ARCHIBALD SYMSON [1564-1628]
“A Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623
¿Hasta cuándo? Así como los santos en el cielo tienen su propio usque quo: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de manos de los que moran en la tierra?”;31 también los santos en la tierra tienen su usque quo: ¿Hasta cuándo, Señor, no levantarás la ejecución de este juicio sobre nosotros? Pues nuestras oraciones apelativas no son de obligado cumplimiento para Dios, ni son siquiera orientativas, no le dicen qué camino debe seguir, ni alteran sus tiempos; sino que, como sucede con nuestras oraciones peticionarias, están sometidas a la voluntad de Dios y han de tener en ellas ese ingrediente indispensable, esa hierba de la gracia, que Cristo incluyó en su propia oración, el veruntamen, “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”;32 y han de tener ese otro ingrediente que Cristo añade a nuestra oración modelo: fiat voluntas, “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.33 En el cielo no hay resistencia alguna a la voluntad divina; en cambio, lo que sí hay es una solicitud, un apremio, un ansia de aceleración de la ejecución del juicio y la gloria de la resurrección. Por tanto, a pesar de que no nos es dado evitar aquí en la tierra sus reprensiones y correcciones, sí podemos humildemente presentar ante Dios nuestros sentimientos relativos a su descontento con nosotros, ya que es precisamente este sentido de aprehensión de sus reprensiones una de las razones principales por las que nos las envía. Nos corrige para que desarrollemos un sentido de sensibilidad ante sus reprensiones; para que cuando seamos humillados bajo su mano, digamos con el profeta: “Habré de soportar la ira de Jehová, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y me haga justicia”;34 y entonces es posible que diga a su ángel reprensor, como dijo a su ángel destructor, “Basta ahora; detén tu mano”;35 y puede que quiebre la vara, igual que en aquella ocasión envainó la espada.36
JOHN DONNE [1573-1631]
“Sermons preached upon the Penitential Psalms”
Vers. 4. Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia. [Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia. RVR] [Vuélvete, Señor, rescata mi alma; sálvame por tu misericordia. LBLA] [Vuélvete YHVH, y rescata mi alma, sálvame por tu misericordia. BTX] [Vuélvete, Señor, y sálvame la vida; por tu gran amor, ¡ponme a salvo! NVI] Mírame, Señor, y ponme a salvo; que tu amor me libre de la muerte. BLP] [Vuelve, oh Señor, y rescátame; por tu amor inagotable, sálvame. NTV]
Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma.37 En tanto que la causa principal de sus miserias y agonías era la ausencia de Dios, entiende que únicamente su retorno sería suficiente para resolver su problema.38
Sálvame por tu misericordia. Sabía muy bien dónde buscar ayuda y cual era el brazo del que debía asirse. No se agarra de la mano izquierda de Dios, la de la justicia; sino a la derecha de misericordia. Conocía su maldad demasiado bien como para pensar en méritos propios, o apelar a cualquier otra cosa fuera de la gracia de Dios, y exclama: “por tu misericordia”. ¡Que alegato tan extraordinario! ¡Y cuan certero para prevalecer ante Dios! Pues si apelamos a su justicia, ¿qué podremos alegar? Pero nos aferramos a su misericordia siempre, a pesar de la inmensidad de nuestra culpa, nos queda el recurso de clamar: “Sálvame por tu misericordia”.
Observemos la frecuencia con que David apela aquí al nombre de Jehová: cinco veces en cuatro versículos. ¿Acaso no es una demostración de que ese nombre glorioso emana consuelo para el santo cuando es tentado? Eterno, infinito, inmutable, que existe por sí mismo, todos son atributos vinculados al nombre de Jehová, y todos rebosan consuelo para el creyente.
C.H. SPURGEON
Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma. En este, digamos, asedio que hace el salmista a Dios para lograr su propósito, vemos que va estrechando el cerco. Comienza el salmo con una oración apelativa: no pide, tan solo ruega que Dios no haga nada: “no me reprendas… ni me castigues”. Al rey le cuesta menos otorgar perdón que conceder una pensión; menos dar una reprimenda que otorgar perdón; y menos aún hacer la vista gorda no sacando el tema a relucir; esto último es lo más fácil y menos costoso. Como el matemático que afirmó que podría mover el mundo con una palanca si conseguía un punto de apoyo;39 así es también con la oración: cuando una petición encuentra su punto de apoyo en Dios, prevalece con Dios, mueve a Dios y con ello todas las demás cosas. Así pues, David, habiendo logrado su punto de apoyo estrecha más el cerco pasando de la oración apelativa a la oración postulante: ya no se conforma con que Dios no proceda en su contra, que no le reprenda con ira o le castigue con furor; da un paso más, ahora pide abiertamente que proceda en su favor: “libra mi alma”. Dios le había consentido contemplar los “secretos del imperio”,40 los secretos de cómo gobierna el universo:41 lo gobierna en base a precedentes. Pero ¿qué precedentes? No los precedentes de sus predecesores, pues no tiene predecesores;42 no los precedentes de otros dioses, porque no hay otros dioses fuera de él;43 y no obstante, se guía por precedentes. ¿Qué precedentes? Los suyos propios, se guía por cómo ha procedido anteriormente:44 habenti dat,45 al que ya ha recibido le da aún más. Y está siempre dispuesto a ceder y conceder, cuando la palanca de la oración lo presiona apoyada en cómo él ha procedido anteriormente. Pues aunque en él, obrar el bien no tiene otro propósito que aprender a obrarlo cada vez más y mejor, sigue obrándolo bajo su propio patrón, y no deja pasar un solo día sin trazar una línea,46 sin crear algo nuevo a nuestro favor partiendo de lo creado anteriormente. Pero en su caso, a diferencia de otros grandes creadores humanos, sus copias superan con creces los originales; y sus postreras misericordias son mayores que las precedentes. Aquí es donde encaja la estrategia de David, introduciendo en segundo lugar su oración postulante, que está por encima de la oración apelativa: “Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia”.
JOHN DONNE [1573-1631]
“Sermons preached upon the Penitential Psalms”
Vers. 5. Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?. [Porque en la muerte no queda recuerdo de ti; en el Seol, ¿quién te alabará? RVR] [Porque no hay en la muerte memoria de ti; en el Seol, ¿quién te dará gracias? LBLA] [Porque no habrá memoria de Ti en la Muerte, y en el Seol ¿quién te alabará? BTX] [En la muerte nadie te recuerda; en el sepulcro, ¿quién te alabará? NVI] [Pues si uno muere pierde tu recuerdo; pues ¿quién puede alabarte en el reino de los muertos? BLP] [Pues los muertos no se acuerdan de ti; ¿quién puede alabarte desde la tumba? NTV]
Porque en la muerte no queda recuerdo de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?47 David estaba inmerso en una crisis de temor a la muerte: a la muerte física y tal vez también la muerte eterna. Así se desprende de sus palabras tremendistas: “Porque en la muerte no queda recuerdo de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?” Los cementerios son espacios silenciosos; las bóvedas de las tumbas no resuenan con canciones; y las bocas que cubren la tierra húmeda son mudas. «¡Señor! –exclama el salmista– si me concedes la vida seguiré alabándote; si muero, mi alabanza, al menos mi alabanza mortal, quedará interrumpida; y si perezco en el infierno, ya nunca más llegará a ti mi acción de gracias, pues de la fosa ardiente del infierno no emanan cantos de gratitud. Ciertamente, tú seguirás siendo glorificado a pesar de mi condena eterna, pero Señor, ya no podré glorificarte voluntariamente, y habrá un corazón menos que te bendiga entre los hijos de los hombres». ¡Ah! pecadores temblorosos, que el Señor