón, el dios del mar, quedó tan admirado de una excepcional inmersión suya que no lo devolvió a la superficie para acogerlo en su corte, entre las náyades y las sirenas. Cuando el cuerpo de Glauco emergió estaba cubierto de algas y conchas, y su barba había adquirido el color del mar.

       Imagen de un pescador, de una pintura mural minoica encontrada en la isla de Tera, del siglo XVI a. C.

      Del mito, a la historia

      Si la representación artística de Glauco es hija del mito, aquélla que puede verse en un bajorrelieve babilonio de 1885 a. C. está, en cambio, extraída de la realidad cotidiana de los pescadores de la época: en la imagen está representado un hombre bajo el agua que respira por un odre colgado del pecho, a través de un tubo que sujeta fuertemente entre los labios. El del relieve babilonio es sólo uno de los tantos «protosub» heredados de los antiguos.

      El historiador griego Herodoto, en la narración de la guerra contra los persas, describe cómo en 480 a. C., en una noche oscura, el pescador Escila y su hija Cyana, nadando bajo el agua, cortaron los cabos de anclaje de la flota persa que asediaba Atenas, y destruyeron así las naves del rey persa Jerjes que, empujadas por el mistral, se estrellaron contra la escollera. Otro historiador ateniense, Tucídides, cuenta que en 415 a. C., durante el asedio de Siracusa por parte de los atenienses, algunos buzos fueron a cortar los palos antidesembarco de los siracusanos. También el filósofo Aristóteles relata una empresa análoga efectuada por buceadores griegos que destruyeron las defensas del puerto de Tiro, y precisa que estos antecesores de los modernos submarinistas usaban la “lebeta”, una suerte de tubo conectado a una vasija sellada para permanecer más tiempo bajo el agua. Aristóteles, observador atento de los fenómenos naturales, habla además de los problemas más comunes que, ya entonces, padecían los buceadores (dolores de oídos, sangre en la nariz, etc.), e incluso hace alusión a «una marmita volteada y llena de aire, que permanece estanca, y en la cual el hombre mantiene la cabeza». Otra leyenda tiene por protagonista al alumno más célebre de Aristóteles, el rey macedonio Alejandro Magno. Se cuenta que Alejandro decidió desafiar al fondo marino, y de este modo se convirtió en el primer hombre en la historia que se hizo hundir encerrado en una especie de barril de cristal confeccionado a medida. La fábula cuenta que una vez devuelto a la superficie, Alejandro Magno sostuvo haber visto un monstruo desfilar por los alrededores durante tres días y tres noches.

      Los urinatores

      En época romana, en el siglo IV a. C., se instituyó un cuerpo de verdaderos commandos subacuáticos llamados urinatores, del verbo del latín arcaico que significa «ir bajo el agua», que tenía diversas tareas asignadas que preveían, aparte de la recuperación de anclas encalladas, el forzamiento de barreras, la defensa submarina e, incluso, acciones de guerra sumergidas.

      A propósito de los urinatores, una historia transmitida oralmente se desarrolla en la isla de Mozia (hoy isla de San Pantaleón), último baluarte de la conquista púnica de Sicilia. Mozia, circundada por un brazo de mar llamado «estanque grande» de relativo bajo fondo, estaba bien defendida por trece trirremos cartagineses que los romanos trataban de asaltar desde tierra a base de catapultas. A cada asalto, los trirremos levantaban las anclas y ganaban el mar abierto a través de un estrecho en la extremidad este de la ensenada, lo cual tornaba así vana cada tentativa belicosa del ejército romano. La historia anduvo así por mucho tiempo y de esa manera Mozia resistió a cada asedio, hasta que un cuerpo de urinatores consiguió, trabajando sólo de noche, colocar grandes palos puntiagudos en el fondo del estrecho; contra estos palos encallaron los trirremos cartagineses, que se dice fueron hundidos y sepultados por el fango que recubre el fondo de este pasaje del mar. Recientemente, un submarinista, después de una fuerte marejada, avistó uno; recuperado por completo, hoy se expone en una escuela de Marsala.

      Cleopatra, última reina de Egipto (69-30 a. C.), pagó a dos buceadores para gastar una broma pesada a su huésped, y enamorado, Marco Antonio, aficionado a la pesca con caña. Nadando bajo el agua y siguiendo precisas órdenes de la emperatriz, colgaron al anzuelo de la caña de Marco Antonio un pescado de agua salada...

      El historiador Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.) nos ha dejado testimonio del reinado del macedonio Perseo (212-166 a. C.), cuyos buzos recuperaron valiosos tesoros naufragados. Incluso en Rodas, la ley reconocía a los rescatadores una cuota del valor de los objetos y otra de riesgo: a quien bajaba 16 cúbitos de profundidad (poco más de 7 metros) le correspondía la mitad de la carga recuperada.

      Si en las culturas del Mediterráneo son hoy bien visibles las trazas de la práctica de la apnea en épocas remotas (basta ir a un pueblo de pescadores de esponjas griego para encontrar los antiguos gestos y ritmos de trabajo), no se debe olvidar que esta técnica de inmersión ha sido y es practicada en todas las latitudes. El mundo es grande y el mar lo es todavía más; infinitos son las islas y los pueblos que del contacto con el mar han encontrado su razón de vida, motivo de sustento, posibilidad de estudio. Los primeros entre todos son los pescadores de los atolones polinesios, aunque también los pescadores de perlas indios, yemeníes y del Golfo Pérsico. Por su parte, las crónicas españolas de la Conquista de América cuentan la extraordinaria capacidad de los autóctonos de las Antillas, demostrada en casos de naufragio y en los sucesivos rescates de los galeones hundidos.

      Las ama

      Despunta, todavía hoy, la experiencia de las ama japonesas y coreanas que desde hace más de dos mil años se ganan la vida con el mismo método de pesca. Son sólo mujeres, divididas en tres clases